El diablo y su sombra literaria

La presencia del diablo en la literatura es constante, como constante ha sido el terror del ser humano a las tinieblas. Las historias que se contaron sobre él también le propició esa fascinación que genera. Pero ¿cuánto sabemos sobre Lucifer? ¿Qué implica el pacto literario con el diablo en realidad? Un poco de historia y un listado menor de obras literarias donde él es su protagonista.

9 de Agosto de 2020 09:49

En su Infierno, Dante describe a Lucifer como un emperador caído. Un emperador de un doloroso reino. Este está confinado en el hielo hasta el pecho, tiene tres caras monstruosas de demonio: una central roja, otra blanca y amarilla y la de la derecha negra. Todas se reúnen detrás de la nuca donde los animales tienen la cresta.  Estas tres caras serían su castigo por aspirar a ser Dios, de ahí esa monstruosa parodia del opuesto de a la Trinidad. Bajo cada cara dos grandes alas similares a la de los murciélagos. Parten de allí tres vientos helados que alcanzan a todo el infierno. A las tres caras corresponden seis ojos lacrimosos y tres mentes que gotean llanto y sangrienta baba. De cada boca cuelga también un condenado: Judas, Bruto y Casio, tres sumos traidores. Lucifer es un derrotado impotente hecho por Dios.

Pero ¿desde cuándo existe Lucifer? ¿Es acaso el mismo que el Diablo? ¿Es el ser oscuro y maléfico que conocemos o solo un castigado por Dios?

Casi todo lo que sabemos del diablo lo aprendimos de historias que nos contaron o leímos. Ha sido un protagonista principal de la literatura, pero su historia se remonta al origen de todo.

Para el ser humano primitivo, el paso del día a la noche debería ser algo aterrador. Durante el día, con luz, podía estar tranquilo. En la noche, bajo las sombras, estaba en constante peligro y con miedo. Por esto, en el duelo entre la luz y las tinieblas veían depender la suerte de la humanidad. Sostiene A. Van Hageland  que “Instintivamente e influenciado por el miedo, el ser humano relacionó la idea del bien con la luz y la del mal con la oscuridad”.  Platón, tiempo adelante, lo confirmó  y luego todas las civilizaciones que vinieron compartieron esa situación dualista.

Pareciera ser que la mente del ser humano primitivo empezó a crear los espectros a partir de experiencias concretas como, por ejemplo, su propia sombra o su propia imagen reflejada en al agua e inclusive sus propios sueños. Pero sobre todo las sombras lo atemorizaban y aún hoy lo hacen. Estas desaparecían y volvían, lo cubrían todo y se multiplicaban, no podían agarrarse y estaban por todos lados.

Más adelante, en el período histórico donde el ser humano devino  filósofo y comenzó a especular sobre las causas de los grandes males, pensó que solo un príncipe o un demonio podía poseer un poder tan grande como el de los dioses  para poder trastocar lo creado. Es decir, aparece Satán con su legión de demonios. 

El diablo (o el demonio), mucho antes de aparecer en la literatura, formó parte de las más antiguas creencias pertenecientes a la cultura hebrea, cristiana e islámica. Las tres grandes religiones monoteístas sostienen la existencia de este espíritu maligno que constantemente se opone a los designios de Dios y tienta al ser humano.

Pero esos nombres no siempre significaron lo mismo. Demonio, por ejemplo, en la Grecia antigua, partía de daimonion que figura a un 'espíritu' no personificado, un mentiroso o calumniador. Con el tiempo, los hebreos lo tomaron y lo transformaron en ha-satán (el satán). Luego se convierte en la designación de un alma muerta, un espíritu que se unía a una persona viva para ayudarla  con sus consejos.  “Las narraciones de ángeles caídos comenzaron probablemente con Apuleyo, un autor helenístico del siglo II d.C., más  conocido por su espléndida novela  El asno de oro, pero más influyente en último término como autor del ensayo  Sobre el dios de Sócrates. Ese dios era un daemon, un habitante del aire con cuerpo transparente que no podía ser visto pero sí  oído, tal como Sócrates lo hacía. Según Apuleyo, cada uno de nosotros posee un guardián individual, un genio.  Al final de la Edad Media  estos daemones también fueron identificados con los ángeles caídos o demonios” dice Harold Bloom en Presagios del milenio.

