A 147 años de su fundación, un recorrido por seis lugares históricos de Mar del Plata

10 de Febrero de 2021 08:05

Por Redacción 0223

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Una misión jesuítica a orillas de la laguna 

Casi 140 años antes de la fundación de Mar del Plata, en noviembre de 1746, un grupo de cinco misioneros jesuitas enviados por la Corona española se asentaron a la vera de la entonces Laguna de las Cabrillas, lugar que tiempo después fue denominado Laguna de los Padres. Allí, los religiosos José Cardiel, Tomás Falkner, Gerónimo RejónMatías Strobel y Manuel Querini fundaron la Misión de Nuestra Señora del Pilar del Volcán y desde un comienzo tuvieron enfrentamientos con los aborígenes puelches o serranos que ya habitaban esa zona, y que vivían d la caza de animales y en la recolección de frutos de la región. 

Los ataques al grupo de jesuitas eran liderados por el cacique Cangapol “El bravo”, que reclamaba a los colonizadores la provisión de yerba, tabaco y géneros, entre otros insumos. La constante tensión en el lugar determinó el fin de la misión en 1751 y, en consecuencia, el abandono de una pequeña capilla que habían construido en el sector y cuyos restos fueron hallados bajo tierra en el año 1949, después de que el entonces presidente Juan Domingo Perón ordenara expropiar las tierras y las convirtiera en reserva pública.

El espacio tiene una antigüedad de 2000 millones de años y, producto de las erosiones por los movimientos tectónicos, se formaron grutas y cuevas. Una de ellas es la Gruta de los Pañuelos, uno de los puntos más visitados por el turismo.

En 1826, tras la fundación de la estancia Laguna de los Padres, se instaló en el lugar José Hernández, el autor del Martín Fierro, quien residió en el lugar durante más de una década. Incluso, hay quienes sostienen que el clásico de la literatura gauchesca comenzó a gestarse en ese sitio.

En septiembre de 1950, el primer Congreso de Historia de los Pueblos de la provincia de Buenos Aires declaró “lugar histórico” al paraje donde se había instalado la Reducción de Nuestra Señora del Pilar. Tiempo después, se levantó a orillas de la Laguna de los Padres una réplica de la capilla y de tres ranchos, con muros de piedra y cercos de palo a pique.

 

Un saladero a metros del mar

En 1856, en pleno auge de las relaciones comerciales entre Argentina y Brasil, se asentaron en la zona los primeros pobladores de origen europeo, hecho que se produjo a raíz de la instalación de un saladero de vacuna perteneciente a un consorcio portugués y del que se encontraba a cargo el empresario y Cónsul de Portugal en Buenos Aires durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, José Coelho de Meyrelles.

Cuenta la historia que Meyrelles arribó a estas tierras munido de “decenas de carretas tiradas por bueyes, un centenar de jinetes oriundos del Brasil y medio millar de peones blancos, mestizos, mulatos y negros”, que se convertirían en la primera población estable de la región y sería denominada "Puerto de la Laguna de los Padres". 

El famoso saladero se encontraba ubicado en la desembocadura del arroyo Las Chacras, sector de la costa marplatense que hoy se conoce como Punta Iglesia. Sobre la manzana delimitada por la avenida Luro y las calles Corrientes, Diagonal Alberdi y Santa Fe se levantó un galpón, se construyeron corrales y hasta molinos de agua. 

En el lugar se elaboraba el tasajo, nombre que llevaban los pequeños trozos de carne que, previo oreado y depósito en salmuera, se dejaban al sol durante casi dos meses. Luego, se lo almacenaba y era enviado a bordo de barcos a Brasil y Cuba para la alimentación de los esclavos. Para simplificar los cargamentos, incluso, se había construido un muelle de madera en el sector. 

A pesar de la prosperidad del primer tiempo, distintos factores contribuyeron a que emprendimiento llegara a su fin, como el gran costo del transporte y la supresión de la esclavitud en Brasil en 1858, medida que dejó a los saladeros sin clientes. Para 1860, Coelho de Meyrelles -a esa altura, único dueño del establecimiento-, endeudado y enfermo, le vendió sus propiedades a Patricio Peralta Ramos y se fue a vivir a Buenos Aires, en donde falleció en la pobreza cinco años más tarde. Sus restos descansan en el cementerio de La Recoleta.

