Grandes vidas de escritores contadas por escritores

Silvina Ocampo, Haroldo Conti, Mary Wollstonecraft, Ítalo Calvino, César Pavese, Sócrates, Delmira Agustini y Trotsky. Algunos de sus días contados por otros y otras grandes de la literatura. Todos tienen una cuota de genialidad, tanto el personaje como a quien lo cuenta.

8 de Noviembre de 2020 08:53

Hoy reúno fragmentos de vidas. Vidas fundamentales para muchos de nosotros que amamos las letras, que sobrellevamos nuestros días con la literatura. Se trata de una suerte de pantallazo rápido por la biografía de grandes personalidades literarias, narradas por otros grandes.

Todos tienen una cuota de genialidad, me refiero tanto al personaje como a quien lo cuenta. Repito, la intención es leer a grandes escritores y escritoras narrando apenas un fragmento de la vida de otros y otras grandes.

Las ideas y las palabras elegidas por ellos no hacen más que detallar, de la mejor forma posible,  algunos días en la vida de  terceros. Días de los más claros, pero también de los más oscuros. Días iniciáticos y hasta días finales.

¿Fue la vida de algunos de ellos y ellas tan literaria como su obra? No lo sé, pero sí redescubro que las genialidades literarias de otros pueden hacer de una vida, más o menos, literatura pura.

Pero para esta transformación literaria, primero hay que saber leer la vida de alguien. En algunos casos desde la cercanía, desde la amistad y el vínculo personal, en otras desde el pensamiento y el reconocimiento. Lo cierto es que todos logran transmitir ese secreto carácter de la personalidad que los ha hecho ser quienes son para cada uno de nosotros.

Así como también es cierto que escuchándolos, o leyéndolos,  contar algunos de los días de otros, cada uno de estos escritores y escritoras  le dan a sus propias obras un nuevo sentido, fundiéndose y confundiéndose con los propios protagonistas de estas vidas que fueron vividas mucho antes de ser pensadas para su escritura.

El disfrutar y el querer compartir ese disfrute de Silvina Ocampo por Mariana Enríquez. (La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo. Anagrama – 2020)

Silvina disfrutaba de los veranos en su magnífica casa, iba todos los días a la playa, sus fotos en bicicleta sobre la arena la encuentran radiante, hermosa, con su sweater blanco y las piernas magníficas al sol. En una carta enviada desde Mar del Plata en 1941 le escribía a su amigo Pepe Bianco: « ¡No te imaginas lo que siento no poder mandarte mañanas enteras en este sobre!: por ejemplo, la mañana de hoy. Había bandadas de mariposas en la playa, muchas se quedaron muertas en la orilla del mar. Al principio creí que eran sucios papeles de chocolatines y de sándwiches (...) pero eran verdaderas mariposas desteñidas por el viaje. ¡Inspiraban ternura! Sin embargo nadie se enterneció ni se asombró. ¿No es asombroso bañarse en el mar entre mariposas? ¿Caminar en la orilla de un mar sobre mariposas? ¿Comer sándwiches con mariposas, respirar mariposas?»”

El dolor y el arrepentimiento de Eduardo Galeano por la ausencia de Haroldo Conti. (Haroldo Conti: Una épica del río y de la llanura. Camilo Sánchez y Néstor Restivo. Ediciones Instituto Movilizador – 2005)

“¿Cuántos naufragios sufrió mi hermano Haroldo, además de aquél que le rompió el barco contra la costa de Brasil? ¿Cuántas veces creyó descubrir en la bruma, la perdida nave azul? ¿Cuántas veces se reventó contra las rocas? ¿Para qué escribe mi hermano Haroldo si no es para salvarse y salvar lo que merece ser salvado?

¿Es dura la travesía, hermano? ¿Andar duele? Al final del recorrido no está la eternidad sino nosotros. No te detengas. No te vayas a caer, que te andamos precisando.

El río se vuelca en la gran vertiente y moja y abraza las islas solitarias. Así nos dan tus palabras agua y calorcito.

¿Está muerto? Quién sabe. Hoy hace una semana que lo arrancaron de la casa. Le vendaron los ojos y lo golpearon y se lo llevaron. Tenían armas con silenciadores. Dejaron la casa vacía. Robaron todo, hasta las frazadas. Los diarios no publicaron una línea. Las radios no dijeron una palabra. El diario de hoy trae una lista completa de las  víctimas del terremoto de Udine, en Italia.

Hoy Marta me estrujó, llorando, y me dijo: “Dame fuerzas”. Ella estaba en la casa cuando ocurrió. También a ella le habían vendado los ojos. La dejaron despedirse y se quedó con un gusto a sangre en los labios.

