Gauchito Gil, el justiciero que se ganó un lugar en el santoral de los marplatenses

Las rutas de la ciudad estan colmadas de ermitas que rinden homenaje al santo popular. En el partido de General Pueyrredon hay, incluso, dos santuarios dedicados a su advocación a la que asisten los "promeseros" de la zona. 

En Mar del Plata hay dos santuarios dedicados a honrar al Gauchito Gil

8 de Enero de 2025 08:24

Banderas y cintas rojas, botellas de vino, latas de cerveza, cigarrillos… las rutas se llenan de ermitas con la imagen de un gaucho con pelo largo una vincha roja y camisa celeste y las ofrendas se multiplican en cada parada. De a poco, el “Gauchito” Gil fue ganando un lugar entre los santos populares a los que los marplatenses veneran al punto que cuenta con dos santuarios para rendirle tributo. Este 8 de enero se conmemora el 147 aniversario de su muerte. 

En la ruta provincial 88 a la altura del paraje El Boquerón se erigió el primero de los santuarios del “Santo de los pobres” en 1998. A tres kilómetros de allí, en el ingreso a La Polola, se encuentra el segundo santuario a que todos los 8 de cada mes asisten los “promeseros”, tal como se denominan los fieles del santo. 

Foto: Santuario Gauchito Gil

Con los pedidos al santo popular se debe hacer una ofrenda y realizar una promesa, de allí el nombre de "promeseros" de los creyentes del santo que aún no es reconocido por la Iglesia Católica. Pero, la creencia popular indica que "El que le pide al Gauchito tiene que cumplir porque si no el santo se venga". Esta creencia parte del culto del propio Gauchito que era "promesero" de San La Muerte.

Si bien en Mercedes y el litoral argentino Antonio Gil siempre tuvo innumerable cantidad de devotos, fue en 2001 cuando la popularidad del santo se expandió a lo largo del país con altares ruteros, santuarios o solamente un símbolo rojo que indica la persistencia de su creencia

De soldado desertor a sanador y bandido rural

La historia cuenta que Antonio Mamerto Gil Nuñez, hijo de José Gil y Encarnación Núñez, nació un 12 de agosto de un año que podría ser 1847, en Mercedes, Corrientes, en una zona que en guaraní llamaban Paiubre. Se dice que amaba los bailes y las fiestas, en especial la de San Baltazar, el santo cambá, que era devoto de San La Muerte, que tenía un excelente manejo del facón y que su mirada hipnótica era temible para los enemigos y fulminante para las mujeres.

Peón rural, sufrió los horrores de la Guerra de la Triple Alianza, y que luego fue reclutado para formar parte de las milicias que luchaban contra los federales.

Foto: Santuario Gauchito Gil

La leyenda cuenta que Ñandeyara, el dios guaraní, se le apareció en los sueños y le dijo: “no quieras derramar sangre de tus semejantes”. Entonces no lo dudó más y desertó del Ejército. Esa rebeldía, y conquistar a la mujer que pretendía un comisario, fueron algunos de los motivos de su sentencia de muerte. Le siguieron otras desobediencias intolerables para el poder de turno: se ganó el amor y la complicidad de la peonada correntina que lo empezó a conocer como a un justiciero, como a un héroe que protegía a los humildes, que robaba a los ricos para darle a los pobres, que vengaba a los humillados y que sanaba a los enfermos. El pueblo lo protegió, lo alimentó y lo cuidó hasta que lo capturaron mientras dormía la siesta un 8 de enero de 1878 y lo trasladaron a Goya. "Pero en el camino, a 8 kilómetros de Mercedes, cambiaron los planes y los miembros de la tropa lo colgaron boca abajo en un árbol de la zona".

Aquella tarde ninguno de los presentes, se animó a ejecutarlo. Finalmente, el coronel Velázquez, contra su voluntad y siguiendo órdenes de un superior, lo degolló. Dicen que su sangre cayó como una catarata que la tierra se bebió de un sorbo. En ese mismo instante nació el mito y su asesino se convirtió en su primer devoto.

“Con la sangre de un inocente se curará a otro inocente”, le dijo el gaucho a su homicida antes de ser decapitado. El coronel, luego de entregar a las autoridades la cabeza de Antonio Gil, se fue a su casa y al llegar encontró moribundo a su hijo. En la desesperación recordó las palabras del gaucho y cabalgó a toda velocidad hasta la zona donde habían enterrado el cuerpo y puesto una cruz de ñandubay. Juntó los restos de la tierra todavía húmeda por la sangre, untó a su hijo con ella y ocurrió el milagro.