El Galpón de las artes: 27 años de un teatro comunitario, cooperativo y solidario

Luego de dos sedes distintas, llegaron a Jujuy 2755. El galpón de las artes, con 27 años encima, continúa afianzando su identidad comunitaria, cooperativa y solidaria. Claudia Balinotti y Mariano Tiribelli son los motores de la iniciativa.

19 de Agosto de 2023 14:05

El galpón de las artes cumple 27 años. Por lo intenso, se viven como muchos más, pero son apenas 27. Estamos en su tercera casa y la definitiva. Es también intensa la energía que uno recibe al entrar. Es otro mundo. Un mundo cargado de cultura y de amor cooperativo. Un mundo que mira más lo que viene, que lo recorrido. Más de 20 años, que son apenas un paso de lo que falta recorrer.

Comenzaron en Rivadavia y Jujuy. Ahí funcionaba el Club del teatro, en las viejas instalaciones del Partido Socialista. Justo detrás de su biblioteca, donde estaba la cancha de ping pong. Ahí empezó todo. Le metieron mano hasta convertirlo en una sala de teatro, un punto de encuentro y de comunidad que se fue ampliando con proyectos de intercambios y con el acercamiento de otros colectivos.

Fueron cinco años (desde 1996 y hasta el 2001). Justo en ese año bisagra, El galpón de las artes busca un nuevo espacio. Entonces llegan a un antiguo galpón donde se construían pequeños barcos a principio de siglo. “Nos acompañaba la mística. Justo en ese año tan tormentoso en lo político y lo económico para el país, nosotros llegábamos a Rawson y Catamarca”, cuenta Claudia Balinotti, una de las fundadoras del espacio junto a Mariano Tiribelli.

Pero a la mística se la acompaña con trabajo. Se picó el piso, se armó la carpeta de cemento y se levantó una nueva sala donde no la había. Fueron arquitectos y albañiles del espacio. Aseguran que fue gracias “al impulso y la tenacidad del movimiento del que se sienten parte y aprendices”. Se refieren al movimiento latinoamericano que representa a la poética independiente, no solo desde lo teatral, sino en pos de un mundo mejor.

El Galpón de las artes cumple 27 años de un teatro comunitario, cooperativo y solidario.

Como se dijo, era el 2001. Fue algo muy tenaz levantar una sala de teatro durante ese año. Pero lo hicieron. Y estuvieron ahí hasta el 2009. Año en que “el galpón propio” estuvo más cerca.

Con más de diez años encima, la experiencia se acumulaba. Si había algo que los caracterizaba, y que aún se mantiene es que los colectivos que participan, los grupos que van sumándose, se sienten tan identificados que se hacen parte y la energía aumenta. Y no es solo en lo local. Esa misma energía los lleva a cruzar fronteras y ligarse a otros colectivos latinoamericanos con quienes comparten la necesidad y el valor por el intercambio.

Claudia agrega: “El proyecto se había convertido en un proyecto de vida. No era solamente el deseo de juntarnos para compartir y conocernos. Desde ese anclaje en 1996, a la mudanza que hicimos en el 2001, con esa crisis política cultural de por medio, ahí empezamos a plantearnos que necesitábamos un espacio propio. Todas esas experiencias que construimos juntos nos definían ya la necesidad de tener un espacio propio”.

Imagen de una de las tantas modificaciones en el lugar.

En el 2006 apareció la primera convocatoria del Instituto Nacional del Teatro para comprar y refaccionar espacios teatrales. Había que cumplir ciertas condiciones, era un subsidio del

Estado, y la competencia entre proyectos era de todo el país. Pero se ganó. Y se obtuvo así la primera cuota para comprar El galpón de las artes de Jujuy al 2755.

La vieja casona es del año 1930. Una de las llamadas “casa chorizo” que, en 1950, Entel la convirtió en un centro de capacitación. Con el avance de la tecnología y las comunicaciones, poco a poco, el espacio fue quedando ocioso. Durante una recorrida por el barrio, se dieron cuenta de que el lugar daba con los requisitos pedidos por el Instituto. Se presentaron ocho carpetas en total, con todos los antecedentes. Un trabajo titánico que valió el esfuerzo: el Instituto mandó a los peritos y finalmente se ganó el concurso. Telefónica (ya había dejado de ser Entel) aceptó la propuesta de compra y El galpón de las artes tenía su nueva casa.

Claudia seguía viendo señales: “Aquella casa chorizo, con trayectoria intergeneracional, de familia, de abuelos, nietos y padres compartiendo, y donde se generaba una convivencia con una tradición de aprendizaje múltiple, era un buen antecedente para El galpón y sus intenciones”.

-Contame qué te pasó la primera vez que entraste, antes de que ya sea de ustedes…

-Fue maravilloso. La casa estaba tapiada con un cartel de una inmobiliaria. Ellos nos mostraron todo el lugar, aunque ya había caducado su convenio con Telefónica. Estaba todo oscuro porque no había luz en el lugar. Algunos vecinos entraban con nosotros porque nos conocían y nos acompañaban a recorrerla. Es un largo terreno, casi 45 metros de largo, y yo caminaba y nunca llegaba al final. Había escombros que saltar, casi a ciegas, y era toda una aventura. Yo solo pensaba en cuándo empezábamos a limpiar y qué íbamos a hacer en cada sector. Luego sacamos el cartel y con luz era otra cosa. Tiramos paredes, empezamos de a poco y, como en las anteriores veces, entre todos lo pusimos en marcha. Me acuerdo de que un día vino Rottemberg, el empresario teatral, y él escuchaba todo lo que yo pensaba hacer mientras lo recorríamos. Cuando hicimos la inauguración, en las condiciones mínimas, él volvió. Al ver lo que habíamos hecho me dijo, “Bueno, yo no les dije nada la otra vez, pero creía que estaban locos para hacer lo que pensaban. Pero finalmente está todo lo que dijeron”. Por eso te digo que la grupalidad te ayuda. Es esa capacidad deseante que tenemos los seres humanos, que nos brinda una actitud de lucha hasta que lo logramos.