Hoy hace una semana que se lo llevaron y yo ya no tengo cómo decirle que lo quiero y que nunca se lo dije por la vergüenza o la pereza que me daba”.

Los inicios de aquella que escribió Frankenstein por Esther Cross. (La mujer que escribió Frankenstein.  Emece – 2013)

“Hay lugares que son un imán en la vida de las personas. Van sumando razones de atracción que los convierten en lugares necesarios. De chica, Mary siempre iba a Saint Pancras. Aparecerá en sus recuerdos como un lugar de paseo, como un refugio, como un recurso. Se sentaba en la tumba de su madre y leía los libros de su madre y su padre. Leer y comunicarse con los muertos eran trances similares: entendimientos con personas ausentes (el muerto, el autor), transportaciones a otros mundos. Si al escribir el autor vivía o revivía lo que contaba, la lectura resucitaba el texto porque el lector lo ponía en movimiento, nuevamente, al leerlo. Leer en el cementerio era algo normal y frecuente, pero a Godwin le preocupaba que Mary fuera tanto. Había gente paseando o sentada en el césped. Las tumbas, decía Wollstonecraft, mantenían unidas a las familias, que eran el núcleo de la sociedad, como se sabe desde entonces”.

El final de Ítalo Calvino por Juan Forn. (El hombre que fue viernes – 2011)

El reposo del viajero

“El veneciano Marco Polo en realidad era croata. Por eso le simpatizaba tanto al sanremés Ítalo Calvino, que en realidad era cubano, aunque antes de cumplir los dos años volvió con sus padres a San Remo, ciudad que por entonces era tan poco italiana que los diarios de Niza llegaban cada mañana antes que los de Milán o Turín.

Tan poco italiana era San Remo que el padre de Ítalo Calvino cultivaba allí (en la Estación Experimental de Floricultura que fundó) pomelos y paltas. Marco Polo volvió de la China con frutas igualmente exóticas, pero los genoveses, que no querían nada a los venecianos y los acusaban de mentirosos incorregibles, mandaron a Marco Polo a la cárcel, y allí él dictó un detallado relato de sus viajes.

En su lecho de muerte, cuando sus seres queridos le rogaron que confesara si de verdad había llegado hasta la China y tratado con el Khan (el honor de la familia estaba en juego), Marco Polo tuvo tiempo de lanzar una última carcajada y decir: «Es todo cierto. Pero sólo conté la mitad de lo que vi». Cualquiera que haya leído Las ciudades invisibles sabe que Ítalo Calvino reunió en ese libro la otra mitad de los viajes de Marco Polo, tal como éste se los habría relatado al Khan. Pero también Calvino se abstuvo de incluirlo todo. Dejó fuera cuatro ciudades, que pertenecían a cuatro órdenes imperiales diferentes: el soviético (con Moscú como epítome), el norteamericano (con Nueva York como síntesis), el Japón (con Tokio como summa) y París, la ciudad europea por antonomasia.

A diferencia de Marco Polo, Ítalo Calvino no tuvo lecho de muerte. Murió sentado, escribiendo, de un derrame cerebral que no le produjo ningún sufrimiento pero lo privó de soltar una última sonrisa desde el lecho antes de confesar a sus seres queridos dónde había dejado el relato de esas cuatro urbes no incluidas en Las ciudades invisibles. Por suerte, los seres queridos de Calvino, su esposa argentina Chichita Singer, y la hija francesa de ambos, la bellísima Giovanna, reunieron en un libro póstumo sus papeles autobiográficos, que titularon Eremita en París. Y así fue como sus lectores pudimos saber dónde había camuflado Calvino el relato de las últimas cuatro ciudades  invisibles que el Khan habría querido que Marco Polo le describiera”.

Una habitación, un gato y el suicidio de Cesar Pavese por Abelardo Castillo. (Las palabras y los días. Seix Barral -  1999)

 “Los suicidios son homicidios tímidos”, escribió días antes de matarse, y unos años atrás: “Nadie se mata por el amor de una mujer”. Se mata para matar el universo, pudo agregar. Cesar Pavese quiere ajustar cuentas con las mujeres, con los hombres, con la literatura, con la muerte… La casi totalidad de su diario está dirigida a un tú, a una segunda persona, que es el propio autor, un Pavese que es siempre otro o que incluso se enmascara en la universalidad del  todos… La penúltima anotación del diario, sin embargo, está escrita en primera persona. Después de hablar maniáticamente del suicidio durante quince años como si hablara de la muerte de otro o del hombre en general, dice con brusca felicidad: “¿Por qué morir? Nunca he estado tan vivo como ahora, nunca tan adolescente”. Diez días más tarde, alquila una habitación en el hotel Roma, se encierra con un gato y se mata”.

