Los secretos del Cristo roto de Marcelo Rubio

En El Cristo roto, un restaurador de imágenes sagradas y un cura, dos personajes que juegan en los márgenes, pícaros y escépticos, se unen en el ardid de fabricar un falso milagro. Todo el pueblo está pendiente de ello y el tiempo se detiene, dice su presentación. Marcelo Rubio ahondó en la narración y en varias cuestiones vinculadas a la cultura y a las creencias.

13 de Septiembre de 2020 08:32

El cristo roto es la nueva novela de Marcelo Rubio (también el caracol – 2020). Enmarcada en un pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires, un restaurador de imágenes religiosas llega con la misión de restaurar una de Cristo. Del resultado de esa restauración está pendiente todo el pueblo, ya que ese Cristo roto, más adelante,  deberá concretar un milagro. El cura del lugar será quien guíe el trabajo del restaurador, así como las creencias y los secretos de la fe del lugar.

Intenso relato que por instantes se convierte en absurdo, El Cristo roto tiene un roce con lo poético y un leve toque de humor e ironía. De hecho, el propio Marcelo Rubio aclara que se trata de  “Un argumento que navega entre las creencias populares y la ironía de esas creencias”.

Entre la gama de personajes que presenta el autor, el pueblo es uno más de ellos. Quiero decir que no solo se trata del marco, sino también de uno más que refleja las peripecias de la historia. A dicho pueblo se lo puede identificar con cualquiera de aquellos que sufrieron la década del 90. Es decir, aquellos que casi se vieron forzados a ser clausurados por los cortes y cierres de los ramales del tren, que sostenían en gran medida su movimiento interno. Rubio quiso, también, reivindicar esos espacios donde mucha gente se quedó a resistir los embates de determinada época  histórica.

Es así que ese espacio  es uno más del relato. Porque cada lugar puede representar varios otros y porque en cada uno de ellos puede reflejarse la suerte de muchos. “Uno ama el lugar donde vive, uno puede enojarse con ese lugar por alguna circunstancia especial. Pero en realidad no es con el lugar,  es con esa situación puntual. Uno tiene cierta identificación con él, el aroma de esa ciudad, de esa esquina es único. Después, el resto del universo es otra cosa, es una perpetua ausencia nuestra. No estamos en ningún otro lado. Mejor conocer y sentir bien donde uno tiene los pies” sostiene el autor mientras la charla va derivando en otras ideas. Agrega, “Yo creo que justamente hay que pintar la aldea de uno para poder animarse y darle pinceladas al resto del mundo. Es muy difícil hablar del mundo si no conocemos nuestro barrio”.

-¿Y cuánto de absurdo tiene la realidad?

- Creo que la realidad es absurda por todos lados. Si vos pensás que en el mundo hay un grupo de tipos que viven a costilla de otros y estos se levantan todos los días y pasan hambre todos los días para que estos pocos la pasen bien, ya tenés un ejemplo de que es muy absurdo el mudo. Y solo para empezar. Afortunadamente la realidad se puede mostrar como un absurdo porque si no no habría literatura. Porque para contar lo que pasa día a día están los diarios. 

En El Cristo roto se roza la idea de la religión, pero más exactamente el sentido de una creencia en una forma más amplia. Es decir, no hay una búsqueda de la crítica sobre la religión o las creencias porque sí, sino que hay una intención de mostrar cómo se manipulan algunas cosas de la fe o cómo algunas creencias se confunden con otros temas por distintos intereses. Lo que sí queda claro es la necesidad del ser humano de creer en algo. Rubio argumenta: “Creo que, cuando se creó la idea de religión, fue con la intención de que sea una manera para dominar al ser humano, ponerle límites, decirle: ‘Ojo que si hacés esto te puede pasar aquello  o si te portás bien te pasa esto’. Por supuesto que no hay ninguna garantía de ninguna  de las dos, por supuesto. Y te basta mirar  un poco lo que nos pasa y vas a ver que hay tipos que hacen cosas muy perversas  y que la están pasando muy bien”.

La concisa novela posee una atractiva prosa poética que lleva al lector por las emociones, las dudas y los descubrimientos de los personajes. Del ritmo acelerado de la historia,  uno puede bajarse a la altura de un cuento que aparece en el medio, que tiene como intérpretes a los trenes.  Esa lograda combinación genera en el lector un efecto de adhesión inmediato.

-¿Qué lugar ocupaba la religión en un principio y qué lugar terminó  ocupando finalmente en la historia que querías contar?

- En un principio la idea de la religión no estaba planteada como eje, o esa necesidad de creer que tiene el ser humano. Sucede que cuando comienzo con esta idea del restaurador que va a un pueblo a restaurar la imagen, se me cruza la idea de un Cristo con los brazos rotos. Y esto  viene, en realidad, de cuando yo era chico, recordé que en la casa de mi abuela había un libro que se llamaba Mi Cristo roto. Un disco, en realidad, con poemas terribles. Era una cosa desgarradora. Viéndolo a la distancia era un libro muy poco feliz, de una tristeza  tremenda para echarle culpa a quien lo escuchaba. Entonces, en homenaje a mi abuela, a quien quise muchísimo, y un poco para burlarme en esas creencias tan excesivas,  salió esta idea. Inclusive la de jugar con el título del Cristo roto.

El texto tenía cerca de cuatro años cuando la editorial decide publicarlo. Un trabajo lento y constante fue el hecho por Marcelo Rubio para darle la forma final. A caballo entre el absurdo, lo irónico y la mitología, El Cristo roto muestra muchos matices. “El texto ya tenía muchas lecturas y arreglos de a poco. Una vez editado no lo releí. Le tengo mucha desconfianza a eso de volver a leer mis textos, en una novela anterior puse algo así: ‘Releer es redescubrir inconsistencias’. No me resulta muy grato. Prefiero quedarme con la imagen de lo que le gustó a la gente” dice el autor.

-¿Te tomaste tu tiempo, entonces, para cerrarlo como texto definitivo?

- En literatura creo que el que se la cree pierde y el que se apura también. Hay que dejar madurar el texto y trabajarlo, pensarlo lo suficiente antes de publicar.

- ¿Un buen lector es necesariamente un escritor que puede llegar a ser buen escritor?

- Me parece que el buen lector, el que empieza a comprender el juego de la escritura puede terminar siendo un muy buen escritor, pero no es garantía. Sí estoy de acuerdo en que la lectura sirve para mejorar la escritura.

- ¿Y esa literatura, o el arte en general, puede salvar a alguien?

- Yo no estoy convencido de aquello de que el arte nos va a salvar. Creo que el arte le hace al ser humano la vida un poco más amable y más interesante. Le permite algunas reflexiones  y algo de placer que sin el arte sería muy difícil  tenerlas. Pero no creo que nos salve del todo. Y, si vamos a cuestiones políticas, el nazismo tenía grandes amantes del arte y así dejaron el mundo. Ahora bien, el arte se puede identificar con la realidad y, así, que el arte sirva como vía de denuncia o de cambio o de intento de cambio, porque no creo que tampoco la cambie del todo.

Bajo la idea de que alguien llega a un lugar para arreglar una imagen, pero que en realidad  todo se trata de que esa imagen realice un milagro y, por ende, está todo el pueblo observándolo y esperando que eso se lleve adelante, Marcelo Rubio logra instalar las  preguntas de cómo y cuándo creer: en dioses, en imágenes, en las artes o en un cambio de suerte por recibir un boleto capicúa.