La menor de las Ocampo y su Villa en Mar del Plata
Según narra Mariana Enríquez en su libro La hermana menor (Anagrama – 2018), la relación de Silvina Ocampo con la ciudad de Mar del Plata iba más allá de venir solo de vacaciones. Partiendo de distintas fuentes se logra retratar sus vínculos y las costumbres locales.
Silvina Ocampo era la menor de las hermanas. Victoria, con un carácter mucho más fuerte, dominaba las escenas, pero Silvina logró ganarse su espacio.
Villa Silvina se ubica entre las calles Saavedra, Tucumán, Arenales y Quintana (toda una manzana). Fue construida en 1908 por Diógenes Urquiza, hijo de Justo José de Urquiza, que estaba casado con María Luisa Ocampo, una tía de Silvina. A la propiedad la diseñó el arquitecto inglés Bassett Smith y llevó adelante la obra de construcción Pablo Carabelli.
Tiene un estilo pintoresquista francés y está ubicada en el medio de un jardín británico. Enríquez describe: “Ventanas inglesas y mosquiteros a guillotina, bow windows, barrales, guardafuegos y grifería de bronce, pisos de roble de Eslavonia, puertas corredizas con espejos de dos caras, ascensor, claraboya de vitrales, y un jardín-parque con robles, cedros, castaños de indias, olmos, ginkgos biloba, palos borrachos, heliotropos, caquis, lapachos, petiribíes”. La propia Silvina fue quien eligió cada una de las especies que lo poblaron, dado su encanto por las flores y las plantas.
La Villa fue comprada por Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo en 1942 para pasar los veranos.
Jovita Iglesias, histórica ama de llaves de Silvina, en su libro Los Bioy (Tusquest – 2002), describe la casa de la siguiente forma: “Villa Silvina era lindísima. La cocina era enorme, mucho más grande que la de Posadas, en el centro una gran mesa cuadrada de mármol y las ventanas daban al parque. Después venía el antecomedor donde se guardaban los platos y todas las cosas del comedor y la cocina, luego el comedor, que también daba al patio, desde donde se veía una gran enredadera. Abajo había un hall enorme con una gran chimenea y cuartos de huéspedes. En el primer piso, al que se llegaba por una escalera espléndida, crujiente, e incluso un ascensor, estaba el cuarto de la señora, precioso, con cama con dosel, que también daba al parque. Y tenía un púlpito, donde estaba el escritorio al que se accedía por escalera.”
Se dice que, en Villa Silvina, Bioy escribió su última novela, Dormir al sol, y que Borges se inspiró en su parque para su cuento El jardín de los senderos que se bifurcan. Bioy cuenta en sus diarios que acá escribió buena parte de El sueño de los héroes, que inventó los cuentos Cavar un foso y El gran serafín y que empezó Diario de la guerra del cerdo. Por el lado de la propia Silvina, se dice que escribía mucho en su estudio, frente al gran ventanal que daba al jardín. En solo un mes del año 1946, escribió en la Villa Los que aman, odian (Emecé – 1946), precursor de los policiales de enigmas argentinos, en colaboración con Bioy.
Silvina disfrutaba mucho de la estadía en la ciudad. Aprovechaba la playa, le encantaba andar en bicicleta y compartía esas experiencias con sus amigos por carta.
En esta ciudad, Silvina también rescató una perra de la calle: Diana. “(…) se convirtió en su locura y hasta su musa: ‘Yo tengo un poema a Diana, que era mi perra. Me gusta porque lo he escrito con mucha emoción, pero tengo que buscarlo en algún cajón. Pero un cajón es una de las cosas más lejanas que hay en el mundo’, le contó a su amiga Noemí Ulla. Solía sacarla a pasear con Jorge Torres Zavaleta, que recuerda especialmente la poca gracia, el mal humor y la pestilencia de la perra: ‘El pelo era áspero, y quizás por algún producto químico, o porque a Silvina raras veces le llegaba el momento de bañarla –decía que la perra estaba enferma de los bronquios–, emitía un aroma, fuerte y nada aristocrático. Los ojos eran opacos. No tenía ninguna de las características más simpáticas de los perros (…) A esta casa llegó un día una perra rescatada de la calle, Diana, una ovejero alemán, compañera de los últimos años de Silvina, que sus amigos recuerdan como horrible y apestosa, y a quien su dueña adoraba como si se tratara de la diosa con cuyo nombre había sido bautizada”, se indica en La hermana Menor.
