Los inolvidables recuerdos en los cines Nogaró y Gran Normandie y su legado imborrable en Mar del Plata
El cine Nogaró se encontraba en la esquina de Luro y Corrientes. El gran Normandie, en el otro extremo de la ciudad, sobre la calle 12 de Octubre del puerto de Mar del Plata. Del primero, los recuerdos evocan lo imponente y majestuoso que era, con un hall enorme y escaleras potentes. Del segundo queda cierta incomodidad, pero también lo agradable de los encuentros que se realizaban allí.
Entre los innumerables capítulos fascinantes de la historia de Mar del Plata, destaca el de sus cines. Desde 1900 hasta 1998, funcionaron casi 100 salas en la ciudad, sin contar clubes e iglesias, que también se sumaron como espacios ocasionales para la proyección de películas. Cada una de esas salas fue testigo de momentos únicos, sueños colectivos y emociones compartidas bajo el mismo techo.
Todo comenzó en 1901, con la primera proyección cinematográfica en El Palacio de las Novedades, un teatro ubicado en el Paseo General Paz (hoy Boulevard Marítimo). En aquellos tiempos, este espacio servía para eventos sociales, donde se practicaban bailes y se compartía el té. Sin embargo, en una ocasión especial, las imágenes en movimiento hicieron su aparición marcando un punto de partida para lo que sería el cine en Mar del Plata.
La llegada de la época dorada transformó esos escenarios improvisados en auténticos templos dedicados al séptimo arte. Se construyeron espacios ornamentales que, más allá de su función, se convirtieron en símbolos culturales de la ciudad. Algunos de estos cines aún permanecen, unos con usos diferentes y otros destruyéndose por el paso del tiempo, como el Nogaró, Gran Mar, Atlantic, Ópera, Ocean Rex, Ideal y el inolvidable Gran Normandie.
Escribir sobre ellos supone una doble encrucijada: ¿dar prioridad a los datos históricos y cronológicos o rendirse ante la riqueza de las anécdotas que evocan? Historias de quienes trabajaron incansablemente en esas salas, de espectadores de todas las edades y de aquellos que hicieron de estos espacios un refugio donde compartir vivencias, cada uno en momentos diferentes de sus vidas.
Entre tantos cines, hay dos que dejaron una huella imborrable en la ciudad y en sus barrios: el majestuoso cine Nogaró, en pleno centro, y el entrañable cine Gran Normandie, ubicado en el puerto de Mar del Plata. Ambos fueron testigos de una época vibrante que, aunque ya haya llegado a su fin, sigue viva en los recuerdos de quienes la transitaron.
Gran Normandie: el cine que señaló la necesidad de actividades culturales en los barrios
El 24 de mayo de 1957 abrió sus puertas el Cine Gran Normandie, ubicado en la calle 12 de Octubre 3247, en el pujante corazón del puerto de Mar del Plata. Allí, donde las calles eran testigos del ir y venir de pescadores y familias, se levantó este templo del séptimo arte, destinado a dejar una marca indeleble en la memoria de la ciudad.
El Gran Normandie no fue el primer cine del puerto. En la década de 1920, el modesto Fénix ya proyectaba películas en la esquina de 12 de Octubre y Acha. Le siguió el Ideal, que tuvo su espacio en el 3200 de la misma avenida, hasta que el Gran Normandie ocupó ese lugar en 1957. Más tarde, el Ideal se trasladó al 3400, donde lentamente sucumbió al olvido.
Las crónicas recuerdan el día de la inauguración del Gran Normandie como una noche fresca de otoño cuando, a las 21:30, se proyectó Quando Tramonta il Sole, una cinta protagonizada por María Fiore, Abbe Lane y Carlo Giuffrè. Aquella primera función marcó el inicio de una historia llena de luces y sombras.
