Alca, Alca, ¡al Carajo!: crónica de la Contracumbre que buscaba una nueva integración regional
En 2005, la III Cumbre de los Pueblos se vivió como la resistencia popular a la IV Cumbre de las Américas. Figuras culturales y líderes latinos unieron fuerzas para rechazar la propuesta del gobierno norteamericano bajo el grito: “¡Alca, al carajo!” El grito selló un rechazo histórico que redefinió la integración regional.
Noviembre de 2005. La ciudad de Mar del Plata, marcada por la presencia constante del sol y el turismo, se vistió de vallas y uniformes. El telón de fondo era la IV Cumbre de las Américas, una cita que reunía a los primeros mandatarios del continente. Entre ellos, la figura imponente del entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, acaparaba toda la atención. Pero la historia, como siempre, se escribe en dos planos. Mientras los diplomáticos debatían en salones cerrados, la voz del pueblo se alzó desde las calles y el césped del Estadio José María Minella.
Algo de historia
A fines del siglo XX y comienzos del XXI, América Latina atravesaba profundas crisis sociales y económicas, con el colapso del modelo neoliberal que se instaló en la década del 90. Independientemente de esto, Estados Unidos impulsaba como solución el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), un acuerdo de libre comercio hemisférico subordinado a sus intereses, sin contemplar las asimetrías entre los países.
La intención del presidente George Bush era que, en el contexto de la Cumbre de las Américas, se aprobara la iniciativa que contaba con el apoyo de Canadá y México.
Sin embargo, tal acuerdo no era la propuesta para la totalidad de los que acompañarían la iniciativa. Los cancilleres lo rechazaban, los equipos técnicos sostenían que las condiciones no eran suficientes y los presidentes de cinco países (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela) se opusieron firmemente al ALCA. Esta decisión, liderada por Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula da Silva, buscaba defender un modelo de integración basado en la soberanía y la autonomía regional. De hecho, aquel rechazo posibilitó más adelante el surgimiento de iniciativas como UNASUR y CELAC, excluyendo a Estados Unidos y promoviendo una integración entre iguales.
El contrapunto: La Cumbre de los Pueblos
A la sombra del encuentro oficial, el Estadio Mundialista se convirtió en el corazón latente de la resistencia. Ahí se gestaba la III Cumbre de los Pueblos, un cúmulo de voces disidentes que planteaban la alternativa.
Nombres míticos convergieron: referentes como el Premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, Hebe de Bonafini, Hugo Chávez, Evo Morales, Miguel Bonasso, Diego Maradona, la poesía de Silvio Rodríguez y el ritmo rebelde de Manu Chao.
Contra todo pronóstico y superando obstáculos organizativos de gran magnitud, la III Cumbre de los Pueblos se consolidó como un evento exitoso por derecho propio. La diversidad de foros y actividades permitió articular a los distintos movimientos sociales del continente y avanzar en definiciones estratégicas compartidas. La campaña de desprestigio que intentó aislar la Cumbre de los Pueblos de la población fracasó: lejos de quedar marginada, logró una notable repercusión pública que contribuyó a una participación popular masiva en las actividades de la “Contracumbre”.
El momento culminante se vivió el 4 de noviembre, cuando más de 40 mil personas marcharon por las calles de Mar del Plata, acompañadas por movilizaciones en distintas ciudades del país. El acto central, realizado en el Estadio José María Minella, reunió a delegaciones sociales internacionales y a figuras invitadas, como el propio Maradona y el cineasta Kusturica, que amplificaron el impacto social del evento.
El ambiente, a pesar del frío y la llovizna intermitente, era entusiasta, una mezcla de fiesta y militancia. Cerca de 40.000 almas marcharon 26 cuadras, desde Luro e Independencia hasta el estadio deportivo. La jornada estuvo precedida por presentaciones de Silvio Rodríguez, en representación de los más de 200 cubanos asistentes, y del músico uruguayo Daniel Viglietti.
El cierre estuvo a cargo del presidente venezolano Hugo Chávez, único mandatario que se apartó de la cumbre oficial para dialogar directamente con los movimientos sociales. Su discurso reafirmó el compromiso con la soberanía de los pueblos y la oposición frontal al ALCA ante esa multitud.
El grito que cruzó la historia
El plato fuerte, el momento que quedó grabado a fuego en la memoria colectiva, llegó con el venezolano. Hugo Chávez subió al escenario y, tras casi dos horas y media de discurso, empapado de citas de José Martí y la visión de una "segunda independencia", soltó la frase que se volvería bandera. En medio de un fervor inaudito, la multitud coreó con él, con una furia que era también celebración: “¡ALCA, ALCA, al carajo! ¡ALCA, ALCA, al carajo!”
El Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), esa propuesta hegemónica impulsada por Washington, recibía su sentencia en el césped marplatense. Chávez, insistiendo en el ALBA (Alternativa Bolivariana para los Pueblos de América), dejó claro que los tiempos de subordinación habían caducado. Su adiós fue una promesa firme: "Me voy a la otra cumbre; voy a llevar las palabras de ustedes".
Lo que vino después
Sin embargo, la realización del evento no estuvo exenta de tensiones.
Por la tarde de ese mismo 4 de noviembre, mientras los mandatarios de América se reunían en el auditorio de Mar del Plata, a quince cuadras de distancia se desataba una escena completamente distinta. La ciudad entera veía a través de los medios de comunicación cómo aquella jornada que había comenzado como una fiesta se convertía en una jornada de protesta que derivó en enfrentamientos, destrozos y una fuerte represión policial. El blanco del repudio, tal cual lo fue en los discursos, era la presencia del presidente estadounidense George W. Bush, en el marco de la IV Cumbre de las Américas.
La movilización, que había partido desde Independencia y Juan B. Justo con miles de manifestantes de distintas agrupaciones sociales y de diferentes sectores, se dirigió hacia el perímetro de seguridad que rodeaba el espacio donde se desarrollaba el encuentro de presidentes. Allí, un grupo de encapuchados se desprendió de la columna principal y comenzó a arrojar piedras y bombas molotov contra los efectivos de la Policía Bonaerense. La respuesta fue inmediata por parte del enorme operativo de seguridad que se había montado: gases lacrimógenos y balas de goma marcaron el inicio de más de dos horas de tensión.
Los disturbios se extendieron por la Avenida Colón, donde varios comercios fueron atacados. Vidrieras rotas, incendios provocados con mobiliario arrancado de los locales y saqueos en negocios de telefonía, bancos, supermercados y empresas de servicios marcaron el recorrido del grupo más radicalizado. La sucursal del Banco Galicia fue incendiada por completo, mientras que locales de Havanna, Arcor, Movistar, CTI, Swiss Medical, DirecTV y Mapfre sufrieron daños severos.
La policía, que tardó en desplegarse en la zona, finalmente logró contener la situación con camiones hidrantes, motos y refuerzos de la Gendarmería. Para las 19:30, la calma comenzaba a restablecerse, aunque el saldo era contundente: 64 personas detenidas y una ciudad golpeada por el caos que aparecía en todos los medios de comunicación del mundo.
Desde las organizaciones convocantes, hubo voces que se distanciaron de los hechos violentos y otras que atribuyeron los enfrentamientos a la presencia de “infiltrados”.
El intendente de aquel entonces, Daniel Katz, aseguró que el Estado Municipal se haría cargo de los daños materiales. Pero el impacto político y simbólico de lo ocurrido en Mar del Plata dejó una marca difícil de borrar: la contracumbre no solo fue un grito colectivo contra el ALCA, sino también el espejo de las tensiones que atravesaba América Latina.
El legado
En definitiva, la III Cumbre de los Pueblos fue un hecho político de gran relevancia continental. No solo por su masividad y repercusión, sino por haber encarnado, desde abajo, una resistencia clara al avance del ALCA y a las lógicas imperiales que lo sostenían.
Para muchos jóvenes presentes, formados en lo que fue la crisis y las luchas del 2001, aquella jornada fue la cristalización de un sentir profundo. No era solo política, era cultura popular hecha carne.
Sindicatos, movimientos sociales y redes como la Alianza Social Continental habían tejido una resistencia desde abajo. La crítica al modelo neoliberal, alimentada por una bronca similar a la de 2001, encontró en la cultura su idioma más potente.
Mar del Plata, en noviembre de 2005, no solo fue sede de un encuentro de presidentes. Fue el epicentro donde una América Latina decidida a mirarse a sí misma, con sus propias reglas, enterró simbólicamente un proyecto ajeno, lo que se vivió como una victoria histórica para los pueblos de nuestra América.
Lo que siguió después se convirtió, también, en parte del relato histórico. A dos décadas de aquella III Cumbre de los Pueblos, de la Contracumbre, como muchos la recuerdan, queda poco registro histórico para recuperarla (incluso de la cumbre oficial también). Mirando hacia atrás, queda el “Tren del Alba” que llegó alrededor de las 6:20 a Mar del Plata, con los protagonistas, la marcha masiva por la avenida Independencia bajo la lluvia, las frases “picantes”, el espíritu militante; y, sí, también, los destrozos de la tarde del mismo día. Pero, sobre todo, quedan las ideas que se buscaron compartir.
Veinte años de aquel 4 de noviembre de 2005. Y mientras el presente parece dialogar con aquel pasado, como si ciertos ciclos se repitieran, suena fuerte Manu Chao como aquel día en Plaza Italia: “La vida es una tómbola, y arriba y arriba…”.
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