¿Por qué matan a Sócrates? por Robin Waterfield. (Why Socrates died. Gredos – 2011)

Jenofonte ha conservado una bonita anécdota.  Acabado el juicio, mientras lo conducían a prisión a la espera de ser ejecutado, Sócrates se hallaba en compañía de unos pocos seguidores, algunos de los cuales se sentían profundamente afligidos. Uno de ellos dijo que lo que le resultaba especialmente duro de soportar era que no hubiese hecho nada que mereciera semejante muerte. Sócrates le respondió riendo: « ¿Te sentirías mejor si la hubiese merecido? »…

Las últimas palabras de Sócrates dichas a su viejo amigo Critón desde su lecho de muerte en la prisión, mientras el veneno se adueñaba de su cuerpo, fueron: «Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que paguémoslo y no lo descuides». Asclepio era el dios de la curación y su culto había sido introducido en Atenas hacía menos de treinta años. Estas famosas y misteriosas palabras han sido objeto de numerosas interpretaciones. Me gustaría añadir una más. Jugando con el vínculo estrecho entre phármakps y phármakpn, «chivo expiatorio» y «remedio curativo», Sócrates se vio a sí mismo como el médico que sanaba los males de la ciudad por medio de su muerte voluntaria. Se debía una ofrenda de gratitud al dios de la curación”.

La impotencia de Manuel Ugarte por perder para siempre el amor de Delmira Agustini por Pedro Orgambide. (Un amor imprudente. Evaristo Editorial – 2019)

“No me sorprendería que abriese esa puerta y apareciera desnuda en mi cuarto. Pero eso no ocurrirá. Ahora escribo para revivirla, para entender el hecho atroz. Es como mirar viejas fotografías. Uno  piensa en lo que hay detrás de ese gesto, del movimiento que la foto inmoviliza. La vida, las sucesivas vidas están allí: interminables instantes en que uno sabe que está vivo. Y ella (lo sé) tenía una extrema conciencia de su vida, de su cuerpo, de su desnudez.  No, no me sorprendería que abriese esa puerta, que apareciera desnuda en este cuarto. Basta proponérselo, me digo. Pero es un juego peligroso. Uno puede enloquecer, caer en su propia trampa. Trato de revivir, en pocas imágenes, a Delmira; describir el ademán, el gesto de quien no está. Se trata, al fin, de no aceptar que un hecho absurdo (el crimen) cierre definitivamente la historia. Hay algo de grotesco, de inacabado, de obsceno, en la relación de Reyes con Delmira. Pero entre ella y yo corren los perros amarillos de los celos. Se interponen, me impiden llegar hasta ese cuarto de hotel donde pude desarmar a Reyes, donde pude matarlo. Él ganó. Tirado en el suelo, muerto, pudo vencerme. Ya no tendré a Delmira. Nunca”.

El origen de Trotsky por Paulo Leminski. (Vidas. Puente aéreo – 2013)

Ese que nosotros conocemos como Trotsky era hijo de un judío hacendado del sur de Ucrania, propietario de la hacienda Yanovka, en la provincia de Kherson, cerca del pueblito de Bobrinetz.

Desde el inicio, Trotsky  ya trae las marcas de un destino singular.

¿Dónde se ha visto un judío labrador? Los judíos siempre fueron vistos en Europa como un pueblo esencialmente urbano, viviendo de actividades ligadas al sector terciario… Lev creció, “chico de ingenio”, entre trabajadores del campo y rudos labradores ucranianos, libre, como su padre, de las marras del judaísmo ortodoxo tradicional.

Tal vez esté ahí la raíz de la extraordinaria libertad de pensamiento crítico que siempre le fue característica, como teórico, como orador y como hombre de acción. En esa libertad, su estilo de pensar tiene algo que recuerda el pensar de Marx, otro judío des-judaizado, un pensar de esencias y médulas, con el coraje de ir hasta las últimas consecuencias de su movimiento inicial, pasando por encima de los preconceptos, lugares comunes y verdades estratificadas.

Cada una de estas pocas líneas logra encerrar toda una vida. La vida pasada de alguien que ya murió. ¿Pero ya murieron? ¿Son estas vidas parte del pasado? ¿O acaso no siguen impactándonos desde ellas como parte de su obra y, hasta en algunos casos, desde la identificación?