Desde lo dicho por  Sócrates  durante su juicio (que lo acompañaba en sus discursos y hasta se los dictaba en algunas situaciones) hasta llegar a la gran cantidad de leyendas en las que intervenía el diablo, era inevitable que su influencia en la cultura rindiera sus frutos incansablemente. Fue de un gran aporte para esta influencia todos aquellos cuentos populares y toda la literatura donde aparecieron las relaciones entre ser humano y los demonios.

Como se ve, su historia es muy antigua, así como su influencia. Neil Forsyth, en su libro El viejo enemigo, rastrea al diablo hasta llegar a Huwawa, el oponente del héroe sumerio Gilgamesh. Pero es con el cristianismo donde se consolida su figura. En realidad, en el Antiguo Testamento se habla muy poco de su influencia maléfica. Es necesario llegar hasta los profetas para encontrar una respuesta a la cuestión.

La historia es conocida: Lucifer, el más hermoso de todos los ángeles, al querer igualarse con Dios  comete el pecado del orgullo y este lo arroja  a las tinieblas junto a sus seguidores, ángeles rebeldes, donde se convierte en Satán. Es decir,  el cristianismo es el que le da sentido a la palabra demonio. Porque, como se dijo, en el mundo griego el daimon era una divinidad como cualquiera, ni buena ni mala, pero al ser incluido en el contexto cristiano la palabra demonio  adquiere una  significación hostil.

Entonces a Lucifer, el portador de luz, el cristianismo lo consideró el mismo que Satanás y el diablo o demonio, es decir,  un ser sobrenatural que puede influir en las vidas humanas.

Uno podría decir que Satán aparece en el libro de Job del Antiguo Testamento. Pero, como explica Harold Bloom, “El Satán del libro de Job es el “adversario” o fiscal. Es decir un sirviente de Dios que goza de buena posición y no es, ni mucho menos, malvado”.  Pero es en el Nuevo Testamento donde Satán es realmente una invención original.

En última instancia es San Agustín el responsable de darle forma al Satán cristiano, quien ocupa una posición de privilegio en su obra La ciudad de Dios. Ahí es donde nos enteramos de la historia principal de la rebelión de Satán, a quien impulsa el orgullo, y que precede a la creación de Adán, de manera que la seducción  de este y Eva por parte de Satán tiene lugar después de su caída y la de los demás ángeles.

Desde entonces, los  demonios no eran capaces de hacer daño físico, sino tan solo de afectar el alma del individuo (no así su inteligencia ni su libre albedrío). Es decir que para enfrentarlos  el ser humano contaba con el poder de su pensamiento, de la razón. Por otro lado, las distintas religiones han propuesto como instrumento de salvación a la oración o a la plegaria.

En cuanto a la apariencia del diablo, si bien se desde las leyendas ha corrido una imagen de un ser entre animal y ser humano, de color rojo y negro con cuernos y larga cola, muchas otras han ganado espacio. Lo cierto es que su apariencia es variable y se ha coincidido desde la literatura que debe ser atractiva, ya que lo que busca es fascinar a sus víctimas. Sin embargo ha contado con diversas formas. A las ya mencionadas podemos agregar la imagen de diversos animales como perro, gato, carneros  y el pensador Montaigne agrega al oso y a la serpiente.

Lo cierto de todo esto es que jamás ningún otro ser, real o imaginario, produjo tanta literatura, ni se sostuvo en la cultura popular a través de ella como él. Son incontables aquellos que no creen en el demonio pero leen historias diabólicas.

Desde el Fausto en todas sus versiones, pasando por el Paraíso perdido de Milton y La divina Comedia, hasta llegar a La semilla del diablo de Ray Bradbury (por solo mencionar uno), el pacto con el diablo ha sido siempre un tema sociológico y literario.

El deseo de vencer al temor, de poseer todo y, desde luego, de obtener una victoria sobre las fuerzas malignas, han sido los propósitos.

Literariamente podríamos decir que el ser humano no desea protegerse de las fuerzas del mal, como sostiene A. Van Hageland : “No desea protegerse de las fuerzas del mal, bien al contrario, le vende su alma con el propósito de satisfacer  ciertas pasiones:  la fortuna , la juventud, el amor, a menudo en su forma de sensualidad perversa, es lo que atrae. El pacto se cierra con sangre humana porque esta es la esencia misma de la vida a la que se renuncia en el momento crucial de la firma”.

La lectura sociológica deja intenso material para pensar al ser humano. En este caso, el individuo se sienta, nada más ni nada menos, de igual a igual a negociar con el mal y sus fuerzas. Acá, el diablo, el símbolo del mal y de la corrupción de todas las culturas, pierde algo de su poderío, dado que el ser humano tiene en potencia una posibilidad de victoria sobre él.

