Una marplatense en los primeros cruceros a la Antártida

Hoy los viajes a la Antártida se ofrecen en las agencias de viajes, pero hubo un momento en el que se podía comprar el pasaje en el puerto de Ushuaia, subir al MS Ushuaia y recorrerla. Eran pocos los buques que circulaban por la zona, en uno de ellos iba una marplatense. 

La historia de Tamara Culleton en el buque MS Ushuaia.

6 de Abril de 2024 13:03

Hace aproximadamente 20 años atrás, en el puerto de la ciudad de Mar del Plata, amarraba el MS Ushuaia. Un buque con capitanes y tripulación argentina, aunque con el tiempo se sumó chilena también, pensado para hacer logística en distintas bases antárticas. Era un buque ideal por la capacidad que tenía de navegación en la zona de estrechos y por la cantidad de pasajeros que podía trasladar. Por eso, el MS Ushuaia también fue de los primeros en llevar viajeros y turistas a la Antártida. Faltaba bastante para que, por estas latitudes, los viajes antárticos se pusieran de moda.

Tamara Culleton es marplatense e hija de un marino mercante. Estudió historia y tuvo la suerte de ser de las primeras en vivir la experiencia de un viaje a la Antártida. Entre los años 2004 y 2014, fueron muchas las temporadas en que pudo acercarse al continente blanco (temporadas se le llama al período de ventana abierta a lo que son las actividades turísticas en el lugar, dependiendo de las condiciones del clima). Tamara trabajó en el MS Ushuaia en la parte de hotelería. 

Tamara Culleton a bordo del buque MS Ushuaia.

“Yo tuve la suerte de conocer la Antártida de hace 20 años, que no tiene nada que ver con el boom turístico de hoy. Es increíble, estuve en Ushuaia en enero, hacía diez años que no iba, y es impresionante lo que ha crecido la cantidad de pasajeros que van hacia la Antártida. La cantidad de barcos que zarpan hacia allá. Yo cuando fui, realmente era como estar en otro planeta. No veías a nadie, solo a la agente que iba con vos. Y cuando ibas a las Bases, sus habitantes parecían perdidos entre todo eso. No había internet, solo algo de comunicación satelital y no mucho más. Durante el tiempo que salíamos del puerto de Ushuaia y volvíamos no teníamos ni idea de lo que pasaba en el mundo. Ya para las últimas veces que fui no era tan así, en el 2014 ya contábamos con algo más de comunicación y en los últimos años ya se tiene WhatsApp. Pero el encuentro con la Antártida es un antes y un después”, comienza diciendo Tamara


Hoy, para ella, la Antártida no solo tiene que ver con su pasado, sino que también es parte de su vida profesional actual como investigadora, además de ser fundadora y parte de la Agrupación Antárticos Mar del Plata, agrupación que busca difundir y compartir todo lo relacionado a ese continente.  

La experiencia de Tamara es diferente a la de aquellos que vivieron en la Antártida en alguna Base. Ella tenía la posibilidad de recorrer diferentes puntos, bajo diferentes miradas, que no son las que puede tener o vivir alguien que está desarrollando su tarea en ese lugar. 

Eran pocos los buques que circulaban por la zona, en uno de ellos iba una marplatense. 

- ¿Cómo eran los recorridos en ese momento?

- En realidad, vos tenés como diferentes rutas. Se hace, normalmente, Antártida clásico, que es el recorrido por la península Antártica, lo que es nuestro sector antártico argentino (superpuesta con Chile y Reino Unido). Vos tenés diferentes puntos de desembarco, que son los habilitados para eso, lo que se rige por la Organización Internacional de Operadores Turísticos Antárticos, IAATO, que está dentro del Tratado antártico. Entonces tenés lugares para desembarcar como pingüineras, podés visitar algunas bases también (varias tienen sus propios shoppings como la británica), las que son más abiertas, y podés hacer algún tipo de crucero por el hielo, también hay canales para recorrer. Después tenés sitios arqueológicos de lo que fue la actividad ballenera. El último lugar que se suele visitar es la isla Decepción, que no es nada más ni nada menos que un volcán. Ahí funcionó una factoría, Estación ballenera Hektor, de la que hay restos todavía. Es un paisaje completamente distinto porque es una isla volcánica. Luego de recorrer se estilaba bañarse ahí porque las aguas están calientes por la actividad del volcán.

