Macoco Álzaga Unzué: El playboy marplatense que inspiró la novela El gran Gatsby de Scott Fitzgerald
Martín Máximo Pablo de Álzaga Unzué, apodado Macoco, fue el gran playboy argentino. Llevó una vida cargada de anécdotas y relaciones sociales de todo tipo: actrices, políticos y hasta miembros de la mafia. Recorrió el mundo dejando varias fortunas en el camino. Creador de la famosa frase “tirar manteca al techo”, deslumbró al mundo con su estilo y extravagancia. Murió solo, acompañado por sus gatas siamesas, en un departamento prestado en Buenos Aires, a los 81 años.
"Nací de manera prematura, a los ocho meses de embarazo, en la ciudad de Mar del Plata, un 5 de enero de 1901, y fui bautizado con el nombre de Martín Máximo Pablo de Álzaga Unzué. Mis padres, don Félix Gabino de Álzaga Piñeyro y Ángela Unzué Gutiérrez Capdevila, huyendo del tórrido verano porteño, habían viajado a la residencia que teníamos en La Loma. Fue el mismo día que llegaron, hacia la medianoche, cuando unas fuertes contracciones anunciaron a mi madre que yo venía acelerando. Pero la pobre debió sufrir hasta casi las doce del mediodía, cuando asomé a la pista de este mundo. Como se ve, entré en carrera en una ciudad de diversión, al lado del mar, que representa una forma de libertad, y empecé no siendo demasiado madrugador”: así se presentaba Martín Máximo Pablo de Álzaga Unzué, apodado Macoco.
Este millonario nacido en Mar del Plata fue el arquetipo del bon vivant que definió una época. No solo se codeó con la realeza y las estrellas, sino que su vida desenfrenada inspiró a F. Scott Fitzgerald para crear al icónico Jay Gatsby. París, Nueva York, Londres, Montecarlo... El mundo fue el patio de recreo de este seductor intrépido, un hombre cuya extravagancia no conocía límites. Su relato es una crónica vibrante de la Belle Époque argentina y los "años locos" internacionales.
La semilla de Gatsby en Hollywood
Macoco pertenecía a la aristocracia terrateniente argentina. Su familia, dueña de inmensas fortunas, construyó en Buenos Aires mansiones hoy legendarias, como el actual Four Seasons Hotel. Educado por institutrices y en el prestigioso colegio Eton en Inglaterra, su cultura y recursos económicos eran inagotables.
A principios de los años treinta, cuando el mundo aún no lo conocía por sus grandes novelas, Scott Fitzgerald intentaba rehacer su fortuna en Hollywood. Las deudas lo ahogaban y el alcoholismo y la enfermedad mental de su esposa Zelda lo consumían. Fue en este escenario de dramas personales donde conoció a Macoco. Su opulencia fue lo que capturó la atención de Scott Fitzgerald en Estados Unidos.
El argentino acababa de comprar la mansión más deslumbrante de Beverly Hills. Fitzgerald ya le había dedicado un amplio reportaje en Nueva York, bautizándolo como "el primer playboy de América". La conexión fue inmediata. Macoco, con su carisma desbordante, lo encontró simpático. En un gesto de gran generosidad, pagó el costoso tratamiento de Zelda y lo convirtió en invitado de honor de sus legendarias fiestas. Esos encuentros semanales, repletos de "ondulantes muchachas", actrices en ciernes y un derroche absoluto, quedaron inmortalizados en las páginas de El gran Gatsby y, muy probablemente, en El último magnate. El fastuoso universo de excesos de Macoco fue la semilla literaria del mito. Las fiestas de su mansión, con su derroche incesante de champagne y aspirantes a estrellas, se filtraron en la pluma de Fitzgerald, dando forma a su universo literario.
Una doble obsesión: Automóviles y conquistas
Si Macoco tenía dos grandes debilidades, estas eran la velocidad y las mujeres. Ambas pasiones corrieron "parejas" en su vida, aunque los autos representaban "una locura" vital.
