Las fábulas de La Fontaine
La presencia de las fábulas en la historia de la literatura es sumamente importante, por su antigüedad y por su contenido. La Fontaine fue uno de sus mejores representantes en el siglo XVII. ¿Qué se buscaba con una fábula?
Una fábula es un tipo de relato breve de ficción que tiene una intención didáctica y moralizante. Generalmente, las fábulas son protagonizadas por animales u objetos personificados y concluyen con una moraleja, es decir, una enseñanza explícita sobre la interpretación del relato.
Jean de La Fontaine es célebre por sus fábulas en el siglo XVII. En el bestiario protagonista de estas, utiliza una variedad de animales para representar las virtudes y vicios humanos, una técnica que se remonta a las fábulas de Esopo (entre finales del siglo VII a.C. y el VI a.C.) y que fue enriquecida por su propia visión y el contexto cultural de su época.
Entre 1668 y 1694 publicó doscientos treinta y ocho fábulas agrupadas en tres antologías. De todas esas, se asegura que cincuenta de ellas, aproximadamente, lograron una popularidad inmediata, al punto de ser utilizadas para educar a los niños y las niñas.
Pero esta fauna elegida por La Fontaine se compone de animales domésticos y salvajes, varios de ellos exóticos. Pero todos ellos vienen ya de las corrientes de la cultura occidental. Uno de los errores más comunes de siempre fue creer que ellos se volvieron conocidos por las fábulas de La Fontaine, cuando no fue así. De hecho, de las fuentes de las que toma el francés, como mitos, rituales u otras fábulas, mantiene los rasgos de cada animal que ya ponían en escena los fabulistas antiguos y medievales, los cuentistas orientales y de la poesía animal. No los de la naturaleza misma, sino los de la cultura.
“Su origen primordial se halla en las bibliotecas. Ejemplar en este punto resulta el caso de La Fontaine, que extrae sus animales de las lecturas, sobre todo de las fábulas de Europa y Asia, y no de los prados, campos y bosques. Apoyarse en la tradición, en los libros y en las imágenes, permite por lo demás a nuestro poeta ahorrarse un montón de precisiones inútiles, porque en ella, y no en la inconmensurable naturaleza, es donde se encuentra la verdad de los seres y las cosas. Asimismo, le permite, desde los primeros versos de una fábula, transformar al lector en un tierno cómplice que experimenta la alegría, la inmensa alegría, de encontrarse con lo que ya conoce: el león, rey de los animales, es orgulloso y autoritario; el zorro, astuto y escurridizo; el lobo, hambriento y cruel; el burro, estúpido y perezoso; el conejo, alegre y despreocupado; el cuervo, charlatán y voraz. De una fábula a otra, los animales conservan las características que ya presentaban en mayor o menor grado con Esopo, Fedro, Aviano y otros fabulistas, y que mantienen aún en el siglo XVII en cuentos y leyendas, en proverbios y en enciclopedias, en literatura emblemática, en tratados de heráldica y en todas las imágenes que se obtienen de ellos”, sostiene Michel Pastoreau en su libro Animales célebres.
Si buscamos una diferencia con los anteriores, suele decirse que los animales de La Fontaine reflejan una gama más amplia de emociones y motivaciones humanas. Según dicen, esto se debe a que “La Fontaine escribía en un momento en que la literatura comenzaba a explorar la complejidad del carácter y la psicología individual”.
Por ejemplo, el zorro en sus fábulas simboliza la astucia y la codicia, mientras que la liebre representa la vanidad y la soberbia. Estos animales no son meras caricaturas; cada uno lleva consigo una rica simbología que refleja las complejidades de la naturaleza humana y la sociedad.
Así, los animales no son de verdad, aunque la cigarra cante, pero tampoco son personas, aunque hablen. Tampoco son algo o alguien disfrazado, sino que son figuras con un significado específico que se utiliza para transmitir ciertos valores o características del portador.
La Fontaine recurre constantemente a seis animales en particular que se repiten en su mayoría de las fábulas: el león, el lobo, el zorro, el asno, el perro y la rata. Debajo de esta lista, podemos armar otra con el gallo, el mono, el cuervo, el buey. Dicho bestiario no contiene un número elevado de especies (menos de cincuenta para más de doscientas treinta y ocho fábulas). También hay casos de animales que aparecen solo una vez, como el mejillón o el abejorro. Pero sin dudas, sus estrellas favoritas son el león y el zorro. Pero no cualquier zorro o cualquier león, sino aquel que es el mayor ejemplar de su especie.
Le Fontaine se inspiró en los trabajos anteriores de fabulistas como Esopo y Fedro, pero añadió su propio toque poético y una mayor profundidad psicológica a sus personajes, a diferencia de los animales en las fábulas de Esopo, que a menudo representan arquetipos simplificados. “Los rasgos distintivos —físicos, sociales, morales o psicológicos— que lo caracterizan son menos particularidades individuales que generalidades referidas a la especie que representa. Cosa que no tiene relación con la historia natural —nada hay menos naturalista, repitámoslo, que la fábula—, sino con las tradiciones culturales”, afirma Pastoureau.
El objetivo de La Fontaine con sus fábulas era doble: por un lado, buscaba entretener y deleitar a sus lectores con historias ingeniosas y bien elaboradas; por otro lado, aspiraba a educar y moralizar, ofreciendo lecciones de vida a través de las acciones y consecuencias que experimentaban sus personajes. Su legado perdura hasta hoy.
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