Maga Almendra, una poeta queer que escribe desde el margen

Sus textos hablan de la entrega del cuerpo a cambio de dinero, especulan sobre qué es el amor y también dejan entrever su relación con la muerte, siempre al acecho. Pero antes de llegar hasta acá, Maga trabajó mucho hasta encontrar su propia identidad, se prostituyó para poder vivir y, gracias a la militancia, conoció y aprendió hacer valer sus derechos.

27 de Marzo de 2022 08:02

“El tipo que pagó por mi cuerpo es muy bueno, me mira a los ojos.

Dice que parecen de bruja o de gitana”. 

Maga Almendra lee ese primer verso de “El cliente” desde su celular y evita hacer contacto visual con el público que escucha la lectura de textos feministas en el centro cultural “La casa de enfrente”, una actividad organizada por el Día Internacional de la Mujer trabajadora. 

De entrada se queda con la atención de todos. Sigue: 

“Le gusta mi piel, es muy suave, dice. 

Ya son las 5am, pasamos toda la noche juntos, 

me abrazó después de darse un pase. 

No sé si tendrá olfato, pero le llama la atención mi olor. 

Dice que huelo a mujer”.  

De un tirón continúa con otros textos que guarda en un .txt de su teléfono. Escribe desde los 12 años pero es la segunda vez en su vida que se anima a compartirlos con otros. Sus versos desprovistos de rima y métrica o adornos son latigazos, imágenes disparadas a quemarropa, palabras que quedan flotando en el aire. Pero, claro, antes de llegar hasta acá, Almendra Magalí Vidal trabajó mucho hasta encontrar su propia identidad, se prostituyó para poder vivir y, gracias a la militancia, conoció y aprendió hacer valer sus derechos. 

Hasta los 18, Maga vivía como varón durante el día y vestía como mujer para salir a bailar. Aunque siempre tuvo miedo de que la pudieran agredir al verla salir de su casa de un barrio de la periferia “montada” y con peluca, su mamá siempre la apoyó. Fue en esa época que eligió su nombre: un muchacho se le acercó a preguntarle cómo se llamaba y dijo lo primero que se le vino a la cabeza. A la salida del bar, le contó a su prima lo que había pasado y juntas definieron los dos nombres que ahora dicen su DNI: Almendra Magalí. “A mí no me convencía Magalí, pero mi prima me dijo: te podemos decir Maga; vos sos ‘maga’, sos magia”, dice.

Su familia, asegura, vivió la transición con naturalidad. Pero un día necesitó poner en palabras eso que, en apariencia, todos habían empezado a asumir desde hacía tiempo; en  la época de la secundaria o, incluso, durante la infancia, cuando solían referirse a ella en femenino en el almacén del barrio. “Hablé con mis padres y les dije quién era realmente. Me acuerdo que la torta de mi cumpleaños decía mi nombre biológico y el actual”, recuerda, sin disimular la ternura que le provocó la situación. 

Sin embargo, Maga no pudo evitar el destino que suelen tener las travestis y trans ante la falta de inclusión laboral. Así, la prostitución se convirtió en una de sus primeras fuentes de ingresos. Conocía a sus clientes en bares y boliches, acordaban un precio y si estaba todo bien, se iban juntos. A veces las cosas salían tal como lo habían convenido; otras, no. Incluso, reconoce que en tres oportunidades -en una, un hombre fuera de sí la amenazó con un arma de fuego- sintió que su vida corría riesgo. De eso también hablan sus poesías porque si bien pudo salir de ese ambiente, para la mayoría de sus amigas sigue siendo la única forma de sobrevivir

En “Sola”, un texto que escribió durante la cuarentena más estricta del primer año de pandemia, aparece muerte y su lucha constante por hacerle frente en distintas circunstancias:

“La muerte me visita dos o tres veces por semana, 

se muestra de distintas maneras, y yo trato de evitarla, 

me hago la distraída, como si no la estuviera viendo; 

cuando ella y yo nos conocemos hace rato,

mucho antes de estar acá.”

Después trabajó en una panadería, fue filetera en una planta de pescado y limpió casas pero, dice, nunca tuvo un trabajo registrado “como al que podría acceder cualquier chica cis”. Hoy, a los 31, a Maga le queda poco para terminar un curso de peluquería y trabaja como movilera para Radio de la Azotea, en donde habla en particular de las problemáticas de los vecinos del barrio Autódromo. “El trabajo me empoderó”, dice durante una conversación por videollamada que mantiene con 0223 un rato antes de entrar a un curso de formación laboral. 

Pero más allá de que su presente es mucho más tranquilo que el de hace una década atrás, Maga quiere hablar de la temática trans, de las travestis, de las travas que gustan definirse así como una forma de desafiar a quienes nombran esa palabra como si se tratara de un insulto. 

-¿Y vos?

-Siempre sentí que era “la” rara, que no encajaba en ninguna sexualidad. Al principio creí que era un chico gay, no entendía mucho qué pasaba y tampoco había mucha información sobre niñas trans. La difusión del caso Luana (la primera niña trans de Argentina)  me hizo ver que podía ser quién yo quisiera pero, hasta entonces, lo más cercano que conocía era la imagen del travesti parado al lado de la ruta, como siempre se decía. Durante la adolescencia me definía como una mujer trans y trataba de ser lo más femenina posible. Hoy me autopercibo como una persona queer, sin etiquetas.

El acercamiento y su militancia junto a otres compañeres de la Asociación por un Mundo Igualitario (AMI), una de las principales organizaciones LGBTQ+ de Mar del Plata, le permitieron ver con claridad cuántas veces había sufrido discriminación o no se habían respetado sus derechos. Las escenas, que se habían acumulado a lo largo de su vida, se sucedieron como en un film y las convirtió en poesías que, confía, un día terminarán reunidas en un libro. Como la vez que fue a un shopping a llevar un currículum para cubrir un puesto de vendedora y las mismas empleadas se le rieron en la cara, cuando algunos médicos insistían en llamarla por su nombre biológico y acaparaba todas las miradas de la sala de espera; o, también en el hospital, cuando un profesional le pidió que le mostrara y le tocó los genitales durante una consulta por un tratamiento de hormonización. “Nadie te puede hacer eso, pero yo no sabía”, remarca. Años más tarde, para su sorpresa, otro médico la recibió y le preguntó cómo estaba, cómo se sentía y, lo que para cualquier persona cis es sólo una cordialidad, para ella denota un cambio de época.

Lectora empedernida de Camila Sosa Villada y Susy Shock, Maga planea aportar su testimonio desde el margen, en forma de poesía y prosa. No sabe cuándo será, pero su proyecto ya está en marcha. Y a esta altura, ella sabe que eso es bastante.

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