La capilla Santa Cecilia: de homenaje a una esposa fallecida a monumento histórico nacional  

Doce años después de la muerte de su esposa Cecilia Robles, el estanciero porteño Patricio Peralta Ramos ordenó erigir, en 1873, en la cima de la loma de la chacra una capilla en su recuerdo. La obra, que estuvo a cargo de Francisco Beltrami, es la más antigua que existe en pie en Mar del Plata. Ubicada en calle Córdoba, entre 3 de Febrero y 9 de Julio, ese punto de la ciudad es considerado piedra fundacional del incipiente caserío que se extendía en torno al arroyo Las Chacras. A partir de allí, en 1874, el ingeniero Carlos de Chapearouge, responsable del trazado de las calles del nuevo pueblo, eligió el rumbo de la traza paralelo a la capilla, hacia el lado de la calle San Luis. Tras delimitar las actuales calles Córdoba, San Luis, Mitre, Yrigoyen e Independencia, el agrimensor trazó las primeras perpendiculares: 3 de Febrero, 9 de Julio y 25 de Mayo. También tomó las dos lomas de Santa Cecilia y Stella Maris y en el centro ubicó la bahía fundacional de Mar del Plata, Punta Iglesia. La elección de la capilla como primer mojón de la mensura de Mar del Plata se debió a que se trataba del único edificio de piedra y cal revocado que existía en la época.

Patricio Peralta Ramos había arribado a estas costas por primera vez en 1860. Llegó acompañado por sus hijos Eduardo y Jacinto, tras haber comprado al cónsul portugués José Coelho de Meyrelles un total de 136.425 hectáreas en las que se encontraban las estancias "Laguna de los Padres", "San Julián de Vivoratá" y "La Armonía".

En 1995, durante los trabajos de restauración de la capilla, arqueólogos y arquitectos determinaron que la cúpula y parte de las pilastras del tambor del campanario estaban revestidas con azulejos franceses azules; mientras que el altar fue construido con restos de una goleta inglesa que había naufragado en 1865 en la zona de Punta Iglesia. Incluso, en el interior es posible visualizar que las cabreadas que sostienen el techo son mástiles con muescas en “V” de aproximadamente un centímetro de profundidad, en la que se izaban las velas y enroscaban las cuerdas de la embarcación naufragada. 

De las tres puertas con que cuenta el edificio, que tiene capacidad para albergar a 400 personas de pie, sólo dos tienen comunicación con la nave central: quien no estuviera bautizado -condición sine qua non para ingresar al templo-, debía ingresar por la puerta central que conduce al baptisterio, tomar el sacramento y volver a acceder por las otras dos puertas extremas.

Del cielorraso cuelga un cuadro de 3,50 metros de ancho y 5,50 metros de largo, que había sido comprado en Francia por Eduardo Peralta Ramos. Ese lugar fue el único en el que pudo ser colocado por sus dimensiones.

La capilla Santa Cecilia fue declarada monumento histórico nacional en 1971 y actualmente se encuentra cerrada al público.

 

La Rambla, un paseo obligado de todas las épocas

La primera rambla que tuvo Mar del Plata -también denominada Rambla primitiva- fue construida en 1888, directamente sobre la arena. Sin embargo, en septiembre de 1890, fue arrasada por un fuerte temporal que provocó que el mar invadiera la playa. De milagro se salvaron las casillas de los bañistas. Carlos Pellegrini, uno de los políticos más destacados de la Generación del ‘80 y conocido en la clase alta porteña por ser un gran organizador de encuentros sociales, mandó a construir una nueva rambla en el mismo lugar pero, ahora, sustentada por pilotes enterrados en la arena, de unos cuatro metros de largo. El paseo estuvo terminado para la temporada 1990/91 y llevó el nombre de su impulsor. Hasta que un feroz incendio, el 8 de noviembre de 1905, redujo a cenizas lo que en ese momento era un paseo obligado para la elite porteña que disfrutaba de los tradicionales bares que funcionaban en el lugar. 

A un mes del siniestro, en puertas de la temporada de verano, la obra de una nueva rambla de madera estaba lo suficientemente avanzada para recibir a los veraneantes de 1906 y, a pesar del temor a una nueva tragedia, volvió a ser uno de los espacios preferidos de los visitantes. Conocida como Rambla Lasalle -había sido construida por iniciativa y cuenta de José Lasalle, un empresario dedicado a los juegos de azar-, medía 100 metros de largo por 40 de ancho y contaba con cuatro pabellones, uno en cada extremo sobre la calle y dos sobre la Rambla. Además, incluía servicios muy modernos para la época, como balnearios con agua de mar fría y caliente, comercios, residencias privadas, pista de patinaje, cine, confitería y salón de diversiones con máquinas para juegos, entre otras cosas.

La primera rambla fue arrasada en 1890 por una fuerte sudestada.

