Geoffrey Cardozo, el oficial inglés que le devolvió la identidad a los soldados argentinos caídos en Malvinas

Entrevista: Samuel Zamorano

Texto: Luciana Acosta

Tres semanas antes de que se cumplieran 40 años del inicio de la guerra en Malvinas, decenas de personas se acercaron al Polideportivo -que no casualmente lleva el nombre de esas Islas- a donar sangre, como parte de una campaña convocada por excombatientes que integran la fundación “No me olvides”. Uno de los primeros en recostarse sobre las camillas dispuestas para los donantes es Julio Aro, presidente de la ONG. A su lado, un hombre que habla un español pausado y con erres arrastradas, posa para las fotos de la prensa que se acercó a cubrir el evento. Lleva una boina y una cartera que le cruza el pecho y sonríe, con timidez. Geoffrey Cardozo tiene 72 años, es inglés y se muestra como lo que probablemente es: un tipo tranquilo.

Pero no es cualquier ciudadano inglés. Es el coronel inglés que, una vez concluido el conflicto militar, tuvo un rol fundamental para que, décadas más tarde, los familiares de los argentinos caídos en Malvinas pudieran identificarlos y, al menos, darle alguna forma a su duelo. 

La historia es conocida: Cardozo llegó a Malvinas después de la guerra para asistir a los compatriotas que habían participado del enfrentamiento. Debía acompañarlos en la etapa de estrés postraumático y tenía en claro cómo hacerlo. “Cada hombre que sobrevive a un conflicto tiene mucha adrenalina en su sangre y esto puede traer problemas de disciplina, de agresión, consumo de drogas, alcohol. La solución es bastante fácil: el hombre debe tener un lugar seco, caliente, tener comida para su cuerpo y su mente, cartas de sus amigas, novias, hijos. Ese era mi trabajo”, dice. 

Sin embargo, cuando recorrió el suelo isleño -la turba, prefiere llamarlo él-, se encontró con un reguero de cuerpos de soldados argentinos; algunos enterrados por sus propios compañeros, otros a la intemperie, sobre la nieve. Dice “cuerpos” en lugar de “cadáveres” porque, asegura, en ningún momento pensó que se trataran de enemigos, sino de personas que tenían derechos humanos, un derecho a la identidad; con madres que los esperaban. Como lo esperaba su propia madre, esa mujer que antes de que partiera desde Londres lo había abrazado y besado con una fuerza que no recordaba haber sentido desde la niñez. Geoffrey tenía 32 años, trabajaba vestido con un “traje normal” en una oficina londinense -su función era saber dónde se encontraba cada hombre, cada barco y cada piloto que participaba de la ofensiva- y, antes de abordar el vuelo que lo llevó al suelo malvinense por primera vez, jamás imaginó que tendría por delante semejante tarea humanitaria. 

Recién dos o tres días más después de su llegada tomó dimensión de lo sangrienta que había sido la contienda y avisó a sus superiores del panorama al que se enfrentaba. “Me dijeron: ‘Geoffrey, deja tu trabajo de disciplina y haz este trabajo. Fue un regalo divino porque yo era su representante en las islas porque ustedes (por los argentinos) no estaban ahí”, relata. Así comenzó la ardua tarea de Cardozo, que recuperó los restos de sus pares argentinos, buscó entre sus ropas alguna documentación, carta o chapa que pudiera identificarlos y les dio sepultura en el cementerio militar de Puerto Darwin que él mismo creó. Resguardó los 240 cuerpos en tres bolsas de PVC, luego en un ataúd y les dio cristiana sepultura. Sobre cada tumba, una lápida contenía una frase que aún hoy eriza la piel: “Soldado sólo conocido por Dios”.

Al mismo tiempo, Geoffrey llevó adelante un diario en el que enumeró los detalles de cada cuerpo hallado, en dónde se encontraba y cualquier otro dato que permitiera, en el futuro, devolverles su nombre y apellido. De ese informe, habitual al final de cualquier guerra, hubo tres copias: una se envió a Londres y quedó en manos de la Cruz Roja; otra llegó a Buenos Aires a través de Brasilia ante la interrupción de las relaciones diplomáticas entre Argentina y Gran Bretaña y la última, guardada en sobre de papel madera, se la quedó él. “Ese informe llegó a Buenos Aires en marzo del ‘83. Yo lo conservé porque había sido hecho con el corazón y no era secreto o confidencial; era totalmente abierto. No para los padres porque había detalles un poco difíciles pero sí para los peritos expertos. Para mí no se trataba sólo de decir ‘hay tantos cuerpos aquí, tantos allá’. Debía ser un poco más preciso: quién, dónde, qué llevaba, cómo estaba esa persona”, explica.