Podemos decir que la leyenda de Fausto  fue el modelo del pacto con el diablo, literariamente hablando. La  historia: un hombre mayor que compra la sabiduría y la juventud, así como poderes mágicos,  por 20 años a cambio de darle su alma al diablo para siempre. Este relato tiene como inspirador, al menos eso se cree, al alquimista y astrólogo alemán  Johann Faust. En 1520 adquirió fama por adivinar el futuro y su leyenda aparece en 1587 de la pluma del librero Spiez, quien inicia una historia que reaparecerá constantemente en la literatura.

En 1604, el dramaturgo inglés Christopher Marlowe, representa la leyenda en una obra teatral en verso, donde un estudioso de la teología no puede detener su afán de conocimiento acerca de Dios y vende su alma al diablo para lograr su fin.

Luego vendrá Goethe con su drama poético Fausto, quien le dará un mayor reconocimiento a lo largo del tiempo, ya que se convierte en uno de los grandes clásicos de la literatura universal. En él, el protagonista pacta con el diablo para poseer todos los conocimientos humanos universales. No obstante, al final de la obra, Fausto se redime por el amor de una joven llamada Margarita.

Más adelante en el tiempo llegará Charles Gounod, quien compone una ópera inspirada en la obra de Goethe y, a su vez, esta dará  origen a uno de los textos fundadores de nuestra literatura nacional: El Fausto criollo de Estanislao del Campo. Se trata de un poema humorístico que cuenta las impresiones de un espectador durante la presentación de la ópera en el  teatro Colón de Buenos Aires.  El hombre de campo que asiste a la presentación como espectador  cuenta con una mirada ingenua de la obra que luego es transmitida a un paisano amigo.

Dentro del marco de la literatura nacional  podemos citar también  un capítulo de Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes. Allí, bajo la forma del relato enmarcado, aparece la historia del Herrero Miseria quien no solo engaña al diablo sino también a San Pedro.

Pero ¿en cuánto influyó este personaje o su simbolismo en la raza humana? ¿O solo buscamos un chivo expiatorio para no reconocernos?

El genial Ambrose Bierce lo define de la siguiente manera: “Satanás, uno de los lamentables errores del Creador. Habiendo recibido la categoría de arcángel, Satanás se volvió muy desagradable y fue finalmente expulsado del Paraíso. A mitad de camino en su caída, se detuvo, reflexionó un instante y volvió.

—Quiero pedir un favor —dijo.

— ¿Cuál?

—Tengo entendido que el hombre está por ser creado. Necesitará leyes.

— ¡Qué dices miserable! Tú, su enemigo señalado, destinado a odiar su alma desde el alba de la eternidad, ¿tú pretendes hacer sus leyes?

—Perdón; lo único que pido, es que las haga él mismo.

Y así se ordenó”.

La fascinación que ha generado, y que genera, el diablo o sus demonios, aún hoy se debe al espacio que le propició la literatura y al rol que le adjudicaron el cristianismo y otras religiones. Sin dudas es de esos personajes que no pueden desconocerse y que resultan más atractivos cuanto más se los esconde.

Lucifer, Satán, todo un personaje que no existe, pero que todos sabemos que estar, está.  Al decir de André Gide “¿Por qué me temes? Tú sabes bien que yo no existo”.

 

Obras literarias más relevantes en donde aparece Satán o Lucifer.

  • El diablo de la botella, de R. L. Stevenson.
  • El herrero miseria, de Ricardo Guiraldes.
  • Fausto, de Goethe.
  • El diablo en el campanario, de Edgar Allan Poe.
  • El ojo implacable, de Robert Bloch.
  • El infierno de las doncellas, de Herman Melville.
  • La cruz del diablo, de Gustavo Adolfo Becquer.
  • La semilla del diablo, de Ray Bradbury.
  • Fausto, Impresiones del gaucho Anastasio el Pollo en la representación de esta Ópera, de Estanislao del Campo.
  • Paraíso perdido, de John Milton.
  • Las letanías de Satán, de Charles Baudelaire.
  • Un señor muy viejo con unas alas enormes, de  Gabriel García Márquez.
  • La barca sin pescador, de Alejandro Casona.
  • El evangelio según Jesucristo, de José Saramago.
  • La hora del diablo, de Fernando Pessoa.