Desde el 19 de enero de 1939 y hasta 1939 funcionó la Rambla Bristol. Estaba ligeramente ubicada al este del actual complejo Rambla Casino-Provincial y fue el símbolo de la Belle Epoque. Contaba con una terraza que daba al mar, una galería sobre columnas apareadas y un pórtico que daba a la ciudad con arcadas sostenidas por pilares con un primer piso, lo que recordaba a las calles de París, motivo por el cual también era conocida como Rambla Francesa. No obstante, su cercanía con el mar y los permanentes embates del oleaje determinaron su corta vida.

En 1938 se aprobó un plan de urbanización de la playa Bristol del arquitecto Alejandro Bustillo, que comprendía la construcción del edificio del Casino Central, el del Hotel Provincial, balnearios, playas de estacionamiento y rambla frente al hotel y casino. El conjunto de la Rambla Casino está formado por dos grandes edificios gemelos con frentes revestidos en piedra Mar del Plata, ladrillo visto y mansardas en pizarra francesa. Entre ambos se halla la plaza Guillermo Brown, que ostenta una estatua del almirante en el centro, flanqueada por las dos famosas esculturas los lobos marinos tallados por José Fioravanti, una postal ineludible para todo aquel que visite la ciudad.

 

La Catedral

La basílica de San Pedro y Santa Cecilia es un lugar de referencia para locales y turistas. Ubicada en San Martín, entre Mitre y Pasaje Catedral, en pleno centro de la ciudad, es escenario no sólo de las principales celebraciones católicas, sino también lugar de encuentro para todo tipo de manifestaciones, campañas solidarias, intervenciones artísticas o actividades impulsadas por el municipio, entre otras. También es utilizada por decenas de personas que viven en la calle y encuentran allí un reparo en el que protegerse de las bajas temperaturas. Pero más allá de todo, es una postal imprescindible e ineludible para quien visita la ciudad. De hecho, la torre del campanario, de 60 metros de altura, se puede observar a varias cuadras de distancia.

Sus orígenes se remontan a comienzos del siglo pasado, momento en el que la población de Mar del Plata registraba un crecimiento exponencial: la villa balnearia fundada en 1874 pasó de tener aproximadamente 4.030 habitantes en 1881 a 8.175 residentes permanentes hacia 1895. Ahí es cuando surge la inquietud de un grupo de apenas nueve mujeres provenientes de las familias de tradición católica más adineradas, quienes plantearon la necesidad de construir un nuevo templo que reemplace a la capilla de Santa Cecilia, ubicada en la loma que lleva el mismo nombre, que ya empezaba quedar chica para la cantidad de fieles que asistían a misa. 

La familia Peralta Ramos donó el terreno en donde el 18 de enero de 1893 se colocó la piedra fundamental del templo de estilo neogótico, cuya construcción estuvo a cargo de Adán Gandolfi, y bajo la dirección de Pedro J. Benoit.  La nueva catedral se pudo erigir gracias a una gran colecta que permitió recaudar importantes donaciones de parte de varias familias locales y de la elite porteña, que no escatimaron en gastos a la hora de comprar los materiales en Europa e, inclusive, contratar mano de obra calificada. 

Casi la totalidad de los 29 vitrales en los que se representan distintos pasajes del Evangelio fueron traídos en 1904 desde la casa Marechal et Champinelle de Metz, Francia, y son considerados por los especialistas la vidriería más importante del país. Los mosaicos del piso, en tanto, fueron fabricados en Inglaterra y traídos a Mar del Plata en 1902. Junto al material llegaron también obreros que garantizaron su correcta colocación. Las tejas del techo, en tanto, son originarias de Viena y fueron donadas por el matrimonio Fernández Anchorena, que también contrataron obreros para que las colocaran sobre una superficie total de 1340 metros cuadrados. 

Si bien la obra demoró doce años en finalizarse (1905), a fines de enero de 1897 ya se había celebrado la primera misa en la catedral San Pedro, en honor a Pedro Luro, uno de los principales impulsores de la fundación de Mar del Plata y quien había muerto en 1890. El nombre de Santa Cecilia se le agregó más tarde y fue en homenaje a Cecilia Robles, esposa de Patricio Peralta Ramos y cuyos hijos habían cedido las tierras para que se erigiera la flamante iglesia. 

