Vivir al lado del country

Unas 200 personas viven en Quebradas de Peralta Ramos, donde la lucha por detener el avance de lo privado sobre lo público se renueva cada mañana.

29 de Agosto de 2013 20:37

La defensa de lo público del avance de lo privado es una batalla que empieza todos los días en Quebradas de Peralta Ramos, un barrio semi rural del sudoeste de Mar del Plata que pelea metro a metro la instalación de un triple cerco perimetral que los separa del exclusivo country Rumencó, en donde un pedazo de tierra cotiza a cientos de miles de dólares.

Los problemas empezaron con la delimitación de las hectáreas donde se levantó el barrio cerrado, hace casi una década atrás. La colocación del primer alambrado romboidal incluyó la interrupción del curso del arroyo Corrientes, que cruza la barriada y termina en el mar. Los resultados, que se sintieron cuando cayó la primera lluvia, fueron catastróficos: sin espacio por donde escurrir, el agua inundó 18 de las 47 quintas que hay en la zona y arrastró plantas y animales.

Pero el inescrupuloso negocio de la inseguridad no se detuvo y tiempo después se reforzó la vigilancia con otros dos alambrados, uno de púas y otro electrificado; una trampa mortal para comadrejas, liebres y pájaros. Los vecinos se enteran cada vez que la emboscada se cobra una nueva víctima: automáticamente colapsa el generador de Edea y se corta la luz.

Al final, la mayoría de los quinteros, cansados de presentar recursos de amparos y pedir la intervención de la Defensoría del Pueblo, resignaron la cría de animales para no correr el riesgo de que se ahogaran con la siguiente precipitación.

La diferencia entre lo que ocurre de un lado y de otro del perímetro es determinante. Adentro, llegan todos los servicios: red eléctrica y telefonía con tendido subterráneo, Internet, agua corriente, cloacas, gas natural; canchas de tenis, fútbol y hockey. Pero del otro lado, el agua es de pozo, las cocinas funcionan a garrafa, tener una conexión a Internet es un privilegio de pocos y la única plaza del lugar es un terreno fiscal recuperado por los vecinos tras una pelea judicial que duró 30 años, pero que terminó con la quita de un cerco que había instalado una familia que pretendía quedárselo de manera ilegal. Hoy, allí crecen cuarenta fresnos americanos, seis jacarandás, dos araucarias, un aromo y una palmera.

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En Quebradas de Peralta Ramos todo queda lejos: la unidad sanitaria más cercana está a siete kilómetros, el centro de la ciudad a más de cien cuadras y el colectivo más próximo, a quince. La extensión del recorrido del transporte público de pasajeros, un viejo reclamo de los vecinos, les cambiaría literalmente la vida. “Mis hijos quedan libres por faltas todos los años. Yo tengo seis chicos y ahora que nos tenemos que arreglar con una motito porque se nos rompió el auto, llevarlos a todos a la escuela es imposible”, dice Paula.

Paula Bagnato es la presidenta de la sociedad de fomento y tenía apenas 3 años cuando su padre compró el primer terreno en la zona, en el '78. En ese entonces, allí funcionaba una cava de la que se extraía tosca y tierra colorada para asfaltar las calles céntricas de una ciudad que se consolidaba como uno de los principales destinos turísticos del país. Con el tiempo, cuando ya no quedó más nada para sacar, las excavaciones quedaron abandonadas y fueron rellenadas con piedra. Y sobre la piedra se plantaron pinos y eucaliptos que misteriosamente aún siguen en pie.

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La sociedad de fomento -una construcción de paredes blanquísimas y de limpieza impecable- es un espacio multifunción: es el aula donde se reúnen los estudiantes del Programa Educativo Barrial y del Plan de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios, el consultorio en el que una vez a la semana y durante tres horas una médica atiende las demandas de la zona y el sitio en donde los sábados se dan clases de taekwondo.

A dos cuadras de la sede barrial, entre árboles de manzanas, naranjas e higueras, surge una pequeña planta de reciclaje, fuente de trabajo de varias familias de Quebradas. Hasta ahí llegan los carritos cargados de papel, cartón, botellas de plástico y vidrio. El material es clasificado y organizado en fardos que después se venden por kilo. “Esto no es lo mismo que antes, todo está bastante parado desde que empezó a funcionar la planta en el basural del Monte Terrabusi”, cuenta Patricia Villegas, propietaria del emprendimiento y artista plástica. Al lado, su hijo –estatura media, sonrisa fácil, camiseta de Buonanotte- intenta su mejor pose para la foto.

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Paula dice que Quebradas es el paraíso, que no se imagina en otra parte, que ahí viven todos sus hermanos y que a la mañana se llena de pájaros carpinteros.

El sol de fines de agosto enceguece, quema en la cara; el cielo está limpio.

- Sí, es mi paraíso- murmura.