A seis meses de su reapertura, la Boston sólo quiere seguir creciendo

La sucursal de calle Buenos Aires, entre Belgrano y Moreno, muestra alegría por su presente, después de tanta adversidad. Ya incorporó a dos trabajadores nuevos y apuesta por incrementar la cantidad de empleados a futuro.

Fotos: 0223.com.ar

1 de Diciembre de 2019 07:54

Sólo hay que cruzar una de las esbeltas puertas de vidrio que custodia la entrada para encontrar todo en su lugar: los pancitos madrileños, las facturas, los vigilantes, las medialunas frescas, los alfajorcitos de maicena, las masitas secas; sobre el mostrador, las tres mujeres de un blanco impecable que se reparten la atención de la caja, del público, de la cafetera, de la cocina y de las tareas matinales; y en el centro de la escena, por supuesto, el protagonismo de las mesas y sillas de madera que se completan con cortados, lágrimas, sobrecitos de azúcar y edulcorante, tostados, buzos, camperas, bolsos, mochilas, y el murmullo constante de charlas triviales.

En el local de calle Buenos Aires, entre Belgrano y Moreno, no sólo no hay lugar para silencios sino que tampoco parece haber resquicio sin ocupar. Espejos, cuadros, muebles, armarios, estantes: toda la piel de la confitería se viste y sobrecarga con una madera grave, oscura. Pero en cada mueble, armario, estante, hay más cosas todavía: hay bolsas verdes en las que brilla la distintiva águila dorada, y hay también regalitos preparados para comprar; en infinidad de variantes, con múltiples mensajes. La novedad surgió por el Día de la Madre pero se replica ahora, para las fiestas de fin de año, ante la buena repercusión.

"Sólo se pierde lo que no se pelea". Ésa sentencia impresa en uno de los regalitos es la que se destaca entre las tantas sentencias impresas en los otros regalitos que ofrece la Boston. Porque dice y significa mucho para los nueve empleados que hoy están en el comercio pero que hasta hace poco más de seis meses atrás ni siquiera sabían si iban a poder seguir disfrutando de un derecho que en algún momento quiso confundirse con un privilegio. Porque hasta hace poco más de seis meses atrás no había nada en su lugar: la Boston sólo era espejo de una lucha desigual de trabajadores y familias por no perder su única fuente de ingreso a causa de desmanejos empresariales.

Lucía Acuña se sorprende cuando le dicen que ya pasaron seis meses. Busca los ojos de una compañera que no vacila y le dice que sí, que claro, que fue el primero de junio cuando reabrieron la sucursal. La mirada en retrospectiva es increíble: tuvo que pasar un año de lucha para que todo quedara en manos de un síndico y las puertas permitieran otra vez el paso de los clientes y del olor a café sobre cada rincón. Está claro que la resistencia frente al cierre y el posible desalojo se tornó como un proceso largo para todos pero este último medio año de nueva vida parece distinto: Lucía, todavía sorprendida, dice que todo se pasó volando, que todo fue muy rápido.

"En estos fines de semana largos venimos trabajando muy bien. Nos vienen a apoyar y saludar de todas partes. En general, igual, todos los fines de semana se trabaja bastante. La verdad que no nos podemos quejar porque el marplatense siempre viene, nos pregunta cómo sigue todo y nos da una mano con un cafecito al menos. El horario fuerte de trabajo es a la mañana y a la tarde, entre las 17 y las 18", asegura a 0223 la delegada de los empleados de la reconocida confitería.

Y Lucía también explica que todo se pasa volando porque, si bien la reapertura de la sucursal es un antes y después para el personal de la Boston, cada día de trabajo también lo es. Porque todas las jornadas son frenéticas, porque ya hay que pensar en la venta de los tradicionales budines y pan dulces para Navidad, y porque, sobre todo, hay ganas de crecer y de que haya más trabajadores.

Fueron once los empleados que quedaron en la calle y sin nada cuando se produjo el repentino cierre. Con la reapertura y el apoyo de los sindicatos de Pasteleros y Gastronómicos, se logró tomar nuevo impulso y se recuperó a siete integrantes de la planta inicial. Ya hubo otros dos compañeros - un pastelero y una camarera que a veces cumple otras funciones - que se sumaron en estos meses gracias al buen rendimiento comercial.

Por eso la delegada tampoco se saca la sonrisa del rostro y agradece por todo el respaldo recibido, por este presente, pero no se conforma: sueña, insiste con la necesidad de generar más trabajo para quienes aún lo esperan: "Gracias a Dios no nos podemos quejar: hoy estamos trabajando como queríamos. Estamos re contentos pero con la esperanza puesta en que haya mucho más trabajo para que en algún momento tengamos más compañeros acá".

Mientras tanto, algunos clientes ya satisfechos se levantan de sus lugares, agradecen el servicio y completan su salida por la misma puerta de entrada. Lo que quedan ahora son algunas mesas con platos vacíos, servilletas estrujadas, y tazas casi desnudas, vestidas apenas por los vestigios de la espuma inconfundible. Las mesas quedan así, al descubierto, pero no por mucho: porque ya llegará otra persona, otra pareja, otra familia, para pedir su café y renovar la esperanza de una Boston que sólo quiere seguir creciendo. 

 

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