 
- Contame algo sobre la primera impresión al ver esos paisajes, sobre sentir ese silencio.

- Creo que es un lugar donde el silencio cobra entidad. Eso es realmente casi poético. Yo no me voy a olvidar nunca de eso. Me acuerdo de la primera vez que bajé. Yo estaba dentro del barco, en el comedor, y viste que vas como dentro de una lata, y viene mi papá y me dice: “Vení que ya llegamos”. Salí y vi esas montañas, imaginate, yo marplatense que no había viajado mucho, solo por acá, para mí eso fue imponente, emocionante hasta las lágrimas. Nunca me había pasado. Yo no soy de esas personas que conectan tanto con los paisajes, pero esa experiencia para mí fue de total admiración. Ni hablar de las primeras veces que estuve en una pingüinera, rodeada de miles de pingüinos, Sentís cosas muy extrañas, maravillosas, el contemplar esos paisajes sintiéndote que era la única persona que lo hacía, aunque nunca bajás solo porque hay ciertos protocolos que cumplir: hay que salir acompañado por los riesgos de las grietas, por la presencia de trabajos científicos y porque hay lugares donde la gente está trabajando también o están preservados. 


La cantidad de días mínimos para viajar a la Antártida es de 10 o 12 días.  Embarcás con tu documentación, pero al bajar no hay oficinas de migraciones, sí vale hacer sellar tu pasaporte en muchos de los lugares visitados como recuerdo. Hoy en día, las recomendaciones por el estado de salud, han pasado a ser mitos. “Que te tenés que sacar el apéndice ya es mito”, aclara Tamara. Y agrega, “El estado de salud ya no tienen tantas implicancias porque, bueno, los protocolos sanitarios y de seguridad ya son más efectivos”. También se refiere a la cuestión de las temperaturas y dice: “Yo estuve siempre en verano. Te digo que es un frío que no sé si difiere tanto con el que uno puede sentir en Ushuaia. Hay momentos que recuerdo muy locos, como por ejemplo que por ahí estás de remera porque el sol calienta fuerte y se refleja en todo lo blanco. Los días soleados son maravillosos, entonces no es un frío extremo en verano que no se aguante. Pensá que es muy seco el frío de allá”. 


- ¿Qué no te has podido olvidar nunca y nunca lo volviste a encontrar en otro lado?

- Mirá, yo creo que la posibilidad de ser espectadora de la vida natural del lugar. La posibilidad de ver a una mamá orca enseñando a cazar a su cría, de ver una foca en ese momento de caza, por supuesto que son sangrientas, pero ahí vos encontrás restos en un iceberg, pero es la brutalidad de la naturaleza en su máxima expresión. Otra cosa que me ha pasado, que yo nunca pensé que me iba a conmover tanto, fue el tema del arte en el hielo. Como se generan esas casi esculturas de hielo, con sus colores maravillosos, las distintas gamas. Yo nunca me imaginé que el hielo podría tener tantas gamas de colores, el juego con la luz solar es algo maravilloso. Porque, además, nosotros íbamos en verano y teníamos días eternos, no tenés noche, es un atardecer de miles de horas. Ese cielo diáfano es un cielo azul de una intensidad también que los colores cobran una fuerza que realmente impactan. Son pinturas, son como si estuvieras dentro de una acuarela todo el tiempo. 


Hoy se estima que el número de visitantes a la Antártida llegará a los 100.000 por primera vez en esta temporada turística (octubre de 2023-marzo de 2024). Los pasajes se sacan con mucha anticipación y hasta ya ha llegado el primer vuelo comercial. Hace 20 años, Tamara compara, “Vos llegabas a Ushuaia y sacabas un pasaje para poder ir. Nosotros no éramos ni crucero. El barco, en realidad, pertenecía a la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, sigla en inglés) y vos lo veías y no parecía un gran crucero de lujo como los que ahora hay, tenía capacidad para 40 o 60 pasajeros y ahora son ciudades, miles de pasajeros van en ellos. La gente va en jacuzzi paseando por la Antártida, nada que ver con mi experiencia. Cruzar el Drake con el buque era una aventura. Creo que ese tinte ya lo está perdiendo, de hecho, este es el último barco que queda de su estilo”. 


La Antártida sigue fascinando.