Fredi Guthmann: el poeta amigo de Cortázar que vivió en Mar del Plata

Desconocido por muchos, Fredi Guthmann fue un gran poeta surrealista. Recorrió el mundo y murió en Mar del Plata. Amaba la poesía y la música, tanto como la fotografía. Fue amigo de Cortázar, Breton, Ciorán y Rafael Felipe Oteriño, entre otros.

El poeta vivió durante 20 años en Mar del Plata.

23 de Marzo de 2024 18:12

Fredi Guthmann eligió Mar del Plata para pasar sus últimos años. En realidad, eligió el mar, la cercanía con el mar que proporcionaba una ciudad tan maravillosa como Mar del Plata.

Pero, ¿Quién fue Fredi Guthmann? Un amigo, Martín Tornay Trouilh, compró el libro en París, lo lee, lo disfruta y me lo regala. Guthmann para mí era desconocido, me atrae su poesía, me hace pensar. Nunca imaginé que iba a encontrarme con un personaje extraordinario que recorrió el mundo como aventurero, estuvo dos años viviendo en la India buscando su espiritualidad, tuvo contacto con André Breton, Artaud, Picasso, Emil Cioran, Paco Porrúa, Miguel Ángel Bustos y Cortázar entre otros, era un surrealista de la primera hora y pasó 20 años en Mar del Plata hasta su muerte.

La grande respiration dansée es un libro breve, pero poderoso desde sus poemas. Su autor era Fredi Guthmann, quién había nacido en San Isidro y había muerto en Mar del Plata. Un poeta a quien le gustaba sentarse en los bares de la Rambla a mirar el mar durante la mañana y recorrer los bosques “buscando hojas caducas”.

Su familia era dueña de una de las grandes joyerías de la calle Florida en Buenos Aires. Pero él no se veía en ese lugar, por lo que cortó con su cercanos y partió hacia la aventura, manteniendo contacto solo por carta con su hermano.

Durante todo ese periplo, Guthmann guardaba poemas y escritos en una pequeña valija de viaje. Su obra le interesaba, su obra era el legado de toda una experiencia de vida.

Mientras hacía la bohemia en París, su amigo André Breton le propuso publicar sus poemas, pero él no aceptó. No era su tiempo todavía. Pasado los años, junto a su otro amigo, el poeta Rafael Felipe Oteriño, se sinceraría y le diría: “Mire Rafael, en la década del 30, en París, Breton me dijo: ‘Fredi, vamos a publicar su poesía’. Y yo le dije que no, porque aún era temprano. Y ahora, yo a usted le contesto: ‘No, mi hora ya pasó’”. Impresionantemente bello.

“He rozado muchas vidas y he guardado el polvo de ellas” dijo alguna vez. Y una de las cosas que garantiza su condición de aventurero es el velero que ilustra la portada del libro. Fredi lo compró en Sídney para poder con él llegar hasta la Polinesia. Oteriño cuenta que “publica un aviso en uno de los diarios locales convocando a un marinero valiente que se animara a acompañarlo hasta la Polinesia.

Finalmente aparece uno que era medio truhan e intentó venderle el velero a un tercero en alguno de los puertos donde desembarcaron”. Fredi continuó sus aventuras “navegando por todo el Pacífico, explorando islas, naufragando y hasta salvándose de los últimos antropófagos de Melanesia”.

En 1940 conoce a Julio Cortázar en Buenos Aires. Este era un visitante asiduo del departamento en el piso 11 que Fredi tenía en Santa Fé y Ayacucho (el departamento es indicado en La vuelta al día en ochenta mundos, una de las obras de Cortázar). Su amistad luego continuó por cartas que ahora se encuentran en una Universidad de Estados Unidos junto a parte de la obra del autor de Historias de cronopios y de famas. En una de ellas, Cortázar le cuenta que escribió o está por terminar Rayuela. También le dice en ella: “Oliveira, no vamos a decir que es usted, pero tiene sus mismas ganas de comerse el mundo (fechada el 6 de junio de 1962)”.

Natacha Czernichowska, esposa de Fredi, era traductora de la Unesco. Luego de casarse vuelven a Buenos Aires. Cortázar está por partir hacia París, entonces le brindan contactos en aquella ciudad para facilitarle las cosas. Uno de ellos era por el trabajo que acababa de dejar Natacha. Cortázar llega a Francia, va a la entrevista y se queda con el trabajo de traductor de la Unesco, del que vivirá durante su estadía. (De hecho, uno de los últimos libros recopiladores de la obra de Guthmann está dedicado, entre otros, a Aurora Bernárdez, esposa de Cortázar).

