Antártida. Historias desconocidas e increíbles del continente blanco

La Antártida es un desierto de 14 millones de kilómetros. Hostil al ser humano, es uno de los espacios más exclusivos del planeta. Mitos, leyendas y sacrificios han  crecido a la par de su descubrimiento. Conocerlo para amarlo parece ser la consigna de este libro.

18 de Abril de 2021 11:39

“Nadie vuelve de la Antártida de igual manera. Siempre uno vuelve cambiado” comienza diciendo Tomás Balmaceda haciendo referencia al libro que escribieron junto a Agustina Larrea.

En Antártida. Historias desconocidas e increíbles del continente blanco (Ediciones B – 2021) se busca recuperar las grandes epopeyas y también las pequeñas vivencias de quienes se animaron a habitar ese territorio. Muchos, o todos, como se dice en el libro: “se ofrecían voluntariamente a ser parte de una expedición que era inédita y podría ser gloriosa, aunque sin garantías de éxito”.

La Antártida,  continente vecino, único en sus características y condiciones, del que aún nos resta saber mucho más.  Sus misterios, sus particularidades y su futuro la convierten en un espacio fascinante, pero de tremenda hostilidad para el ser humano.

Escribir un libro sobre ella no es fácil. Sin saberse mucho del continente, es mucho lo que se ha escrito. Por eso, el logrado tono y el completo contenido  del texto, lo convierten en algo sumamente atractivo e interesante.

 “A medida que íbamos avanzando en el conocimiento del tema, no solo nos encontrábamos con las grandes epopeyas y el papel fundamental que tiene la Argentina en la historia de la Antártida, sino también con aquello que pasaba en la vida cotidiana, con gente, por ejemplo, que tiene que aprender a ir al baño de manera distinta o bañarse de una forma diferente, o gente que pasó años y años en soledad, quizás solo izando la bandera argentina y anotando unos cuantos datos meteorológicos, hasta que pudieron ser rescatados” sostiene Tomás Balmaceda. Y es así que las historias que forman la historia total de la Antártida generan tanta atracción como el espacio mismo. Hablamos del último lugar del planeta que no es conocido, que tiene aún zonas que no han sido exploradas por el ser humano y que guardan muchos secretos.

-¿Qué creés que es lo que genera tamaña fascinación? ¿Será lo desconocido, lo enigmático?

- Es un espacio único. Para mí, lo que tiene es que sabés que la experiencia que vas a tener ahí no la vas a encontrar en otro lado. En todo sentido. No hay dinero, no hay puertas y ventanas en el sentido tradicional: ese de que te podés ir cuando vos quieras. Todo el tiempo necesitás de la ayuda de alguien más, pero también hay mucha soledad. No cualquiera va a la Antártida. Existen cruceros carísimos (antes de la pandemia costaban siete mil dólares los pasajes más barato), pero que solo  llegás hasta la costa, no llegás a la experiencia de vivir en la Antártida. Para hacerlo, tenés que ser militar o científico o ser personal de apoyo. Con todos los que pudimos hablar nos contaban como volvías transformado de aquel viaje. Por ejemplo, alguien que era muy sociable, muy locuaz y que le encantaba la vida entre amigos, después de pasar por la Antártida se reencontró con sí mismo, con el silencio y con la soledad y se enamoró. Cuando volvió, decidió dejar su trabajo e irse a vivir al campo y ahora es muy feliz como un ermitaño.

Se calcula que ningún ser humano la conoció hasta 1819, cuando el almirante ruso Fabián Gottlieb von Bellingshausen llegó al lugar. Pero su existencia  fue intuida e imaginada desde la antigüedad. Se dice que los geógrafos griegos, por ejemplo, hipotetizaron sobre ella. De ahí surgieron muchos mitos y leyendas sobre aquel continente ubicado en la parte más lejana del planeta.

En aquel ayer, tanto como hoy, el continente Antártico sigue generando fascinación a pesar de ser uno de los lugares más hostiles para el ser humano. Al igual que el espacio, lo tremendamente atractivo es terriblemente incompatible con sus visitantes. Tomás Balmaceda amplía esta similitud con el espacio citando parte de uno de los capítulos del libro: “Hay todo un capítulo dedicado a una gran epopeya que se llamó Operación 90, que fue la primera vez que un grupo de argentinos llegó por tierra al Polo Sur. Fue una epopeya que comenzó en septiembre de 1965 terminando en diciembre de ese año y fue seguida con muchísima atención  en toda la Argentina porque todos los días los diarios y las revistas reflejaban parte de esta aventura. Eran diez hombres en total y nosotros pudimos conversar con cinco de ellos porque el resto falleció. Lo interesante es que, mientras Estados Unidos y Rusia (la Unión Soviética en ese entonces) peleaban por la conquista del espacio, nosotros teníamos acá nuestra propia carrera hacia un territorio completamente  distinto. Incluso hoy hay muchísimas  experiencias  de la NASA  y otras agencias espaciales que se llevan a cabo en la Antártida, probando cómo resiste un cuerpo como el nuestro ante condiciones extremas similares a las del espacio. También miden las reacciones psicológicas a esas condiciones y a vivir en lugares reducidos por muchos meses. Las condiciones del lugar son muy similares a las del espacio”.