Con mil butacas entre platea y pullman, el Gran Normandie era un gigante cultural. Según Julio Neveleff, autor de Mar del Plata Es Cine, junto a Miguel Monforte: “Lo del Normandie fue algo excepcional. Era como tender un puente entre el puerto y la ciudad, porque el puerto, la base de nuestra historia, siempre ha sido relegado. Ese cine fue enorme, con programación de calidad, y proyectó tanto cine de Hollywood como joyas del cine europeo, incluyendo la nouvelle vague francesa y el cine del este de Europa. Éramos privilegiados; podíamos disfrutar de todo eso, aunque solo fuera por una semana en cartelera.”
El Normandie no solo era un cine; su presencia iluminaba la calle, ubicada frente al Café Doria, al que se sumaban otros establecimientos icónicos: la carnicería Villarreal, una bicicletería y una legendaria pizzería que muchos recuerdan como Daniela, mientras otros la asocian con otros nombres. Dentro del cine, el ambiente era único. Un telón rojo cubría la pantalla, las cortinas daban un aire solemne y los baldes con arena, para emergencias, evocaban otra época.
“Las butacas eran de madera oscura y duras como un castigo,” rememora Sebastián Chilano, escritor marplatense que pasó su infancia en el puerto.
Chilano recuerda con cariño su primera experiencia en el Normandie: “Tenía diez años y vi Star Wars-Una nueva esperanza sin saber de qué se trataba. Fue tan impactante que me quedé a ver otra película, Cocodrilo Dundee, solo para repetir la de Star Wars. Era así: un estreno y una reposición. También recuerdo combos de películas como He-Man: Masters of the Universe y Pesadilla 3. Nadie controlaba mucho la edad, ¡y menos mal que no lo hacían!”.
El declive del Gran Normandie estuvo ligado a la crisis económica de la zona portuaria. Cerró sus puertas en varias ocasiones, pero el cierre definitivo llegó el 1 de enero de 1992. Antes de apagarse por completo, tuvo un breve renacimiento, proyectando unas pocas funciones antes de convertirse en un mercado. Para entonces, el cine San Martín, el Radio City, el Roxy y el Ópera también habían cerrado. Una época de oro se desmoronaba.
Los últimos en entrar al Gran Normandie se encontraron con un panorama desolador: agujeros en el techo, el piso inundado, la oscuridad como dueña y aves volando por el lugar. Pero aún quedaban las butacas, fieles testigos de los sueños y lágrimas que allí se vivieron.
“Mar del Plata llegó a tener más de 70 cines, pero las costumbres cambiaron. Las crisis económicas, el videocassette, los DVD y luego las plataformas digitales nos dejaron casi sin salas. Hoy quedan muy pocos”, concluye Neveleff.
El Normandie fue más que un cine: un refugio para el alma del puerto, un lugar donde la comunidad se reunía y encontraba un sentido de pertenencia. Su existencia demostraba que las actividades culturales eran imprescindibles y profundamente necesarias en cualquier rincón de la ciudad. Cuando cerró, dejó atrás muchos recuerdos, especialmente aquellos ligados a las infancias de muchos.
Cine Nogaró: el gigante que marcó una época
El 8 de agosto de 1957, Mar del Plata vio nacer al imponente Cine Nogaró, ubicado en el cruce emblemático de Luro y Corrientes, en el pleno corazón de la ciudad. Su nombre, como un reflejo de identidad, provenía del Gran Hotel Nogaró, situado justo enfrente y perteneciente al mismo propietario. Este cine no solo prometía, desde su nacimiento, ser un epicentro cultural, sino también convertirse en un espacio que grabaría en la memoria de los marplatenses sus más preciadas historias.
La jornada inaugural, según el libro Aquellos cines de Mar del Plata, de Rubén Viaro, comenzó a las 16:30 con la proyección en continuado de Donatella, dirigida por Mario Monicelli, y Madame de..., obra de Max Ophüls. Aquella tarde, el Nogaró también inscribió su nombre en los anales de la innovación técnica al convertirse en la primera sala de la ciudad en utilizar cintas de 70 mm, proyectadas con tecnología Philips.