Fue, en este rubro, pionero y campeón. Su audacia al volante no tenía parangón. En 1924, conquistó el Grand Prix de Marsella, un hito que lo convirtió en el primer argentino en obtener un título mundial de automovilismo. Su pasión por los fierros pesados lo llevó a competir en las 500 Millas de Indianápolis y a importar joyas de la ingeniería, como un exclusivo Essex Super Six hecho a medida. “Sin un volante en las manos, me sentía muerto”, confesaría ya entrado en años. Incluso tuvo el atrevimiento de ingresar con su coche a la tienda Harrods de Londres y pagar los destrozos sin inmutarse.
Por el otro, no se cansó de seducir a celebridades en todo el mundo. Su lista de amantes era interminable. Por su vida pasaron bellezas icónicas como Rita Hayworth, Greta Garbo, Dolores del Río y Claudette Colbert. El conquistador, sin embargo, solo se casó dos veces. Su segunda esposa, la modelo de Vogue Kay Williams, terminó casándose con Clark Gable, a quien, se dice, el propio Macoco le presentó.
Pero su afán de aventuras siempre lo llevó más allá: los autos veloces, los aviones, los globos. Incluso fue el primer argentino en volar en dirigible. “Apenas llegado a París desde Nueva York, allá por 1930, creo, fue mi amigo Ferdinand Cléophas, descendiente del escritor Gustave Flaubert, quien me convenció de hacer un viaje en dirigible rumbo a Hamburgo. Con Cléophas habíamos cazado juntos en África y vivido aventuras riesgosas. Cuando me lo propuso, la idea me fascinó. Era un riesgo, pero a mí me gustaba el peligro, y al francés, ni te cuento. Un tipazo, amigo en las buenas y en las malas. Se jugó la vida por mí en África, y te la estoy contando gracias a él. El viaje fue fantástico y aterrador. Volamos sobre el Mediterráneo un par de horas y luego enfilamos hacia Alemania. Antes de aterrizar, casi nos hacemos pomada. Nos agarró una tormenta en el medio y nos salvamos por un pelo.”, contó en sus memorias.
El Origen de una frase legendaria: "Tirar manteca al techo"
La opulencia de Macoco fue tan desmesurada que inspiró un modismo. La expresión "tirar manteca al techo", sinónimo de derroche descontrolado, nació en el célebre restaurante Maxim's de París.
Macoco y sus amigos usaban cuchillos o tenedores como catapultas para lanzar trozos de manteca hacia los frescos del cielorraso, apuntando a las figuras de valquirias. Al derretirse, la manteca caía sobre los comensales. Esta broma, aunque de mal gusto, pero de coste altísimo (pues Macoco pagaba los desperfectos sin chistar), se convirtió en el símbolo de que al millonario argentino "todo le sobraba".
Intriga y fama: De la mafia a la Crème de la Crème
La vida de Macoco fue un cruce de caminos entre el lujo y la intriga:
- Abrió el superlativo cabaret El Morocco en Nueva York, asociado con figuras como Al Capone. Antes, había tenido que cerrar otro local, The Bath Club, tras un violento enfrentamiento con la mafia por negarse a comprar su alcohol. El lugar, decorado con pieles de cebra cazadas por él mismo en safaris africanos, uno de ellos en compañía de Marlene Dietrich, era un verdadero santuario del glamour.
- Amistades de leyenda: Su círculo íntimo era lo que se conocía como la crème de la crème. Fue amigo íntimo de Carlos Gardel, a quien recibía en el Morocco, y de Errol Flynn, a quien le regaló su yate. En el Morocco también enseñó a bailar tango a figuras como Maurice Chevalier y Charles Chaplin. Además, fue socio de Howard Hughes en el cine y hasta llegó a tener negocios con Aristóteles Onassis. Incluso el escritor Paul Claudel en sus memorias lo describió como "un millonario frívolo que desayunaba con champagne, siempre acompañado de alguna bella mujer, por lo general actriz o modelo famosa, colgando de su brazo como una joya".
