El Jardín Botánico que desató una disputa entre dos clubes y vio crecer un retoño traído de la casa de un prócer

En el límite de aquella Mar del Plata que recién iba tomando forma, surgió un terreno apenas señalado en el plano de 1874, dibujado por Patricio Peralta Ramos. Con el tiempo, se convirtió en una de las siete plazas fundacionales, pero en su comienzo pasó de baldío a vivero, jardín botánico y, finalmente, a plaza.

Fue una de las siete plazas fundacionales de Mar del Plata.

26 de Julio de 2025 10:01

La verdad es que, en aquel momento, no se encontraba muy cerca de lo que era el centro de la incipiente Mar del Plata. No había aún casas a su alrededor, tampoco mucho movimiento vehicular, pero sí ya estaban demarcadas las calles en su entorno.

De hecho, se le colocó un alambrado para que rodeara el lote y no se confundiera con los demás lotes baldíos que lo encerraban. Además, con el traslado de las plantaciones del recién clausurado vivero que se encontraba sobre la calle Alvarado, se inauguraba en ese lugar, un nuevo espacio de cultivo y provisión de plantas y flores para las plazas de la ciudad.

Postal del Jardín Botánico.

Los muy pocos vecinos del lugar decidieron presentar su queja ante la Municipalidad, ya que, más allá del espacio inutilizable para ellos, las calles internas de esas manzanas también estaban cortadas por el alambrado. Sin embargo, bajo la excusa del vivero, las autoridades rechazaron el pedido de apertura.

En 1931, Adolfo Primavesi asumió la dirección de Plazas y Paseos y, al recorrer el espacio, visualizó en él un jardín científico: un jardín botánico a escala inspirado en el ya inaugurado en Buenos Aires.

Para sustentar su propuesta, adjuntó al proyecto un croquis detallado de las parcelas que abarcaría, comprendidas entre las calles Dorrego, 14 de Julio, Chacabuco y Avenida Libertad.

Su primer nombre fue Plaza Norte. La Plaza Sur era la que se encontraba a la misma altura, pero sobre la Avenida Colón.

Algarrobo centenario de la propia chacra de Juan Martín de Pueyrredón.

El pequeño jardín botánico contaba con una pileta para las plantas acuáticas, adornada con piedras, y distintos sectores con diferentes especies. Varios jardines del país, sobre todo el de Buenos Aires, habían colaborado para que se poblara el lugar con eucaliptos, plátanos, pinos y distintas especies de rosas. Los numerosos árboles frutales, según las crónicas, fueron donados por José Chauvin.

El flamante Jardín Botánico fue un furor en poco tiempo. Los fines de semana se poblaba de visitantes, quienes aprovechaban su esplendor, y los días jueves estaban destinados a los distintos colegios de la ciudad.

También produjo un cambio en la fisonomía del barrio, provocando mayor movimiento y atracción para nuevos vecinos.

EL Jardín Botánico era un paseo obligado para los marplatenes.

La plaza y el fútbol

Mientras el Jardín Botánico era todo un atractivo, las dos manzanas restantes del lote, aún sin historia, se convirtieron en el escenario de una pasión colectiva. Hacia 1932, el Club Atlético Quilmes reclamó el pedazo de tierra delimitado por Chacabuco, 14 de Julio, 20 de Septiembre y la entonces Avenida Constitución (hoy Libertad) para instalar allí su cancha.

José Deyacobbi, presidente de la entidad cervecera, consiguió del municipio un comodato por cinco años. El césped era rústico y una casilla que se trajo desde la ubicación anterior (el Torreón del Monje), oficiaba de vestuario. El movimiento de gente por la zona garantizaba la idea primaria del club: poder difundir el deporte local.

Pero los inconvenientes aparecieron cuando el otro club del barrio, el Club Independiente, también reclamó por cercanía aquel espacio. Tuvo que intervenir la propia Asociación de Fútbol local para su resolución, destacando la importancia de poder contar con ese predio para el fútbol de la ciudad.

Quilmes, finalmente, se quedó con el espacio y en él ganó, durante diez años, varios campeonatos locales.

Según narran los historiadores de la ciudad, al mismo tiempo que esto ocurría a nivel deportivo, la construcción de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Nueva Pompeya añadió un apodo al barrio: aquel lugar pasó a llamarse “Nueva Pompeya”, el que luego sería el nombre del barrio. La plaza, sin querer, se convirtió en testigo de crónicas futboleras y de crecimiento urbano.

La Plaza Pueyrredón despliega capas de tiempo.

En 1939, Quilmes pidió prorrogar su estancia cinco años más, pero un año después la Municipalidad reclamó el terreno para devolverlo al plano público. Así, la cancha se desmontó y se desplazó a otro punto de la ciudad.

Cerca de 1940, las distintas especies comenzaron a trasladarse nuevamente hacia el restaurado y habilitado vivero sobre la calle Alvarado. Para entonces, las ideas de futuro para la plaza iban mutando.

Ya sin vivero ni Jardín Botánico, la Plaza París, como se la llamó también, fue adquiriendo su expresión actual. En 1950 se trasladó a su centro el monumento del General Juan Martín de Pueyrredón, que estaba en la Plaza San Martín, dando motivo para darle un nuevo nombre: Plaza Pueyrredón.

Un símbolo histórico en el corazón de la plaza

El detalle que suma un valor agregado al espacio es que, detrás de aquel monumento que inauguró la nueva plaza, y la última de las fundadoras de la ciudad, se plantó un retoño del algarrobo de la Chacra Pueyrredón en San Isidro, propiedad de Juan Martín de Pueyrredón. Aquel ejemplar fue declarado árbol histórico por la Comisión Nacional de Museos y Lugares Históricos en 1946. Según las leyendas, debajo de él se reunían el propio Pueyrredón y el general San Martín previo a su partida a liberar Chile y Perú.

Una placa lo identifica en la plaza actual.

Al recorrer el lugar, sorprende la envergadura del algarrobo centenario, señalado por una placa conmemorativa que honra la memoria de nuestros próceres.

Hoy la plaza vibra con el paso de vecinos y transeúntes que la cruzan rumbo a distintos destinos; sus canchas de básquet, sus áreas para otros deportes y los juegos infantiles y familiares animan cada rincón. La Plaza Pueyrredón despliega capas de tiempo: de vivero olvidado a jardín botánico, de cancha de fútbol a remanso ciudadano. Cada hoja, cada piedra, invita a detenerse y escuchar la crónica viva de un espacio que se rehízo una y otra vez y que es parte de la historia de nuestra ciudad.