Julio Neveleff describe al edificio del Nogaró como algo imponente desde el primer vistazo: “Era enorme, tan majestuoso que, tras el incendio, de un solo cine surgieron dos salas de teatro muy importantes. Recuerdo haber ido de niño con mis padres y sentir vértigo al caminar por el nivel más alto del pullman. La inclinación era tal que daba miedo mirar hacia abajo. Era una construcción extraordinaria, con dos pisos diseñados para garantizar una visión perfecta de su gigantesca pantalla desde cualquier asiento”.
El cine Nogaró tenía capacidad para cerca de 3000 espectadores, distribuidos entre plateas, pullman y superpullman. Hasta su inauguración, ningún cine en Mar del Plata había alcanzado semejante magnitud: el San Martín, con sus casi 2000 butacas, había ostentado el récord hasta entonces. Este gigante pronto se convirtió en el punto de encuentro de generaciones, un lugar donde las familias se reunían para compartir la magia del celuloide.
El hall, amplio y vibrante, era el preludio perfecto antes de ingresar a la sala. Los programas que se repartían allí, junto con las majestuosas escaleras, dejaban en los espectadores la sensación de estar entrando a un auténtico palacio del cine. Sin embargo, esta majestuosidad sufrió un golpe devastador la madrugada del 1 de enero de 1968, cuando un incendio arrasó con su estructura. Algunas versiones atribuyen el siniestro a un descuido al probar reflectores cerca de los cortinados, y los testigos aún recuerdan lo difícil que fue controlar las llamas. Por esos días, se proyectaba la película Superargo, el hombre enmascarado.
Lejos de resignarse a desaparecer, el edificio renació dos años después, en enero de 1970. Esta vez, fue reconvertido en dos salas independientes: la sala Atlas, ubicada donde antes estaba la platea, y, meses después, la sala América, en el antiguo espacio del pullman. Ambas tenían cerca de 850 butacas cada una, y la América se inauguró con la proyección de la película Isadora, protagonizada por Vanessa Redgrave.
Por su parte, el superpullman quedó vacío, casi como una sombra de lo imponente que fue en el pasado. Incluso, según cuentan las crónicas, tras su reapertura, quienes acudían podían notar todavía en los techos las huellas del humo que habían quedado tras el lamentable incendio.
El Nogaró, pese a las transformaciones, dejó en los marplatenses un legado imborrable. Su presencia, aunque fugaz, marcó una época en la que el cine era más que un entretenimiento: era un refugio, un ritual y una forma de soñar.
Una época se apagaba
“Mar del Plata tuvo, a lo largo de su historia turística, más de 70 cines, es decir, ha sido una de las principales ciudades del país con semejante cantidad. Eso es importante, es un dato significativo: cines que a veces se convirtieron en teatros, otros que desaparecieron, algunos que ahora son lugares religiosos, cocheras o, lamentablemente, espacios sin uso. Esto está totalmente relacionado con el cambio en las costumbres, con las crisis económicas, con los videocassettes en la década de 1990, los DVD, que también desaparecieron, y las plataformas digitales. Las épocas cambian drásticamente y eso explica que, lamentablemente, en nuestra ciudad queden muy pocos cines. Muy pocos”, se lamenta Julio Neveleff.
Los cines fueron mucho más que lugares donde se proyectaban películas: eran espacios donde se formaban recuerdos, donde los sueños se hacían realidad, y donde se encontraban modelos a seguir. Eran sitios en los que los recuerdos se grababan en la memoria y las emociones tomaban forma. Cada butaca, cada telón que se alzaba, cada aplauso al final de una función contenía la magia de compartir historias que trascendían las pantallas.
Por un instante, quienes compartían la sala reían, lloraban o se sorprendían juntos, aunque no se conocieran. Los cines marcaban el pulso de la sociedad, uniendo generaciones y creando un legado que se niega a desaparecer, aunque persistan únicamente en los recuerdos. Hoy, su importancia perdura, no solo en la nostalgia de quienes los disfrutaron, sino también en la certeza de que eran lugares donde soñar era posible, incluso en los momentos más difíciles.
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