Un informe guardado durante décadas, pieza clave para la identificación de los soldados argentinos 

Ese gesto del coronel británico fue el primer paso para el comienzo del gran proyecto humanitario que impulsó durante los siguientes años junto al excombatiente y presidente de la Fundación “No Me Olvides” Julio Aro, y que permitió que a la fecha hayan 119 soldados identificados, mientras se continúan los trabajos para avanzar en el mismo sentido en otras siete tumbas del cementerio militar de Darwin.  

En 2012 la expresidenta Cristina Fernández pidió la intervención del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) para avanzar en la identificación de los restos de los combatientes fallecidos y enterrados como NN. Un año más tarde se conformó un equipo de trabajo coordinado por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos para elaborar una serie de protocolos que permitieran obtener información de cada familia sobre su ser querido caído en Malvinas. Para ello, se trabajó con el CICR en la adaptación de protocolos.

En este contexto, junto a profesionales del Equipo de Antropología Forense, el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, Escribanía General de la República, y el Centro Ulloa de asistencia psicológica, se realizaron entrevistas y se tomaron muestras de sangre a los familiares de los combatientes fallecidos para crear el un banco de sangre.

En diciembre de 2016, la Argentina y el Reino Unido firmaron un acuerdo para empezar con la identificación en las islas en junio del año siguiente. La operación -llevada a cabo por 12 especialistas forenses del EAAF y de la Cruz Roja- tuvo cinco fases: la recuperación arqueológica de los cuerpos, el análisis de los restos, la toma de muestras de sangre entre las familias de los caídos, la reinhumación de los cuerpos en sus sepulturas originales y el análisis genético del material recolectado.

De los 237 hombres enterrados en el camposanto creado por Cardozo, la mitad pudieron ser identificados gracias a la chapa que llevaban entre sus pertenencias con el nombre, el DNI y el grupo sanguíneo del soldado. Pero la otra parte de los fallecidos -la mayoría, clase ‘62 y ‘63- no la tenían, por lo que el coronel inglés se encargó de revisar si entre sus ropas había algún indicio que le permitiera saber de quién se trataba. “Busqué cartas, documentación o permisos de conducir, no sé... Si yo podía ver dos o tres cartas con el mismo apellido, era bastante seguro. Si había solamente una que era una chica de Quilmes que decía ‘querido soldado argentino’, entonces se llamaba para identificar a ese chico. Algunas veces encontraba soldados muertos con siete o diez cartas sin abrir entre sus ropas. Al final de la operación, yo tenía solamente a la mitad identificada y era muy difícil enterrar a alguien sin saber quién era; fue horrible. Yo pensaba que dos o tres años después, ustedes podrían volver, exhumar y con el conocimiento que yo no tenía (detalles de las huellas digitales, por ejemplo) podrían hacer algo”, relata Cardozo. 

Para garantizar la conservación de los restos, el coronel británico los resguardó dentro de tres bolsas de PVC -cada una con su firma en marcador indeleble- y luego en un ataúd. Así los hallaron los antropólogos que trabajaron en el cementerio malvinense.

Después de casi dos meses de trabajo, se exhumaron, analizaron y volvieron a inhumar 122 cuerpos de 121 sepulturas. De allí se tomaron muestras óseas y de dientes, que fueron analizadas en el Laboratorio de Genética Forense del EAAF en la provincia de Córdoba.

A fines del 2017, se conocieron los primeros resultados: se habían identificado los primeros 90 soldados argentinos caídos en Malvinas y los familiares pudieron viajar a visitar sus tumbas el 26 marzo de 2018; lo que implicó el cierre del plan humanitario. Sin embargo, otros familiares se acercaron para otorgar nuevas muestras y, tras ser comparadas con los restos óseos, permitieron que hasta el momento sumaran 119 los soldados identificados. Aún restan siete combatientes por identificar y el Equipo continúa en el trabajo de localizar a sus familiares.