- El “conseguidor” de Perón: Su red de contactos era inigualable, llegando hasta el presidente Juan Domingo Perón, quien lo utilizó como "conseguidor" de estrellas. Macoco facilitó la visita de actrices como Ginger Rogers y Errol Flynn a la Argentina. Cuenta en su biografía oficial, ante la pregunta sobre si trajo a su amigo Errol Flynn a la Argentina: “Sí. Lo traje yo a pedido de Perón durante el primer Festival de Cine de Mar del Plata, en 1954. También intervine para que vinieran Mary Pickford, Edward Robinson, Walter Pidgeon, Fernando Fernán Gómez y Gina Lollobrigida, de quien se enamoró Perón”.
- Espía en la guerra: Durante la ocupación nazi de París, Charles de Gaulle lo reclutó como espía. Décadas después, fue condecorado en Buenos Aires con la Médaille Militaire, el más alto honor francés para un extranjero.
"Yo no soy Isidoro Cañones"
Según cuenta el encargado de su biografía, el periodista Roberto Alifano, alguna vez lo compararon con el personaje de historieta Isidoro Cañones, pero a Macoco no le causó ninguna gracia esa identificación. Su biografía relata: “Unos asuntos referentes a la sucesión familiar hicieron que regresaras de apuro a Buenos Aires. Aquí te mostraron una historieta, al parecer inspirada en vos. Eran las andanzas de un playboy porteño llamado Isidoro Cañones, padrino de un indio del sur. Aquel Isidorito, creado por el dibujante Dante Quinterno, se había hecho famoso, y no tardó en aparecer una nota periodística que afirmaba que, si el personaje existiera en carne y hueso, se enfermaría de envidia ante Macoco de Álzaga Unzué. Leíste la historieta en la revista Patoruzú y, quizá por la relación, te resultó menos graciosa que ofensiva. ‘Lo único que falta es que me identifiquen con ese pobre infeliz’, te indignaste. ‘Otra mentira gratuita que hacen sobre mi persona’”.
El ocaso del gran seductor
El derroche incesante, la estafa de un administrador y las crisis económicas carcomieron la fortuna de Macoco. El hombre que había vivido como un sultán se convirtió en el fiel reflejo de una Argentina que había malgastado su propia prosperidad.
Tras gastar varias fortunas y con el paso de los sesenta años, Macoco regresó a Buenos Aires, la ciudad que lo vio crecer y que, a pesar de su fama de cosmopolita, siempre llevó en el alma. Dejó atrás el derroche y las conquistas, dedicándose a la compra y venta de autos de época, y viviendo con modestia.
En sus últimos años, el gran playboy habitaba un sobrio departamento prestado en la calle Peña, acompañado por una mujer que lo cuidaba y por sus tres gatas siamesas. Allí, acosado por biografías sensacionalistas, sintió la necesidad de contar su verdad.
Llamó al periodista y escritor Roberto Alifano, con quien había coincidido en presencia de Borges. “Si tenés paciencia, te cuento la verdad sobre mi vida, no las macanas que inventa ese novelista de mierda”, le dijo. De esos encuentros nació el libro Macoco, el primer playboy (también titulado Tirando manteca al techo), una crónica que, lejos de ser solo unas memorias, se convierte en una obra poética y recreada que captura la esencia de un personaje de otra dimensión.
Martín de Álzaga: el hombre que deslumbró al mundo, que inspiró a la literatura universal y que fue un mito viviente. Su leyenda, antes confinada al tango y la crónica social, se prepara ahora para conquistar la pantalla global, ya que la plataforma Netflix compró los derechos de su biografía para llevarla a su catálogo.
Martín de Álzaga murió el 15 de noviembre de 1982, a los 81 años, dejando un legado de anécdotas prepotentes, amistades míticas y una vida que, por su desmesura, se volvió leyenda. Macoco, el hombre que no le temía a nada, salvo, quizás, a la sobriedad, es la prueba de que, a veces, la realidad puede ser mucho más audaz que la mejor de las novelas.
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