 

Los orígenes del Puerto

Si algo tenía en claro el visionario Pedro Luro es que Mar del Plata debía crecer. Y por eso cuando incursionó en la política como diputado, el empresario no tuvo mejor idea que impulsar el anteproyecto de la ley nacional 6.499 con la cual, el 11 de octubre de 1909, se dispuso la creación de un Puerto de ultramar en la ciudad. El plan que trazó el estanciero era ambicioso e incluía como principales ejes dos escolleras rompeolas – una al sur, de 2750 metros, y otra al norte, de 1050 metros –, el dragado del antepuerto, las dársenas de ultramar, la construcción de muelles, hangares, edificios públicos, una usina, un frigorífico, y el avance sobre otros servicios básicos ligados a las vías y el alumbrado para garantizar un transporte óptimo a la industria.

Semejante inversión pública parecía difícil de plasmar en tan poco tiempo y los años que sucedieron a la sanción de la ley así lo demostraron. Las obras quedaron paralizadas en distintas oportunidades, y si bien sería tan fácil como injusto adjudicar las causas de esas demoras al propio Luro, o a los gobernadores bonaerenses, o hasta a los mismos franceses que quedaron a cargo de los trabajos – la “Societe Nationale Des Taveux publiques” había sido contratada por las autoridades –, lo cierto es que nadie pudo prevenir ni hacer frente a un contexto tan adverso: la sangre que se derramó en el viejo continente por la Primera Guerra Mundial trajo dolor y angustia pero también complicaciones de todo tipo. A partir de 1914, hubo un desabastecimiento general de los materiales que importaba Argentina y el sueño de montar una estación marítima en Mar del Plata quedó sumido a la incertidumbre. Recién el 9 de octubre de 1922 – sí, trece años después de la sanción de la ley – se pudo finalizar el muelle 1 de cabotaje, avance que permitió dar lugar a la inauguración oficial del Puerto y rigió los destinos hasta 1929.

La zona portuaria empezó a poblarse antes de que el Puerto fuera una realidad. El auge más importante se dio en 1917, después de que las embarcaciones se trasladaran a la dársena de los pescadores, y solventó la suerte de migración que ya se había producido unos años antes, cuando, con el comienzo de las obras, los trabajadores e ingenieros franceses decidieron construir sus viviendas y oficinas sobre la calle 12 de octubre. Ese crecimiento demográfico se vio acompañado, luego, con la llegada de comercios e industrias pesqueras.

Pero el espíritu del barrio lo impusieron las más de cien lanchitas amarillas de pesca artesanal que, en su mayoría, pertenecían a italianos. En aquellos primeros años, los vecinos que se asentaron en ese sector de la ciudad se quejaban constantemente del “abandono” del Gobierno municipal que comandaba Teodoro Bronzini. Inclusive, en 1924, las precarias condiciones de la comunidad portuaria derivaron en la intervención de Don Orione, erigiendo la iglesia, la escuela y promoviendo obras de caridad. Pero ese mismo año, atendiendo los reclamos, el intendente ratificó su respaldo con la construcción de una sala de primeros auxilios y la inauguración de la avenida Cincuentenario, que finalmente permitió una unión con el resto de la ciudad.

Es que el Puerto se había concebido lejos del casco fundacional de “La Feliz” y albergó a una comunidad que ya tenía sus bases constituidas en torno a la pesca en otro lugar: la bahía de la Bristol. De hecho, los pescadores y los turistas llegaron a convivir durante muchos años en las mismas playas hasta que la pesca empezó a ser vista por las autoridades como una actividad que colisionaba con su ideal turístico. La consolidación del Puerto, al igual que la de otros barrios obreros, simboliza la otra ciudad, la de los marplatenses, la ciudad del trabajo que crecía en forma paralela a la ciudad del ocio y el turismo.

La construcción de la estación marítima de Mar del Plata fue el resultado de un impulso agroexportador tardío porque en el último tramo del siglo pasado ya se promovía esta lógica industrial. El impulso de los puertos provinciales se había gestado durante la gobernación de Dardo Rocha entre 1881 y 1884, tanto a nivel fluvial como marítimo, y se justificaba, naturalmente, en el aumento de la producción de cereales y carnes que demandaba la necesidad de espacios adecuados para la exportación.

Frente a ese panorama comercial, hubo antecedentes locales en manos de agentes privados. Una de esas primeras experiencias en la ciudad tuvo como protagonista al armador Ángel Gardella, quien se propuso construir un muelle para poder operar con los buques de cabotaje “Cabo Corrientes” y “Buenos Aires”. Y también, en 1887, un grupo de vecinos y veraneantes concibió la Sociedad Anónima Puerto Mar del Plata. La historia oficial marca que en dos oportunidades se llegaron a entregar concesiones para el montaje de un Puerto comercial: la primera fue en 1889, al propio Gardella, y en 1904 se hizo lo propio con la empresa Taglioni Hermanos.