La hija que jugaba al ajedrez por carta con su papá

24 de Marzo de 2016 11:53

Por Redacción 0223

PARA 0223

Por Julia González

Soy Julia, la hija mayor de Amílcar González, y a mí, como a tantos otros, el Golpe Militar del 24 de marzo de 1976 me cambió la vida.

Mi infancia se vio interrumpida cuando secuestraron a mi padre en Mar del Plata el 25 de marzo de 1976 y, posteriormente, fue trasladado a la Unidad 9 de La Plata donde yo vivía con mi madre, mi abuela materna y mi hermano. A partir de eso, yo pasé dos años y medio yendo a visitarlo a la cárcel todos los sábados con mi abuela paterna.

Son muchos los recuerdos, todos son tristes…

Los adultos a mi alrededor no me podían explicar lo que ellos mismos no entendían, porque la violencia, la muerte y el horror no tienen explicación.

Algunas imágenes están guardadas en mi memoria como si fuera una película: las colas desde las cuatro de la mañana en la cuadra de la cárcel, rodeada de las familias de los presos que, en muchos casos, viajaban desde lejos. Todos empobrecidos, humillados por la requisa que se ensañaba con los familiares afuera como con los presos adentro, el olor que había, los ruidos de portones, los llantos y gritos cuando te decían que el preso no salía por castigo o porque “ya no estaba allí”.

Las Navidades eran un capítulo aparte, pues se corría la voz de que soltaban gente en esas fechas. Lo recuerdo muy bien porque toda la familia estaba alerta: No vaya a ser que justo lo soltaran y no estuviéramos en casa.

Repasamos con mi papá, en la visita anterior, las calles que rodeaban el penal y le indicaba que la avenida más próxima (avenida 7) quedaba desde el portón a su derecha, para que no se desorientara al salir. También dejamos dinero debajo de una piedra en la puerta de mi casa en Gonnet, por si lo soltaban…

Jugábamos al ajedrez por carta, que tardaban dos semanas en llegar, y a mí me resultaba aburrido pero él se entretenía un poco.

La complicidad de mi maestra de la primaria, Nidia, que sacaba mi boletín antes de fecha para que lo llevara a la cárcel y le mostrara todos los “Excelentes” a mi papá.

La adolescencia, sin embargo, no fue mejor… Festejé mis 15 años despidiendo a mi papá en Ezeiza esposado (haciendo uso del derecho de opción para salir del país hacia el exilio): recuerdo que parecía otro, tan flaco, demacrado, caminando con la cabeza gacha como los presos entre el tumulto de gente, y yo pensando que ya no lo vería todos los sábados

Como yo estudiaba danzas clásicas en el Teatro Argentino de La Plata me refugié en el arte, que era lo único bello que encontraba a mi alrededor. Ese era el alimento para mi alma y me inventaba mundos de fantasía entre arabescos y tutús… Esa era la felicidad.

Después, como si faltara algo, llegó Malvinas y tuve que ver a algunos de mis pares partir a la guerra para no volver.

El significado de la palabra Genocidio lo entendí años más tarde, aunque ya lo había registrado sin darme cuenta en cada historia que escuchaba, en los tiros que se oían de madrugada, en el allanamiento feroz que nos hicieron una noche, en la desaparición de mi vecino Horacio Úngaro en “La noche de los lápices”, y en mi llanto en silencio por las noches.

El significado de la palabra Exilio llegó de igual manera, ya que no volví a ver a mi padre hasta que pudo volver con la democracia.

Hay quienes dicen que “La vida te da revancha”, y a mí me la dio: puedo ver crecer a mis hijos en libertad, y siento la restauración con cada nieto recuperado.

Así que cuando el tango pregunta “¿Quién se robó mi niñez?”, yo tengo la respuesta...