Ray Bradbury, quien contó la otra cara de la llegada a Marte

Este 22 de agosto se cumplieron 100 años del nacimiento de Ray Bradbury. El autor de Crónicas Marcianas y Fahrenheit 451 fue un rara avis dentro del género de la ciencia ficción, pero también fue quien le dio una expresión más notable. Aun hoy, muchos de sus libros son un iniciador en el ánimo de numerosos lectores.

23 de Agosto de 2020 08:52

Ray Bradbury  fue desde siempre una extrañeza dentro de la ciencia ficción dado que sus narraciones eran  diferentes  y accesibles.

Nació el 22 de agosto de 1920 en Illinois, EE.UU. Fue escritor, poeta, guionista de televisión y autor teatral. Su prestigio como autor trascendió los cerrados ambientes de la ciencia ficción.

En los inicios de su carrera, la influencia de Lovecraft en sus relatos se destacaba fuertemente. A  los temas terroríficos o fantásticos que abordaba,  Bradbury le sumaba un estilo “descuidadamente cuidado”, el cual muchas veces fue identificado como “poesía en prosa”. Esto le valió  éxito, reconocimiento literario y un prestigio en los medios culturales de la década del 40 y 50, que la mayoría de los autores de  ciencia ficción tenía.

Los 40 fueron una época marcada por lo que se conoce como la “ciencia ficción dura”. Indicaban el camino los ingenieros, científicos, inventores, es decir que, aquel que escribía para el género, debía estar familiarizado con los temas.

En este contexto aparece Ray Bradbury por fuera del canon (que en ese momento lo marcaba la revista Astounding Science Fiction de John Wood Campbell) sin haber pasado por la universidad, sin saber de ciencia y con un estilo de escritura extraño, con un tono nostálgico y argumentos misteriosos.

Él mismo confesó que su preparación fueron sus lecturas anteriores. "Las bibliotecas me criaron. No creo en las universidades. Creo en las bibliotecas porque la mayoría de los estudiantes no tienen nada de dinero. Yo me gradué del secundario durante la gran depresión y no teníamos dinero. No pude ir a la universidad, entonces fui a la biblioteca pública tres días a la semana a lo largo de diez años" le dijo al The New York Times en una entrevista.

En 1949 la editorial Doubleday & Company se decide a publicar una colección de libros de ciencia ficción. Se convierte así en la primera editorial importante que mostraba interés por el género, seleccionando para los dos primeros libros las novelas The big eye, de Max Ehrlich y Pebble in the Skay de Isaac Asimov.

La sorpresa vino en el tercer libro. Ahí estaba una antología de cuentos de Ray Bradbury sobre el planeta Marte, los intentos de la Tierra por colonizarlo y el encuentro con los rastros de la civilización marciana. “Era una fiesta de inocencia pueblerina y nostalgia en un marco futurista. El titulo era Crónicas marcianas” dice el propio Isaac Asimov  en Sobre la ciencia ficción. Y agrega: “Los escritos de Bradbury, en cambio, creaban estados de ánimo con pocas palabras. No se avergonzaba de tironear las cuerdas del corazón y había una nostalgia semipoética en la mayoría de esos tironeos. Creó su propia versión de Marte directamente a partir de  las imágenes del siglo XIX, ignorando totalmente los descubrimientos del siglo XX”.

Ray Bradbury incursionó en diferentes géneros literarios, así como en el cuestionamiento al modo de vida contemporáneo. Su estilo poético provoca en el lector cierta comodidad al recibir sus pesadillas y lo negativo que puede generar el abuso de la tecnología y sus consecuencias para la humanidad.

Muchos coinciden en nominarlo como “el autor que señaló la mayoría de edad de la ciencia ficción”. Se hizo enormemente reconocido, logrando también darle al género, no solo masividad, sino también una “expresión más notable”.

