San Antonino: el misterio de la balsa cerrada

El dispositivo de seguridad se desprendió de la lancha pero flotó sin abrirse. Los tripulantes no la vieron, no tuvieron fuerzas para abrirla o falló el dispositivo de apertura. Pericias para saber qué pasó.

8 de Septiembre de 2016 08:26

“Sergio era bicho, siempre andaba con un cuchillo por si tenía que cortar la soga que une la cuna con la balsa. No se iba a rendir así nomás. Es muy raro lo que pasó”, cuenta un vecino en la vereda de la casa velatoria donde despiden a los tres marinero fallecidos tras el naufragio del San Antonino, hace exactamente una semana atrás.

Al borde de los 60 años, toda una vida en el agua, esa lucidez mental y fortaleza física que describe su amigo, le permitieron a Sergio Juárez flotar en el agua y pese al frío, agitar los brazos para que pudieran verlo sus compañeros de la “Madonna Di Giardini” cuando llegaron al rescate. A las luces del amanecer todavía le costaban doblegar las sombras de la noche.

La “San Antonino” viajaba al fondo del mar a 10 millas al este de Punta Mogotes, cumpliendo el destino inevitable que momentos antes había anunciado Claudio Zerboni. “Vengan a buscarnos porque nos vamos a pique”, les había dicho el patrón en el último contacto radial.

Es posible que cuando advirtió el ingreso de agua al casco de madera ya no pudo activar las bombas de achique para mantenerlo a flote. Se plantó el motor principal y quedaron completamente a oscuras. El peso del agua dentro de la estructura ejerce una fuerza descomunal que lo empuja hacia el fondo.

El instinto de supervivencia de Juárez no fue suficiente para doblegar el proceso de hipotermia que se genera al permanecer en un mar helado por más de media hora. Pese a todos los intentos de sus compañeros, no pudieron reanimarlo en la cubierta de la lancha. Carlos Campos y Gonzalo Godoy fueron rescatados sin vida del agua.

El naufragio del “San Antonino” expuso de manera brutal la falta de controles que existe en la banquina chica, acentuada por la idiosincrasia que arrastran los actores principales de la flota artesanal.

La irregularidad en el libro de embarque del “San Antonino” lamentablemente no es la excepción sino la regla en el comportamiento de esta flota, cuyos protagonistas creen que por ser los fundadores de la pesca en Mar del Plata tienen privilegios capaces de hacerlos funcionar sin ajustarse a derecho.

El cuerpo de Gonzalo Godoy fue una prueba imposible de disimular para Prefectura y eso le valió que el juez Santiago Inchausti que entiende en el caso, la desplazara del operativo de búsqueda y rescate de los ya no dos sino tres tripulantes que continúan desaparecidos hasta el día de hoy: el marinero Alejandro Ricardenez, el engrasador Pablo Pardo y el ya mencionado Zerboni.

Qué hubiese pasado si en lugar de Godoy aparecía el cuerpo de alguno de los otros tripulantes que figuran en el rol de embarque que entregó la agencia marítima Hugo Simonazzi a la Prefectura.

La fuerza que debe velar por la seguridad de la vida en el mar pero no controla la salida a pescar de estas embarcaciones para verificar que haya coincidencias en el rol de embarque, es muy probable que lo hubiese negado hasta la eternidad.

Una pista ya había entregado el Jefe de la Prefectura Mar del Plata, Gustavo Campanini –con los días contados en este destino después del naufragio- quien conocida la noticia del hundimiento se apuró en aclarar que toda la documentación de la lancha estaba en regla.

Salvo el detalle de que en la lancha no iban 5 tripulantes sino 6, las demás certificaciones que debía tener la “San Antonino” estaban en regla. La balsa vencía el próximo 24 de septiembre, según confió un allegado al fiscal Nicolás Czizic, que interviene en la causa.

La balsa tiene un “recorrido de seguridad” que debe cumplirse de manera periódica. Aunque Prefectura tiene atributos para cumplir con esa tarea, la delega generalmente en el proveedor del dispositivo.

En el funcionamiento de la balsa se centra parte de la investigación judicial porque si se hubiese abierto posiblemente no se hubiesen perdido las tres vidas de los marineros cuyos cuerpos pudieron ser rescatados. Por estas horas no se sabe con certezas qué pudo pasar con los otros tres: si alcanzaron a saltar al agua o quedaron atrapados dentro de la lancha.

Inchausti también intenta establecer por qué se produjo el naufragio. Para eso será clave que los buzos puedan descender a los 34 metros donde el sonar reveló la presencia de una marca que podría ser el casco de la embarcación.

La balsa viene equipada con una válvula hidrostática que permite, en caso que el barco se hunda, por presión del agua, liberarse de manera automática y alcanzar la superficie. Su vecino cree que Juárez pudo cortar la soga que sujeta la balsa a la cuna, aunque no era indispensable.

Ese inconveniente fue superado. O porque alguien la liberó de la cuna antes del hundimiento o porque se activó la válvula, la balsa alcanzó la superficie esa madrugada trágica.

A pesar de lo dicho por el vocero de la Armada en la mañana del viernes 2 -adjudicó a la Fuerza el hallazgo de la balsa cerrada-, la misma había sido rescatada por los marineros del “Madonna Di Giardini” el día anterior. De la banquina chica fue retirada en la caja de una camioneta roja de Prefectura.

El punto que ahora busca determinar el Juez es por qué no se abrió. “A la balsa la podes tirar al agua, pero si no accionas la válvula de "inflado" que está dentro, herméticamente cerrada, no se va a abrir nunca”, cuenta un especialista en seguridad consultado para esta columna.

Desde adentro de la balsa sale una cuerda a través de un orificio sellado. Se debe tirar fuertemente de esa cuerda para que ponga en funcionamiento la válvula de "inflado": aire comprimido que expulsa la cascara (eso que parece un tambor de color blanco) y emerge la balsa.

Hay varias hipótesis para intentar explicar por qué la balsa se mantuvo cerrada. La primera es que en medio de la madrugada, con el shock post naufragio, con los músculos entumecidos ninguno pudo alcanzar el tambor blanco o no llegaron siquiera a divisarlo.

Otra alternativa es que quizás alguno de ellos pudo llegar hasta el tambor pero, exhaustos, aunque tiraron de la cuerda, la balsa nunca expulsó el cascarón y emergió para salvarlos.

“Todo eso que me preguntas lo determinarán las pericias”, confía una fuente judicial con acceso al expediente.

Al cierre de esta columna las malas condiciones reinantes en las últimas horas habían amainado y el equipo de buzos se aprestaba desplegar el operativo para intentar llegar hasta el lecho marino e identificar el casco del San Antonino.

Si no se modifican algunas conductas, si los patrones siguen firmando papeles de mentira, si no mejora el control en banquina de Prefectura, si no se toma conciencia que lo que está en juego es la vida misma y hay que formarse y capacitarse para enfrentar estas situaciones límites, nada cambiará.

El dolor, la angustia y la amargura que atravesó a todo el puerto y a la ciudad al conocer el triste final del San Antonino, apenas se apaciguarán. Si las cosas no cambian, la historia está condenada a repetirse.