"Más que recuperar turba, soberanía, tenemos que recuperar personas, mentes"

Desde joven, Geoffrey Cardozo tuvo un buen manejo del español, idioma que aprendió en la Universidad de Zaragoza. Pero el hombre, que hace unos días cumplió 72 años, también habla alemán y francés. Aunque desconoce con exactitud de qué punto de la Península Ibérica provienen los Cardozo, sabe que sus antepasados eran una familia muy pobre que llegó a Londres alrededor de 1710. Así le cuenta a 0223 durante su última visita a Mar del Plata, en donde se reencontró con su amigo Julio Aro para participar de las distintas actividades por los cuarenta años del inicio de la guerra en Malvinas. Sentado a la sombra de un árbol del Parque de los Deportes, el hombre coloca tabaco a su pipa y lo enciende. Busca un poco de silencio en un alto de las ruedas de prensa que se improvisan en cada lugar que recorre y jamás pierde la calma; aún cuando las preguntas de los periodistas se reiteran.

Retirado desde hace tiempo de las fuerzas armadas británica, Cardozo está casado y tiene dos hijos: un varón que se dedica a las finanzas y una mujer es enfermera; ambos, residen en Londres. Él, por su parte, se encuentra al frente de una fundación que asiste a 800 chicos con problemas psíquicos y en la que trabajan 350 profesionales, entre médicos, enfermeros y psicólogos. “Es un trabajo que me da mucha satisfacción”, asegura. 

Durante los minutos de charla que comparte con 0223, Cardozo se referirá una y otra vez a la figura de la madre del soldado argentino caído. Incluso, dice, es en lo primero que pensó cuando comenzó a trabajar en la creación del cementerio de Darwin. “Cuando una madre pierde a su hijo, pierde parte de una misma. Siempre. Ella nunca va a olvidar la pérdida de su hijo pero (al encontrarse con ellas) hay un alivio, una felicidad tranquila que yo puedo ver en sus ojos; puedo sacar un pañuelo y secar sus lágrimas. Puede ser una madre argentina, inglesa, rusa o ucraniana, pero es una misma cosa: una madre”, reflexiona. 

-¿Qué significan para usted estos cuarenta años que pasaron desde el comienzo de la guerra?

-Para una madre, la cifra cuarenta no quiere decir nada. La fecha del nacimiento de su hijo es una fecha importante porque fue el día en el que llegó al mundo. Entonces, para mí, que sea un aniversario número cuarenta, cincuenta o cien, me shockea igual. Cada minuto del día encuentro el honor, el orgullo y el milagro que hemos visto durante todo este trabajo que no es solamente un trabajo de Julio Aro y otro soldado inglés, es un trabajo con un equipo enorme de antropólogos, las madres y de ustedes también. La mayoría de los periodistas son buenos y han difundido un mensaje tan importante, no solamente a las madres para que ellas sepan que podían dar su sangre; sino también a difundir un mensaje de paz a su nación y a la mía. Ese mensaje es muy importante porque había un duelo, no solamente en los corazones de las madres, sino también en la Nación; en las dos naciones.

-A los argentinos la causa Malvinas nos atraviesa el cuerpo, el alma. ¿Cómo lo viven en su país? 

-Malvinas, como para ustedes, es algo muy fuerte; se siente muy profundamente en los corazones de todo el pueblo y me parece que lo pasa hoy, el trabajo de mi amigo más cercano de la Argentina (en referencia a Julio Aro) es algo muy importante. Hay un anécdota: durante la guerra en las Malvinas había un barco inglés que se llamaba Uganda, era nuestro barco hospital. Había allí heridos de ambos lados, personas muy heridas. Faltaba a este barco sangre, que se pasaba del barco hospital Isla Paraíso, que estaba al lado de este barco inglés para trasladar sangre. Eso no es increíble, es normal. Lo que pasaba en esos tristes tiempos es un ejemplo para todos nosotros.

Creo que, más importante que pensar en los argentinos y los ingleses, es pensar en los isleños. Más que recuperar turba, soberanía, tenemos que recuperar personas, mentes. Vamos adelante para cambiar mentes.