El valor de las palabras: ¿Cuánto sabés del "ma" japonés o del "petricor"?
El valor de las palabras trasciende su uso. En su origen también se juega mucho de ellas. Las palabras son herramientas de las cuales echamos mano a la hora de evocar emociones, transmitir ideas y construir realidades.
Desde los albores de la humanidad, las palabras han sido nuestras herramientas más poderosas para dar forma al mundo. A través de ellas, hemos construido sociedades, transmitido conocimientos, también expresado nuestros sentimientos más profundos y dejado una huella imborrable en el tejido de la historia.
Explorar su significado es emprender un viaje hacia nuevos mundos de la expresión y sumergirse en la rica diversidad de las lenguas humanas. Algunas más poéticas, otras que suenan extrañas, pero casi todas comparten ese valor intrínseco de evocar emociones, transmitir ideas y construir realidades. Porque el lenguaje no es solo un medio de comunicación, sino también un acto de creación, un arte que nos permite construir mundos nuevos y maravillosos.
Redescubramos el poder transformador del lenguaje y reflexionemos sobre la importancia de cultivar un vocabulario rico y variado. Porque, como decía el filósofo Wittgenstein, “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo."
En Japón, ‘ma’ representa el silencio que se produce entre dos palmadas. Pero también se utiliza para referirse a la calma entre dos grandes estruendos más amplio.
La palabra fuubutsushi hace referencia a los objetos, sensaciones, imágenes y aromas que evocan recuerdos. Por ejemplo, ese perfume que olés en el colectivo y te hace pensar en cierta persona, esa canción que escuchás en la radio y te hace viajar a tu infancia.
Ese tan atractivo olor a tierra mojada tiene su nombre también: petricor. Esta es la unión de dos palabras griegas, pétros (‘piedra’) e ichór (‘icor’). El icor es el fluido que, según la mitología griega, corría por las venas de los dioses. Literalmente, petricor significa el olor que desprende la unión de la sangre de los dioses (la lluvia) y la tierra.
Se conoce como filtro al surco que une el centro de la nariz con el centro del labio superior. Nuestros antepasados tenían la nariz y el labio superior unidos. Cuando estos se separaron, dada la evolución, quedó esa marca en nuestro rostro. Continuando, se llama Arco de Cupido a la pequeña curva del labio superior que forma el final del filtro. Recibe este nombre porque le confiere al labio superior una forma similar a la del típico arco con el que se suele representar al dios romano Cupido.
La sangría o sangradura es la parte del brazo donde se dobla el codo. Se la llama así porque es el punto que suele usarse para extraer sangre.
Como pareidolia se conoce al fenómeno psicológico por el que tendemos a ver figuras conocidas donde no las hay. Por ejemplo, en las nubes o en las rocas.
A cualquier texto sin sentido se le suele llamar jitanjáfora. Pero la particularidad es que su valor poético se encuentra en la sonoridad de las palabras.
La palabra desastre tiene su origen en las estrellas. Está compuesta por el prefijo ‘des’ (del latín ‘dis’, que denota negación, contrariedad) y ‘astre’ (del latín ‘astrum’, que significa astro o estrella). Según se cuenta, en la antigüedad se creía en la influencia de los astros sobre todo lo que ocurría en el mundo. Lo malo era, entonces, aquello que se encontraba en ausencia de una estrella, ya sea para una circunstancia o una persona. Es decir, iban o estaban desastrado y perdían su rumbo.
El valor de las palabras no solo reside en su significado actual, sino también en su origen etimológico y en la historia que han recorrido a lo largo del tiempo. Cada palabra es un testimonio de la evolución cultural y lingüística de la humanidad, un puente que conecta el pasado con el presente.
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