“Más que en Bradbury, en quien el elemento social al estilo de Campbell predominaba aún, en sus obras es factible hallar las bases para una incorporación de la ciencia ficción a la literatura universal, cancelando oposiciones sistemáticas y ampliando considerablemente el horizonte de ambas. La ciencia ficción podría, a través de autores como él, transformarse en algo de interés general y revitalizar una literatura que permanece aún ajena a las transformaciones científico-técnicas del momento” sostiene Pablo Capanna en  El sentido de la ciencia-ficción.

Pero, como dice Borges en el prólogo a Crónicas Marcianas, “¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las página de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me pueblen de terror y de soledad?

Su escritura y su tono especial, muchos dudan de que se haya podido igualar. Es una marca distintiva del autor. Un estilo propio e identificable que desnuda la imagen de un mundo y de un ser humano que muchas veces no son aquellas en el que nos gustaría reflejarnos. Bradbury renovó el género con sus historias y con las dudas generadas en sus textos, dado el cambio de ángulo de la mirada que dedica. Capanna ejemplifica: “En el mejor de los casos se supone que el hombre, entorpecido como está con sus defectos y sus mezquindades actuales, no es digno de conquistar el universo: los astronautas de Bradbury, al llegar a Marte, escupen en las ruinas y arrojan latas y diarios viejos en los canales. En opinión de algunos, los xenoides nos conocen desde hace tiempo y nos mantienen en "cuarentena" desde el espacio, para impedir que, antes de alcanzar la madurez, contaminemos el cosmos con nuestros vicios”.  Y Borges enfatiza esta postura desde el prólogo una vez más, “Vencen los hombres y el autor no se alegra de su victoria”.

Las obras de Bradbury son muchas y variadas. Desde Crónicas Marcianas, Fahrenheit 451, El Hombre ilustrado hasta Remedio para melancólicos hasta  sus poemas del  Libro para inspirar a curas, rabinos y pastores desanimados.

De ellas, el final de Fahrenheit 451, donde uno a uno aprenden de memoria un libro para no  perder ese legado, es uno de los finales más intensos que he leído: “…mediodía y si los hombres guardaban silencio era porque había que pensar en todo, y mucho que recordar…”.

De Crónicas Marcianas el recuerdo de esa configuración de lector, que aún hoy sigue generando, a través de las imágenes poéticas y de esa figura del ser humano que parece tan inteligente,  pero no así profundo.

Ray Bradbury murió el 5 de junio de 2012 con 91 años. Su pedido fue que, aquí en la tierra, su lápida funeraria  llevara el epitafio: «Autor de Fahrenheit 451».  También pidió que, cuando se alcance, sus cenizas fueran esparcidas en Marte: “Yo voy a ser el primer hombre muerto en llegar allá. Ya les dije a las personas responsables de los viajes espaciales que cuando muera, vayan y pongan mis cenizas en una lata de sopa Campbell's y las lleven a Marte para enterrarlas en un lugar llamado Abismo Bradbury. Ya no podré ser la primera persona viva en llegar a Marte, pero al menos quiero ser el primer muerto en llegar tan lejos” dijo. En aquel entonces ya se decía que el Planeta Rojo estaba más cerca. Hoy aún se dice.

Me gusta pensar que el cosmos  es una especie de teatro, pero el teatro no puede existir sin un público que lo vea y lo celebre. La fabricación de robots y los poderosos telescopios seguirán mostrándonos maravillas inimaginables. Pero cuando los humanos regresen a la Luna y construyan ahí una base en preparación para ir a Marte y convertirse en verdaderos marcianos, nosotros, el público, ingresaremos literalmente al teatro cósmico. ¿Alcanzaremos finalmente las estrellas?” se preguntó alguna vez Bradbury.

Nosotros, los que crecimos con él, con Asimov, con Clarke y con otros como ellos, mientras “sentimos la gravitación, la fatiga, la vasta y vaga acumulación del pasado” seguimos preguntándonos lo mismo.