Se tiraron paredes, se ampliaron áreas, se montó una nueva sala. La intención: crear ese espacio de contención y de proyección comunitario y artístico. Lo lograron. En realidad, lo afianzaron, porque era algo que ya venían logrando en su historia. El cooperativismo, la solidaridad, el aprender a articular con el otro siempre potencia. El conjunto del “Galpón” ya había sido invitado al Festival Internacional de México por el Teatrito Yucatán y seguían cruzando fronteras. Los intercambios se sumaban y grandes maestros del teatro se acercaban a Mar del Plata a participar de la grilla de El Galpón de las artes. Su actividad fue ininterrumpida. Siempre siguieron con los talleres hasta que se montó la sala en el nuevo espacio. Siempre fue toda la actividad comunitaria. Mucha fuerza de voluntad y solidaridad. Mucho recurso personal para incluir al conjunto. En el lugar uno encuentra: muralismo, trabajos en madera, reciclados de la misma casa (azulejos, luces, ladrillos). Nunca se detienen. Todo el tiempo aparecen nuevas ideas y nuevas posibilidades y, desde ahí, las aprovechan. Es su identidad como grupo y no pueden renunciar a eso.

-¿Qué dos cosas los acompañan desde el principio?

-Una es el amor, y hablo con mucha emoción y mucha seriedad del tema, porque puede ser banalizado según las situaciones. Pero acá hay una construcción amasada en esa semilla, hay una gran amorosidad de todos los integrantes del grupo, de la familia cercana, de los amigos, con mucho desinterés, siempre invirtiendo en el espacio y jamás sacando cuentas de cuánto se debe o cuánto me va a corresponder. También es algo que nos devuelve el público, los vecinos, los compañeros y compañeras cuando están en el espacio, en su abrazo, en su relación con nosotros y eso es importante. Un lugar comunitario que pueda, de alguna manera, cultivar esos vínculos amorosos y esa fuerza que te da el amor, porque siempre pasa que surgen muchos obstáculos y los tiempos se dilatan cuando uno no cuenta con recursos, con mecenas o con una herencia. A veces, las situaciones necesitan más tiempo para resolverse que en otras circunstancias. A veces te genera desánimo y otras, te hace bajar los brazos, pero el amor te da fortaleza y te reafirma. La segunda, seguro, es esta avidez por lo teatral como lenguaje potente desde el escenario. Porque es un lugar donde hay una militancia humanística, es nuestra forma de militar el humanismo, de militar el encuentro comunitario, los derechos humanos.

Una de las líneas que cruza todo el proyecto, desde el inicio, es el respeto por los artistas y el trabajo artístico “a la gorra”. Siempre fue así, no había boletería. Pero con el tiempo y los viajes e intercambios en otros países, como México, Perú, Ecuador y Bolivia, comenzaron a desarrollar una política más de “caja de cooperación solidaria”. Esto se debió a que consideraron, desde siempre, a la cultura y su acceso, como un derecho. Al finalizar cada función o cualquier actividad, esa “caja de cooperación solidaria” garantizaba el acceso a la experiencia cultural a cualquiera. “Estamos siendo solidarios y estamos cooperando los unos con los otros, el artista que acaba de trabajar y que no puso una barrera, tanto como el espectador que puede valorizar un trabajo que requiere tiempo y ensayo. El que puede cooperar con un valor mayor lo hace y el que tiene menos también. Todo es muy bien recibido. Y el que no puede con nada es invitado por todos nosotros, por toda esta colectividad armada por artistas y espectadores”, argumenta Claudia.

El galpón de las artes cumple 27 años. Un recorrido humanístico, comunitario, cooperativo y solidario. Eso es su identidad. Eso es lo que quisieron forjar desde el principio. Al mirar para atrás aparecen anécdotas y el “anhelo por los compañeros fallecidos”, sostienen. Pero son ausencias que forman el corazón de la sala y empujan a seguir hacia adelante.

Durante la pandemia tuvieron que cerrar como todas las demás salas. Pero en El galpón no se detuvo el ruido. Ahí mismo, Covid mediante, se tiraron algunas paredes y se amplió la sala. Cayó otra pared y se ganó espacio para la cafetería. Siempre se puede hacer más. Siempre hay fuerza y más ganas de hacerlo. Se busca lo mejor para el artista, para el espectador, para el visitante. El propio lugar te atrapa, te retiene con su energía. Nunca dejan de pensar actividades, obras, talleres. Dentro de El galpón de las artes, el movimiento es intenso. “Después de la pandemia, muchos tomamos esa conciencia de que somos sujetos finitos. Y que este es nuestro tiempo de vida. Bueno, decidimos qué hacer con nuestra vida y, grupalmente, hemos encontrado esa armonía y esa articulación de defender el teatro que queremos hacer”, sostiene orgullosa Claudia.

Mientras tanto, los ruidos se suceden. Todo se prepara para lo que viene. ¿Próximos planes? Pensar los talleres que pronto darán inicio. Preparar la sala para un ensayo. Y, entre otras tantas cosas, terminar de arreglar la plazoleta y la “parrillita” que nos da la bienvenida cada vez que cruzamos sus puertas.