La historia de un cura violador que se convirtió en portero y un niño abusado que fundó una ONG

Sebastián Cuattromo fue víctima de Fernando Picciochi, el encargado de un edificio del centro de Mar del Plata que fue despedido por los vecinos por “estar en una posición de poder y acceso” a menores de edad. En una entrevista, contó su historia.

Sebastián, junto a Silvia, Blanca y su hija. 

8 de Septiembre de 2018 20:02

Era 1989, Sebastián no tenía todavía 14 años, y estudiaba en el Colegio Marinista de Buenos Aires cuando fue abusado por Fernando Picciochi, quien entonces era hermano marianista y su profesor. Hoy es adulto y cuenta que no pudo “poner en palabras lo que le había pasado, ni compartirlo con nadie o pedir ayuda” ni siquiera a sus padres. Recuerda que sobrellevó en silencio durante muchísimo tiempo ese dolor; pero un día habló.

En 2012, más de 20 años después de haber sido víctima, llevó su caso a juicio oral y público. La Justicia dictó sentencia -ratificada por la Corte Suprema con un fallo unánime 4 años después- y condenó al hombre a 12 años de prisión por el delito de Corrupción de Menores Calificado y Reiterado. Pero como los hechos fueron cometidos mientras en Argentina estaba vigente la Ley del 2x1, en la mitad del tiempo salió.

Picciochi recuperó su libertad en 2016 y por meses su paradero era desconocido, hasta que un día una amiga de un chico que vive en un edificio ubicado en Moreno 2254 de Mar del Plata, lo reconoció. Trabajaba de portero.

“Parecía una persona amable, respetuosa, no habíamos tenido ningún tipo de problemas”, cuenta Blanca Roberto, quien es propietaria de uno de los 176 departamentos del centro de la ciudad y después de estar segura junto a otros vecinos de que se trataba del ex religioso pidió a la administración que removieran al hombre del cargo.

Si bien estaba por un tiempo a prueba, “faltaba poco para que se cumplieran los 60 días y quedara efectivo”, por lo que el despido “debía ser inmediato”.

Como otros tantos edificios de Mar del Plata, éste tiene su principal actividad en verano con los turistas y durante el invierno es ocupado principalmente por jóvenes estudiantes de la zona. Fue la presencia continua de los estudiantes lo que alertó a Blanca y otros propietarios.

Ella es docente y vive en La Pampa, donde da clases de Construcción de la Ciudadanía. Está en contacto con niñas, niños y adolescentes todos los días, y sabe que esa es una etapa “muchas veces vulnerable” de la vida. Por eso, cuando supo que un abusador sexual de menores condenado trabajaba en el edificio, no dudó en buscar la forma para que se vaya. El día 18 de agosto pasado dejó de trabajar en el edificio. 

No queríamos un abusador en el edificio”, resumió la mujer y aclaró: “Mucha gente estuvo detrás de mi opinión”.

La puerta del edificio donde trabajó Picciochi, en Moreno al 2200.

 

Fue 10 años después de los hechos vividos entre 1989 y 1990 cuando Sebastián pudo “poner en palabras” lo que le había pasado, por primera vez. Ante una necesidad muy fuerte de emprender un camino de “búsqueda de reparación y justicia”, comenzó a buscar a otros chicos que hayan sido víctimas del mismo abusador, quien además de ser docente del entonces adolescente era el responsable del viaje de fin de séptimo año, donde cometió los abusos. 

Por ese entonces el colegio al cual asistían y pertenecía a la congregación de los Marianistas, era privado, católico, sólo de varones, “profundamente autoritario, violento y machista”.

“Había distintos tipos de abuso de poder casi como norma de relación entre adultos y niños”, cuenta Cuattromo y explica que ni siquiera pudo encontrar ayuda en un sólo docente ante el delito que estaban siendo víctimas.

Según una estadística de la Unión Europea y que desde la organización que lleva adelante Cuattromo hacen propia, 1 de cada 5 chicos son víctimas de abuso sexual; es decir, el 20%. Principalmente en el ámbito intrafamiliar.

La cifra “es extraordinariamente grave y masiva” y da cuenta del descomunal exceso de poder que significa un abuso sexual.

“Por eso, somos adultos protectores de posibles niños víctimas que buscamos transformar la sociedad”, indica Cuattromo en cuanto al objetivo de la organización y añade que lo que se busca es un cambio de mentalidades, actitudes y prácticas, porque como dice un dicho africano: “Para criar un niño hace falta una aldea”.

“Todo lo que hacemos y no hacemos como adultos a los que más perjudicamos es a los niños que son los más vulnerables y débiles”, sentencia.

De esa forma Cuattromo deja claro que haber sacado a Picciochi del edificio no fue más que una “medida de precaución”. “La angustia de que un abuso pueda repetirse siempre está, porque atrás de todo abusador suele haber muchas víctimas a lo largo del tiempo”.

Sebastián Cuattromo no vive en Mar del Plata. Sin embargo, la historia de Blanca y sus vecinos ahora lo conecta más con la ciudad donde desde hace muchos años participa en diversas actividades relacionadas con la causa.

Fue la primera persona que la mujer contactó cuando descubrió la presencia de Picciochi, un corruptor de menores calificado, en el edificio. Cuando habla del caso, sostiene que fue “una decisión muy valiosa y de prevención primaria”, y explica: “Estaba en una posición de poder y acceso con respecto a niñas, niños y adolescentes”, explica.

Después de dedicar muchos años a que su caso tuviera justicia, Sebastián junto a Silvia Piceda, su compañera de causa y de vida, fundaron “Adultxs por los derechos de la infancia”, una organización cuyo “objetivo es dar visibilidad al delito del abuso sexual infantil con la finalidad de incidir públicamente en la defensa de la infancia y sus derechos, y a la vez compartir experiencias propias con el formato de grupo de ayuda de pares”.

El trabajo es anónimo y no terapéutico ni profesional. Todas las semanas hay encuentros y además se realizan actividades en todo el país como la que habrá en Mar del Plata los días 13, 14 y 15 de septiembre donde “se compartirán testimonios con la comunidad”. (Para conocer la grilla de actividades ir a Ver Más).

La idea de “compartir en primera persona es abrir el diálogo y la reflexión crítica colectiva ante estos delitos”.

“Más allá de las penas cumplidas, estamos convencidos de que un debate es establecer una serie de oficios y profesiones que este tipo de sujetos no pueden desempeñar porque se encuentran en poder de acceso a niñas, niños, adolescentes y personas vulnerables”, indica. En ese sentido, señala que el rol que cumplía Picciochi de encargado de edificio le permitía entre otras cosas, conocer horarios y actividades de quienes viven allí.

No es capricho ni caza de brujas, sino una actitud de protección de la infancia”, afirma.