La historia del primer asesino múltiple que asoló Mar del Plata y la zona
Catalino Domínguez, empleado municipal y residente en la loma de Stella Maris, pasó de una vida aparentemente común a convertirse en un asesino múltiple tras una infidelidad. Con ocho muertes a su nombre, su historia culminó en un enfrentamiento con la policía cerca de Madariaga.
Mar del Plata, en realidad, fue el segundo hogar de Catalino Domínguez. Oriundo de Rauch, se afincó en la Loma de Stella Maris con su esposa y su hija, tras conseguir un trabajo como chofer en la Municipalidad.
Era el año 1944 y las historias se sucedían. Se cuenta que le dio hospedaje a un tal Peñalva (o Lucheti), amigo suyo de otra época en los campos, y que una tarde, al regresar a su casa, lo encontró con su esposa. Otras versiones indican que, en realidad, Catalino era un hombre violento con su pareja y que el invitado lo habría encontrado maltratándola. Como fuera, se enfrentaron y Catalino salió con una bala en la pierna, haciendo el juramento de vengarse.
Su esposa y su hija dejaron Mar del Plata y Domínguez fue tras ellas. Llegó hasta Dolores, pero al no encontrarlas, cometió sus dos primeros asesinatos: degolló al padre y a la madre de su ex amigo.
Catalino Domínguez comenzó así una vida marcada por la violencia y la persecución, una carrera que lo llevaría por distintas provincias del país hasta regresar al sudeste de Buenos Aires. Una carrera que también lo llevaría a un cambio constante de identidad.
A pesar de todo esto, Domínguez fue detenido por la policía. Aunque logró escapar pidiendo ir al baño (un maizal cercano), de donde nunca lo volverían ver regresar, algunos meses después, en Mar del Plata, se enfrentó a tiros con la policía y fue detenido nuevamente. Con una herida en la pierna fue enviado al hospital, pero, al recuperarse, volvió a utilizar el mismo truco de pedir ir al baño y escapó nuevamente, según algunos, en bicicleta.
Alguien le informó a Catalino que vieron a su hija en Azul. Hacia allá se dirigió, pero nuevamente llegó tarde. Y, una vez más, mató a oras personas: a un anciano llamado Braulio Leguizamón (lo mató a martillazos), al arrendatario Guillermo Alberti y al peón Victoriano Serrano (luego de matarlo lo arrastró a caballo muchos kilómetros para que no lo descubrieran).
A esta altura, ya Catalino Domínguez era todo un personaje de quien se contaban historias en todos lados.
Catalino comenzó su periplo por distintas provincias. Su habilidad con algunas tareas del campo lo ayudaba a sobrevivir, junto con sus constantes cambios de nombre. Así, lograba eludir a la policía de distintas jurisdicciones, hasta que un día decidió regresar hacia la zona de Mar del Plata.
El cruce con los Mehatz y el final de Catalino
El 7 de marzo de 1948, domingo de elecciones en nuestro país, Martín Mehatz, junto con sus hijos Mayo y Marcelo, de 21 y 19 años respectivamente, decidieron ir hasta su estancia, cerca de Cobos, a buscar sus respectivas Libretas de Enrolamiento para poder emitir su voto.
Su mujer, junto a la esposa de Mayo y las dos hijas de este, se habían quedado en su vivienda de Colón y Jujuy, esperando el regreso de los hombres de la casa. Pero esto nunca sucedió.
Al día siguiente, las mujeres acudieron a la comisaría Primera a realizar la denuncia. Tanto el comisario como la brigada de investigaciones intervinieron en el caso. Juntos decidieron dirigirse a la estancia para tratar de encontrar alguna respuesta a lo ocurrido, aunque ya se sospechaba lo peor.
La estancia no era muy grande y contaba con pocas construcciones: apenas una casa principal y un galpón. Al llegar, la policía encontró la mesa con una comida a medio servir, un par de zapatos tirados lejos de la casa y un pantalón sucio con barro o sangre seca. Todas las prendas fueron confirmadas como propiedad de los Mehatz.
La policía insistió con la requisa al día siguiente, ya con más personal y un perro rastreador llamado Wolf. El resultado: solo rastros de sangre en las ventanas, pero nada de los tres hombres ni del coche.
La desesperación era total en la familia y el desconcierto generalizado en la sociedad.
Los hechos finales
Catalino Domínguez y un cómplice decidieron robar en la estancia de los Mehatz. La conocían bien y sabían los horarios de los dueños, pues habían trabajado en el lugar durante un tiempo.
Cómodamente instalados en el interior de la vivienda, lo último que esperaban era que los dueños regresaran tan pronto. Ese fue el detonante del último asesinato de Catalino Domínguez, o "El feroz asesino de las pampas", como ya se le conocía.
El resto es anecdótico: la furia de Domínguez se desató y mató a los tres miembros de la familia Mehatz a tiros, puñaladas y golpes. Luego, trasladó los cuerpos casi cuatro leguas y buscó un lugar donde esconder el auto.
Por esos días, también se presentó una denuncia ante la policía por el robo de unos recados y arneses de un campo vecino al de los Mehatz. La denuncia tenía nombre y apellido: el ladrón era un tal Pedro Aguirre.
La policía lo rastreó hasta la estancia La Espadaña, fue a buscarlo y, al recorrer la propiedad, se encontró con la resistencia a tiros de un individuo. Después de los disparos y con cuatro balas en el estómago, la cara y las manos, Pedro Aguirre yacía en el piso, boca abajo. La sorpresa de la policía fue ver que, en realidad, se trataba de Catalino Domínguez, quien vestía la ropa de uno de los Mehatz y, como prueba adicional, llevaba un llavero con la llave del auto Chevrolet 1940 de Martín Mehatz, y la llave del cofre del casino donde este trabajaba.
Un mes después del incidente, la policía encontró los cadáveres de los tres hombres de la familia Mehatz, no tanto por la búsqueda en sí, sino gracias al arrepentimiento y la declaración del cómplice de Domínguez.
A más de dos meses del asesinato y a un mes de la muerte de Catalino Domínguez, la policía llegó al lugar donde habían sido abandonados los cadáveres, a casi 100 kilómetros de donde abatieron a Catalino. Los cuerpos estaban marcados tanto por los balazos de su revolver calibre 38 como por los mazazos con los que Domínguez terminó la tarea.
Hoy, las anécdotas de Catalino ya no circulan entre las peonadas del campo, pero su historia perdura en dos biografías: una en forma de novela, escrita por un autor de Pinamar, y otra en forma de poema, obra de un escritor de la localidad de Dolores.
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