Muchos mitos también han rodeado la casa de Silvina y Bioy. Por ejemplo, aquel que sostenía que un túnel unía la Villa con la casa de veraneo de su hermana Victoria, que está ubicada en la manzana en diagonal (un bungalow estilo inglés de madera). Según cuentan, “lo tapiaron cuando en 1980 Villa Victoria fue donada a la Unesco”.
Lo cierto es que no aparecen rastros de algún túnel entre ambas casas, solo versiones que nadie puede confirmar. Sí existía un sendero, que el propio Estado Municipal dejó hasta la muerte de Victoria, que unía ambas Villas y que hoy es la calle Quintana. Por ese sendero Silvina visitaba a Victoria. Nunca al revés, porque la mayor de las hermanas no quería ir a la casa de Bioy. Las casas estaban divididas apenas por un portal bajo y de hierro.
Su relación con la playa era ambigua. Acostumbraba ir por la tarde, cuando Victoria se volvía, y solía ir con mucha ropa porque tenía miedo a enfermarse. Disfrutaba del mar, pero también le provocaba mucho miedo, sobre todo para con su hija Marta. Cita Jovita: “Ellos tenían su carpa en Lobo de Mar o Barranca de los Lobos, más allá del Faro. En pleno verano recuerdo que Silvina le ponía a Marta un sacón marinero, zapatos cerraditos, bufanda y gorro porque había sufrido de falso Krupp y la señora vivía aterrada. La dejaba bañarse pocas veces, pero cuando lo hacía era una fiesta”.
A mediados de los '70 decidió no volver más a Mar del Plata. Algunas voces aseguran que fue por su ya imposibilidad de meterse al mar y otras por su temor a los secuestros y desapariciones que se estaban dando en ese momento.
En el verano de 1964, Silvina y el escenario de la Villa ven a un Borges enamorado de la escritora María Esther Vázquez. Enríquez cita una entrada del diario de Bioy del 20 de febrero de ese año: “Silvina me dice: ‘Tenemos casamiento seguro. Tenemos casamiento pronto. Tenemos casamiento en mayo’. Sus temores: ‘Él está demasiado enamorado, demasiado pendiente. Y no se baña. Antes tenía alguna coquetería. Ahora está tan seguro de la gloria que sale con el pantalón de baño abierto y todo afuera. Con el cierre hubo una situación penosa. Tenés todo abierto, le dije. Ah caramba, contestó sin mosquear. No podía cerrarlo. Hubo que prestar ayuda: yo, María Esther. A él no le importaba nada. Está un poco vanidoso, un poco soberbio...’”.
Finalmente, al morir Silvina, dicen que Bioy mandó desconsolado, a cerrar con llave su cuarto en la casa de Buenos Aires. Fue un duelo muy intenso, pero breve, dado que vivió otro momento durísimo como fue la muerte de su hija Marta en un accidente de tránsito. Habían pasado veinte días de la muerte de Silvina. Marta tenía 39 años.
Bioy, con 79 años ya, se encuentra en otra situación desesperante. Narra Enríquez: “El dolor llegó acompañado de problemas económicos. Un artículo de María Esther Vázquez en La Nación dio a conocer el nuevo drama de Bioy: el segundo marido de Marta, Alberto Frank, lo demandó por medio millón de pesos en 1996. Para hacer frente al reclamo, Bioy vendió Villa Silvina, en Mar del Plata, que de todas maneras ya no usaba desde hacía más de veinte años (…)”.
Villa Silvina ya se había puesto a la venta, en realidad, en 1993 y fue comprada por un colegio privado de la ciudad. Hoy, además de los espacios, quedan pocos detalles de la convivencia del matrimonio de escritores en la Villa. Una puerta corrediza que comunicaba sus habitaciones (dormían separados), la gran escalera lateral por la que escaba Bioy durante las noches, un mueble de cocina. No mucho más.
Aquella Villa Silvina que supo verlos tantos veranos, hoy tiene su mayor actividad durante el resto del año, durante el ciclo lectivo. Una casa esplendida, con un jardín imponente y con fantasmas literarios cansados que la recorren permanentemente.
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