Fredi comenzó a realizar la traducción de Los reyes al francés. Julio se lo dedica diciendo: “A Fredi, minotauro viajero, poeta detrás de su laberinto. Con todo el afecto de Julio” Fredi Guthmann vino a Mar del Plata en 1975 y permaneció hasta su muerte en 1995. Sus cenizas
están esparcidas en ese espacio que tanto admiraba, el mar. Alquilaba un departamento sobre la calle Arenales casi llegando a la costa, frente a la Plaza Colón. Desde ahí, todas las mañanas iba a sentarse a una mesa de los cafés de la Rambla y se quedaba mirando el mar hasta que su esposa pasaba a buscarlo al mediodía.

“Para mí fue una figura excepcional. Él siempre estaba mirando lo mágico, lo inexplicable. Era una mente surrealista. Como Walter Benjamin, Fredi tenía una gran ilusión con el surrealismo como última libertad del hombre. ‘Lo nuevo, siempre lo nuevo’ era uno de sus predicados”, confiesa su amigo Rafael Oteriño.

- ¿Ustedes se conocieron acá en Mar del Plata?

- Lo conocí en la casa de un amigo de él, un médico que además era pianista. Me acuerdo de que era una mesa muy grande, social. Él estaba en una punta y yo en la otra. A él le habían dicho que yo era poeta y me miraba desde lejos hasta que, por entre la mesa y el resto, hicimos contacto. Me acuerdo que me nombró a Saint-John Perse, que es el poeta por el que yo empecé a escribir, y de golpe nos sintonizamos e inmediatamente nos apartamos y nos pusimos a conversar. Él tenía varios grupos, con uno hablaba de música, con otro de espiritualidad, que era más de Buenos Aires, y con otro con el que hablaba de poesía y literatura.

- ¿Alguna vez le preguntó por esa etapa de espiritualidad?

- Alguna vez salió la conversación y Fredi me dijo: “De eso no se habla”. Como diciéndome que de eso solo se habla con quien está iniciado, no con alguien de afuera. Él pasó dos años viviendo en la India, estaban recién casados y Natacha alguna vez me contó que estaba todo el día meditando, en silencio.  Entre las cartas de Cortázar hay algunas con Porrúa, amigo también de Fredi, y entre ellos, en sus cartas, le recriminan que se fuera a la India tanto tiempo y dejara sin fomentar su condición de escritor por esa espiritualidad que fue a buscar. Eran decisiones y prioridades de cada uno.

Guthmann le escribe a su hermano sobre esta etapa, “...pero mi interés no está en el método, sino en la búsqueda, como Diógenes con su linterna. Hace falta saber si eso existe: la fusión en lo absoluto”.

Natacha ha dicho que Rafael Felipe Oteriño “fue el último amigo poeta” que tuvo Fredi. La pregunta es cómo vivía el propio Guthmann su obra y Oteriño ha dicho: “De su poesía, hablaba como de algo íntimo y cerrado, acaso por el conflicto entre lo que podía suponer, como imperfección, el hecho de atribuirse la autoría de una obra y de pensar en su publicación, y la sabiduría que, como aspiración, debería ponerlo a salvo de esos comunes afanes. Rara vez daba a conocer algún texto suyo, y, si lo hacía, lo disimulaba diciendo que se trataba de la obra de un amigo, cuyo datos y filiaciones no precisaba del todo”.

La obra que se conoce de Fredi Guthmann, cartas, poesía, fotografías, fue editada luego de su muerte. “Hermano, de tal manera, de Rimbaud, todo en él parecía extraño: desde el tono quebrado de su voz, hasta su vocalización afrancesada, desde su metro noventa de estatura, hasta su memoria recitando algún verso de los místicos. Y, sin embargo, a poco que abría su mundo, todo resultaba entrañable y
como nacido de una profunda hospitalidad. Y en verdad así lo era, porque, más allá de su condición de solitario, Fredi era sumamente afectuoso. Gustaba por partes iguales de la amistad y de la belleza. Y creo que sentía que la amistad era una de las formas de la belleza”, ha escrito Oteriño.

Fredi Guthmann me reencontró con el surrealismo. Un personaje encantador que pudo concretar su sueño: vivir a pleno sus aventuras, inspirar su propia obra, encontrar su camino espiritual y descansar en su lugar que siempre adoró: el mar.