El vacío más temido

Más de 150 fuentes de trabajo en riesgo por la crisis de un empresario que alquilaba la planta de Barillari y procesaba pescado en tres fasoneras. Incertidumbre entre deudas, suba de costos y efecto dominó.

Exfrigorífico Barillari. Postal de inactividad e incertidumbre

17 de Marzo de 2016 08:16

Primero dejó de mandar merluza a procesar en sus tres plantas satélites. Después comenzó a vaciar la cámara del frigorífico central, epicentro administrativo y eslabón final de la cadena productiva.

Los que le siguieron los pasos en estas últimas semanas aseguran que en medio de la retirada hasta tuvo tiempo de vender su casa, un bonito chalet en Paunero al 4400, a pocas cuadras de su oficina.

El domingo pasado, ya era de noche, su hijo y su yerno, vaciaron las oficinas administrativas de papeles importantes y hasta se llevaron las computadoras. Se olvidaron algunos sellos personales, pero no parece que los fueran a necesitar.

Roberto Funes emitió señales tangibles que delataban su intención de desaparecer de los lugares que solía frecuentar. Tras su fuga quedaron más de 150 trabajadores del pescado sin la posibilidad de continuar procesando materia prima y una deuda con proveedores de más de 30 millones de pesos.

Funes habla desde Buenos Aires. Dice que no vive en esa casa y no le debe nada a nadie. Pero su principal proveedor de pescado lo desmiente. Y en el puerto todos conocen su precaria situación financiera. Aunque los más complicados en esta historia son los trabajadores y sus familias que no tienen espalda para aguantar el portazo de Funes y los suyos.

Funes arrancó en esto de comprar pescado entero en muelle, procesarlo en plantas cuasi clandestinas y venderlo en gris en el mercado interno hace casi dos décadas. Marcela Castro una de sus obreras, puede repasar sin dificultad sus antecedentes. Es filetera de la planta ubicada en Marcelo T. de Alvear y Hernandarias, que funciona bajo el nombre ficticio de Cooperativa Juan Fish, junto a unos 40 compañeros.

“Nadie está asociado a ninguna cooperativa. Es todo una gran mentira. Lo conozco a Funes hace más de 15 años, desde que arrancó en Gianelli 1045”, dice Marcela con la precisión con la que corta una merluza y la convierte en dos filet apenas en un par de movimientos.

En noviembre del 2012 Roberto Funes dio un paso trascendente. Junto a su hijo Matías y su yerno, Hernán Bustos, queda como la cara visible de Fisherman SRL, la empresa que alquilaba el frigorífico de Franco Barillari, en José Hernández 69, a metros de Juan B. Justo.

“Tenía un almacén y le iba bien. Pero quiso manejar un supermercado sin pagarle a los proveedores”, resume un industrial como Funes, pero más prolijo.

En realidad se sospecha que detrás de Fisherman siempre estuvo Barillari. Porque los trabajadores reconocen que era Gustavo García, contador al servicio de Franco, quien abonaba las quincenas. Y uno de los principales dadores de pescado fresco era Agliano, casualmente quien se quedó con el “Juan D'Ambra” y “Santa Bárbara”, parte de la flota pesquera de la fallida Barillari. En el frigorífico todavía hay cajas de cartón con su isologo.

Los otros proveedores de pescado constante para que Funes haga girar la rueda eran los Baldino, que también se quedaron con los buques fresqueros “Mar Esmeralda”, “Altalena” y Kantxope” todos con amplia cuota de merluza.

Con todo el pescado que le mandaban para procesar a Funes no le alcanzaban los 47 obreras que venían con el inventario del Frigorífico en José Hernández. Son trabajadoras con más de 20 años en la firma y están efectivas bajo el convenio del 75.

“Estábamos trabajando bien, nadie sospechaba de esto”, confiesa Blanca Gómez, delegada sindical, que encabeza la toma pacífica de las instalaciones administrativas en el primer piso. “En realidad esto siempre fue una caja de sorpresas”, lamenta en voz alta para resumir todas las vicisitudes que tuvieron que atravesar de la mano de Barillari.

“No se puede trabajar con la merluza a $17 para mercado interno. No dan los costos, te fundís trabajando”, explica Funes para argumentar por qué no puede darle pescado a procesar a su gente. “Los armadores especulan, no pescan y sube el precio. Lo que me pasa a mi le pasará a otros. Solo quedarán los grandes, los que tienen espalda para aguantar”, revela.

“Fundir trabajando”…lo mismo había dicho el año pasado el empresario Oscar Polleti. Pero ahora hubo devaluación y quita de derechos de exportación. Parece que no les alcanza. “La luz me va a subir de 120 mil pesos a 500 mil la próxima factura”, dice Funes.

La sorpresa de los obreros por la interrupción del trabajo se sustenta en que Funes había acordado proveer de pescado a Newsan, empresa china con fuerte injerencia en las exportaciones pesqueras nacionales. Como paga la factura con el IVA, a muchos empresarios locales les conviene hacer trato con ellos porque recuperan el impuesto más rápido que la devolución del gobierno. “Le vendía al costo para tener liquidez para hacer frente al pago de salarios”, dice Funes.

A unos metros de la puerta principal del frigorífico, frente a la cortina metálica por donde salen los camiones cargados con pescado procesado, restos de neumáticos, ya consumidos por el fuego, todavía irradian calor y hacen más pegajosa la tarde. Una respuesta sin proporción ante la incertidumbre del presente y el desempleo inmediato.

Además de mandar pescado a “Juan Fish”, Funes alquilaba una planta en Guanahani al fondo, donde la calle se corta por la Cantera. Ahí funcionaba la cooperativa “Oceanic”. Otro nombre vacío con el que precarizaba a cerca de 50 trabajadores, en su mayoría fileteros.

También cortaba pescado en un predio de su propiedad, en San Salvador y Figueroa Alcorta, conocido como planta “El Tubo”, en la que empleaba a 35 trabajadores. Acá

también el lunes desde la mañana, cuando se corrió la voz que Funes había desaparecido, fue el epicentro del reclamo.

Cesar Olivera es capataz de lo que identifican como planta “Juan Fish”. Hace 6 años que trabajaba para Funes. “Todo lo que hacíamos iba a parar a José Hernández”, cuenta. De eso se encargaba Javier Bastias, camionero. “El camión era de ellos, yo también estaba en negro”, asegura. En los mejores tiempos Funes llegó a procesar 60 mil kilos de merluza por semana.

“Sabemos que está en Buenos Aires buscando alternativas”, cuenta Cristina Ledesma. Desde el mismo lunes la Secretaria General del Soip hace gestiones para pedir la intervención del Ministerio de Trabajo. Al cierre de esta columna todavía no había dado con un domicilio dónde notificar a Funes.

Los obreros del pescado no son los únicos interesados en que aparezca. Desde el grupo Baldino aseguran que la deuda de Funes es “muy, muy importante”. Cómo dejan que se les deba varios millones a esta altura, es poco relevante en relación al futuro de estos 150 trabajadores. “Si te digo el número vas a pensar que somos unos imbéciles”, reconocen cerca de Baldino.

Como dadores de pescado, los armadores son solidariamente responsables de los movimientos en zigzag de Funes. Es probable que le tiren una última ficha para evitar enfrentar la demanda de los trabajadores. Harán falta muchas más para llenar el vacío que avanza entre las calles del puerto.