Caso Nicuez: la historia de una familia que nunca más pudo volver a reunirse

Eliana, Lautaro y Bautista murieron tras ser atropellados en Luro y 184. Juan Carlos Belasco fue condenado a 8 años de prisión y días atrás le otorgaron la libertad condicional por haber cumplido dos terceras partes de la pena. La familia de Eliana y la del papá de los chicos reclaman justicia.

13 de Agosto de 2020 17:29

La tarde del viernes 12 de abril de 2013, Eliana Nicuez de 25 años y sus hijos, Lautaro de 7 y Bautista 2, cruzaban la avenida Luro a la altura de 184 cuando fueron atropellados por Juan Carlos Belasco, y los tres murieron en el acto. El conductor escapó del lugar y, horas más tarde, se presentó en la comisaría para denunciar el robo de su auto. Cuando lo detuvieron, se confirmó que estaba alcoholizado

Dos años y dieciséis días después del trágico hecho, el Tribunal Criminal 2 de Mar del Plata condenó a Belasco a ocho años de prisión por triple homicidio con dolo eventual y diez años de inhabilitación para conducir. El caso que conmocionó a toda la ciudad volvió a ser noticia en los últimos días, luego de que el Juzgado de Ejecución Penal 1 le otorgara a Belasco la libertad condicional al considerar que ya había cumplido las dos terceras partes de la condena. Entonces, al duelo de la familia Nicuez se le sumó un nuevo temor: encontrarse al responsable de la muerte de Eliana, Lautaro y Bautista en la panadería del barrio, o caminando por la calle.

Eliana era la penúltima de nueve hermanos. Había empezado a trabajar como camarera a los 15 años con un objetivo: tener su propia casa y un auto. Su último trabajo fue en la Fonte D’Oro de Alem y Formosa y todos los días se cruzaba la ciudad en colectivo -vivía en la zona donde la atropellaron- para cumplir con su horario. “Era honesta, trabajaba de sol a sol para darle todo a sus hijos; tenía voluntad y unas ganas admirables”, la recuerda Daiana, una de sus hermanas, quien solía cuidar a los nenes durante esas horas. Ese año, el último de su vida, Eliana había trabajado durante toda la temporada y con el dinero que venía ahorrando empezaba a cumplir su sueño. Apenas quince días antes del siniestro fatal se había comprado un Gol y cinco días más tarde había escriturado a su nombre un terreno en el barrio La Florida, en donde proyectaba construir su hogar y una casita del árbol para los chicos.   

Eliana con su bebé en brazos junto a sus padres y sus hermanos Rosana, Analía, Mauricio, Diego, Matías, Mariano, Daiana y Nicolás.

Mientras su vida de a poco se ordenaba, Eliana también empezó a pensar en estudiar: quería ser acompañante terapéutica. De hecho, el día de la fatalidad, tenía previsto visitar a su hermana mayor para que la asesorara, ya que ella había realizado la misma carrera. Pero, quizás porque estaba cansada de tantas horas de trabajo, no fue. Al menos, eso creen sus familiares. “Nos enteramos recién cerca de la medianoche lo que había pasado”, se acuerda Daiana. En la casa de Eliana, sobre la mesa, habían quedado la llave del auto y demás pertenencias. Hoy, a más de siete años de aquel día, piensan que pudo haber salido a hacer un mandado y alguna urgencia la habría llevado a cruzar la avenida, ya que solía evitar hacerlo por miedo al tránsito.

El duelo de los Nicuez comenzó después de que la justicia condenara a Belasco. Sin embargo, nunca más volvió a reunirse la familia completa: sólo pudieron verse por separado, de a uno. Les parece que así la ausencia de Eliana y los chicos se siente un poco menos. También se turnan para cuidar el terreno que había comprado de Eliana. Le cortan el pasto, lo mantienen en condiciones y se comunican permanentemente con los vecinos para que nadie lo usurpe. Todavía no saben qué destino le darán.

“Tuvimos una infancia hermosa, con almuerzos de Navidad que seguían hasta la cena; con pascuas en las que escondíamos los huevos para que los chicos los buscaran”, asegura Daiana. Hoy, los primos de Lautaro y Bautista, esos chiquitos que hace siete años llevaban los carteles con las fotos de su tía, son adolescentes que participan activamente de los pedidos de justicia. Incluso, este viernes a las 15 estarán en la esquina de Luro y 184 -con el correspondiente distanciamiento social- para pedir que Belasco termine de cumplir su condena en la cárcel

La familia de Eliana nunca más pudo volver a reunirse y, entre todos, cuidan el terreno que había comprado para hacerse su casa.

Cuando ocurrió la tragedia, Eliana y Pedro Zarelli, el papá de sus hijos, estaban distanciados y por eso él se había mudado a lo de Romina, su hermana. Ella, que además era la madrina de Lautaro, fue quien le dio la noticia la fatídica noche del 12 de abril de 2015. Se había enterado por Facebook y si bien las primeras informaciones daban cuenta de que los fallecidos era una nena y un nene, el presentimiento de que se trataba de sus sobrinos no la dejó dormir. “Lo desperté y le dije que saliéramos a averiguar. En ese momento vivíamos a unas pocas cuadras de la comisaría sexta, así que nos fuimos rápido para allá. Cuando llegamos, la oficial que nos recibió no podía hablar”, relata Romina. Sin embargo, no hicieron falta las palabras: sobre uno de los escritorios estaba el celular de Eliana

Pedro y Eliana se habían conocido hacía más de diez años y si bien se habían separado, sus familiares confiaban en que la reconciliación estaba cerca. “Cada vez eran más las noches en las que él se quedaba a dormir en lo de Eliana”, cuenta Romina, para quien su cuñada era “una excelente persona”. 

Desde el principio, Pedro evitó hacer declaraciones públicas y sus allegados reconocen que también se volvió un hombre muy reservado en la intimidad. “Era una persona extremadamente divertida y después de eso se empezó a aislar. La pérdida de sus hijos le provocó un daño inmenso e irreparable”, confía su hermana. "Él no va a recuperar a sus hijos ni yo a mis sobrinos, así que lo único que nos queda es pedir que el responsable de sus muerte esté en la cárcel. La única terapia que nos sirve para poder seguir adelante es que se haga justicia", concluye.