La Antártida es un continente de 14 millones de kilómetros. Uno no llega a dimensionar el lugar que ocupa en el planeta. Antiguamente los mapas de nuestro país solo reflejaban la parte de la Antártida que le correspondía a la Argentina con un “conito” cerca de las Islas Malvinas. Desde hace tres años, por decisión del Congreso Nacional, se aprobó un nuevo mapa donde se contempla todo el territorio argentino más todo el territorio del continente Antártico en la misma escala. Si uno mira todo el mapa nota, inevitablemente, cambios. “Cuando uno ve el mapa de la Argentina con toda la Antártida en su extensión te das cuenta que nuestro territorio no es solo mucho más amplio, si no que ves que el centro ya no es Buenos Aires, como nos dicen desde hace mucho, sino que es Ushuaia.   Además podés ver que somos un país que estamos en dos continentes, el americano y el antártico” justifica el autor.

-¿Diplomáticamente es tan particular como en otros aspectos?

- Hay una parte del libro, aunque puede sonar aburrido, donde desarrollamos el tema y se vuelve algo muy interesante. El Tratado Antártico, que justamente ahora cumple 60 años, es una obra de arte de la diplomacia. Hace 60 años había muchos reclamos sobre el lugar y el ánimo entre naciones estaba bastante complicado. Nosotros, como Argentina, tenemos uno de los reclamos más fuertes, no solamente porque nuestro territorio se extiende hasta el mismo Polo, sino porque también somos el país que tiene la presencia ininterrumpida más longeva de todos. Desde el 22 de febrero de 1903 hasta hoy, siempre hubo un argentino o una argentina y una bandera izada nuestra, ningún otro país puede decir lo mismo. Hay otros 20 países reclamando también. Entonces, lo que hizo el tratado fue poner entre paréntesis todos estos reclamos y declarar en la zona una prohibición total de realizar cualquier tipo de actividad minera, de realizar pruebas nucleares y declararlo territorio de cooperación  y de investigación científica. Hoy es una zona de paz.

La geografía de la Antártida se describe como un desierto. Un enorme desierto donde apenas hay precipitaciones en todo el año. Además, es un territorio que se mueve permanentemente, así que, casi “nietzscheanamente”, hablamos de un desierto que avanza. Con un promedio de menos de 100 mm anuales de lluvias caídas por año  (lo que deja una tarde de tormenta en Mar del Plata durante el verano)  y vientos que superan los 200 kilómetros por hora, más una temperatura en el Polo Sur promedio de 50 grados bajo cero (el máximo registrado fue en 1998 con 98 grados bajo cero), “la Antártida desafía, confunde y  se resiste a los seres humanos. Hace todo lo posible para expulsarlos”. Balmaceda asegura que “La Antártida es una mala anfitriona porque ella deja entrar a quien ella quiere y solo te deja ir cuando ella quiere”.

-Es decir que uno no puede irse cuando quiere por las condiciones del clima, pero para ir hacia allá ¿hay formas regulares?

- No, solo en verano y este verano, encima, fue muy particular por la pandemia. Es así que no hubo un recambio de la manera tradicional. Ese no poder irse cuando uno quiere y no poder salir de él cuando uno quiere también le da cierto halo de misterio y lo convierte en un destino único aun hoy.

-¿Los que llegan van con sus familias a las bases o necesariamente deben ir solos?

- La base Argentina tiene una larga tradición de llevar familias. Esto viene desde el principio, fue parte del “plan Pujato”, que fue el gran pionero argentino en la Antártida. Hernán Pujato es un correntino que armó todo un plan, inclusive con ciudades y todo, para llegar al Polo Sur e instalarse en la Antártida. Hoy hay familias, entonces, allá. Y se dan muchas particularidades, por ejemplo, la escuela de la Antártida fue la única que continuó con clases presenciales durante el 2020, mientras que en el país se cerraron todas por la pandemia. O el cine que funciona del Inca allá, que tampoco cerró sus puertas, un cine donde se pasan películas permanentemente. Hoy hay muchas familias de militares y científicos instaladas. Hasta existen historias de embarazos y de casamientos. El primer casamiento documentado fue durante la Operación 90, donde un santafecino se casó por radio con su novia que estaba en Santa Fe. En el Registro Civil argentino hay registrados, por lo menos, doce casamientos que se llevaron a cabo en tierra Antártica.

Hoy, la Antártida es la reserva de agua potable más grande del mundo. Hablamos del agua más pura y potable del planeta. Además, en el hielo se encuentran “gotas de aire” congeladas, pero que datan de millones de años atrás. También se encontró un enorme campo con  más de mil meteoritos, en el resto del plantea hay uno cada cientos de kilómetros, por ejemplo, que han llegado hasta allá porque los llevó la corriente o por la atracción magnética. Es decir que, en ese lugar, se puede estudiar tanto el espacio exterior como  nuestro pasado. También tiene, vale decirlo, los vientos más poderosos de la tierra. Alcanzan a superar los doscientos kilómetros por hora, complicando cualquier actividad prevista, levantando las partículas de nieve que hay en suelo. Se lo conoce como ‘viento blanco’, provocando que todo se vea blanco e imposibilitando que cualquiera en el lugar se vea la punta de sus dedos.

El continente Antártico, un territorio declarado de colaboración científica y humanitaria que representa el diez por ciento de la masa terrestre del mundo, es decir, que su territorio es mayor que el de todos los países de Europa y Estados Unidos  combinados. Un sitio bello y diferente, pero también sumamente peligroso. “A 200 años de haber sido visto por primera vez, sigue tan misterioso como siempre. En el imaginario colectivo es un mundo virgen, antiguo y vasto, la posibilidad latente de conocer cómo sería el planeta sin intervención humana, con una belleza que se protege a sí misma con un halo hostil y exige sacrificio de quien quiera conocerlo”.

Dado que no se puede amar lo que no se conoce, existe la obligación de hacer parte nuestro este territorio. El libro de Tomás Balmaceda y Agustina Larrea es un buen comienzo.