Lafcadio Hearn o aquella pluma caballeresca que formó nuestra imagen de Japón

Juntando espigas en los campos de Buda reúne un conjunto de relatos que pueden hacer de tus días una muy bella experiencia de lectura.

28 de Noviembre de 2021 09:47

Juntando espigas en los campos de Buda es el nuevo texto editado por también el caracol. Nuevamente la pluma de Lafcadio Hearn nos lleva a aquel Japón de comienzo del siglo XX para pensar toda aquella cultura, la nuestra y hasta nosotros mismos.

El autor se acerca a aquel Japón bajo las mismas condiciones que nos acercaríamos nosotros hoy en día. Es decir, que se deslumbró al igual que nos deslumbramos hoy al meternos en aquella historia. A esa capacidad de asombro, a esos sentidos refinados, hay que sumarle una pluma privilegiada: él sabe contarlo. “Si solo nos quedáramos con una sensación espiritual, no nos alcanzaría. Lo que tenemos con Lafcadio es el don de la palabra y el don de la poesía, eso es lo destacable”, sostiene Miguel Sardegna, autor del estudio preliminar del texto y director de la colección Bosque de Bambú.

Los propios japoneses decían que Lafcadio tenía una “pluma caballeresca”. Esto fue parte de lo que hizo que él, un cronista occidental, haya sobrevivido al paso del tiempo y otros no. Su respeto hacia la gente y las costumbres que está retratando, más el ánimo dispuesto a disfrutar, entender y aprender esa belleza, demuestran su intención de recibir y asimilar todo aquello.

La colección Bosque de Bambú y una fuerte impronta oriental

-Lafcadio sigue maravillando por todo lo que decías, pero en cuanto a Japón en sí mismo ¿qué permanece de eso que él cuenta?

- Yo creo que permanece mucho. Japón es varios países a la vez y esto es lo primero que hay que decir. Japón es el que tiene el trabajo precario, el cruce con la modernidad, el de la rápida industrialización, ese es el Japón que tenemos ahora. También el del suicidio, el de los problemas de relaciones entre los jóvenes, el de la falta de sociabilización, también tenemos ese costado un poco oscuro que está vigente. Pero también tenemos ese Japón que está en contacto con la tradición, ese que de algún modo está en contacto con sus raíces. Por eso podemos leer algún libro del año mil, como El libro de la almohada, y seguir sintiendo que algo del espíritu de Japón está latente en esas páginas y, aun leyendo libros modernos que nos cuentan el aspecto más desangelado de Japón, podemos sentir que trazan algún vínculo con esos viejos libros.

Pero Lafcadio nos ha legado mucho más que bellos textos: logró formar la mirada que tenemos hoy de Japón, esa mirada casi arquetípica del país que mantienen incluso aquellos que no lo han leído. Una mirada que adoptó occidente todo y que tiene un poco de romanticismo y que está atravesada por la belleza y por el extrañamiento.

-¿Esa belleza estaba en Lafcadio o se la impregna Japón?

- Hubo una transformación. Él es transformado por Japón. Su idea original al llegar era bastante mundana, es decir, tenía algo de repetido en sus costumbres: todo consistía en viajar y realizar crónicas de viajes para los periódicos occidentales. Eso era algo que ya había hecho antes y, en este caso, él pensaba que iba a hacer un derrotero parecido en Japón. Sin embargo, cuando llega a Japón y recibe todo ese choque cultural y es atravesado por tanta belleza, descubre un mundo nuevo, un mundo inusitado. ¿En qué termina eso? Bueno, en que se queda a vivir en Japón, escribe doce libros sobre ese país, muchos artículos periodísticos, se casa, tiene hijos allí, enseña en las universidades japonesas, se convierte al budismo, se nacionaliza japonés, se cambia el nombre por uno japonés, es decir que su vida fue atravesada por un rayo.

Los propios japoneses decían que Lafcadio tenía una “pluma caballeresca”

El libro está formado por once artículos, así lo pensó el propio Lafcadio, que salieron en forma independiente. Él los compiló de esa forma y uno, al leerlos, siente que hay una estructura precisa y un hilo conductor que nos ata a la temática: el budismo. “Lafcadio en este libro nos dice algo bellísimo con respecto al budismo: él cree que el budismo, en realidad, es una llave hacia los secretos del arte japonés, una llave que devela el arte japonés. Y me parece que pensar todo el arte japonés, y la literatura en particular, pero también la pintura, los grabados (porque habla de las ilustraciones de caras), pero pensar todo el arte a partir de ese prisma, de esa idea del budismo me parece totalmente atractiva. De hecho todavía hoy se puede leer la literatura japonesa bajo el prisma del budismo” cuenta Sardegna.

Juntando espigas en los campos de Buda es un título bellísimo. Es poético y también profundo. El título propiamente dicho fue el primer inconveniente para Mariana Alonso, quien hizo la traducción. El título original del texto es Gleanings in Buddha-Fields.

Gleanings tiene en castellano su equivalente, espigueo, pero es una palabra ya en desuso. Por lo tanto hubo que buscar un rodeo desde la traducción y pensar su equivalente como “juntar espigas”, que es el proceso de espigar, de juntar las espigas, luego de la siega.

Pero hay más: la práctica de espigar aparece por vez primera en los textos bíblicos (una capa más de análisis para hablar de budismo se recurre a la Biblia). El espigueo es una acción que aparece en el Deuteronomio y en el Levítico, que consistía en juntar las espigas que aquellos que habían llevado adelante la siega no habían retirado. Es decir que lo sobrante no se retiraba, se dejaba en el campo para que aquellos que vinieran detrás pudieran recogerlas (igual con los racimos de vid). Hay una manifestación solidaria que permitía que otros espiguen, pero que iba más allá de la caridad porque aquellos que venían detrás debían juntarlas con su trabajo. Sardegna refuerza esta maravillosa idea, “Me parece que es una idea bellísima esa de que aquel que viene detrás con menos fortuna que nosotros también pueda aprovechar de ese campo, pero de un modo que lo involucre, que trabaje también, y no como un aspecto de dádiva. Ese es el espíritu del espigueo”.

La idea de Sardegna nos hace pensar también en que todo se involucra, porque uno puede pensar que el propio Lafcadio Hearn iba espigando en la cultura japonesa y nosotros espigamos de lo bello que ha dejado en este y otros tantos textos del autor.

Una vieja canción japonesa dice que “las cosas no han cambiado desde el tiempo de los dioses: el fluir del agua, las formas del amor”. Lafcadio pudo conjugar todo eso en sus textos. Pudo, como el Japón mismo, crear belleza de la nada. El mismo autor asegura que “no hay hombre o mujer tan pobre que no pueda ser dueño de algo bello”. Mientras cada uno de ustedes encuentra qué es lo bello que poseen, es casi seguro que sus experiencia de lectura con Juntando espigas en los campos de Buda. Estudios sobre las manos y el alma en el Lejano Oriente, harán más bellos sus días