Sobre bibliotecas e historias personales (2 de 4)
Las bibliotecas suelen adoptar formas caprichosas, formas que irán mutando, seguramente, con el tiempo, con la mudanza, con la cantidad de libros. Pero esas formas no les quitan su don personal. Resistente y frágil a la vez, un libro, muchos libros, una biblioteca, puede ser una vida, incompleta quizás, pero una vida que posibilitará alcanzar muchas otras. La propuesta es simple, cuatro distintos profesionales muestran sus bibliotecas y su relación con la lectura: una deportista, un abogado, un médico, una periodista abren sus bibliotecas.
Jorge Chiesa es abogado, poeta y un gran lector. Apenas comienza la charla, confiesa: "Tener una biblioteca fue siempre mi sueño". Y, sin duda, lo ha logrado.
Ubicada en la primera planta de su casa, la biblioteca del autor de Un invierno ruso ocupa una habitación entera. Tres paredes cubiertas de libros arman el espacio. Un escritorio se sitúa al centro de una de ellas y, en el extremo opuesto a la puerta, un sillón de lectura con una pequeña mesa completa la escena. Desde el gran ventanal, que se alinea con la puerta, la luz natural avanza sobre el ambiente. Es la misma luz que, cada tarde, se posa sobre el último estante y tiñe los lomos de los libros con un tono amarillento. Fue entonces que Jorge decidió colocar allí algunos textos de abogacía, varios libros en inglés, un par de arte y unas cuantas novelas menores.
Los lomos y los títulos de los libros se suceden uno tras otro, mientras se avanza hacia el otro extremo de la habitación. Algunos están sobre la mesa, pero lejos de ser lecturas "pendientes". Simplemente quedaron ahí tras la última excursión que su dueño hizo por ellos.
No hay orden. Un poco de esto por acá, otro poco de aquello por allá. Los escritores están mezclados, los géneros son variados. Lo único que se identifica con claridad es el último mueble que instaló. Pero, como se dijo, no hay orden y tampoco le interesa al poeta que lo haya. "En realidad, algunos sí están ordenados. Pero es como que ya tengo focalizado dónde están los libros. Y si no los encuentro, no paro hasta que aparezcan. Mentalmente, ya tengo la imagen visual de dónde están las cosas", comienza diciendo Jorge Chiesa. Y agrega: "Si me pongo a dar vuelta todo sería un quilombo, pero a veces pienso en ordenarla. Sería un enorme trabajo, eso sí".
En la charla, Jorge también sostiene su amor por "las experiencias de lecturas", más que por los libros propiamente dichos. En ese contexto, recuerda a la mayoría de ellos según el lugar y las circunstancias en que los compró. De hecho, muchas de las librerías que mencionó ya no existen en Mar del Plata.
"Me gusta ese contacto directo con ellos. ¿Te acordás de la librería Erasmo? Bueno, me acuerdo perfecto de los libros que compré ahí. Por ejemplo, estos de Proust, unos tomos que me faltaban, este de Salinger, Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour y La poética del espacio de Gastón Bachelard. Era una librería que me encantaba. Había cosas increíbles. También encontré ahí Los cuatro cuartetos de Eliot, en su edición de Faber and Faber, en inglés, una verdadera joya", cuenta, y continúa enumerando.
—Más allá del tamaño, esta no es tu primera biblioteca. ¿De dónde salió esta biblioteca? ¿Cuál y cómo fue su antecesora?
—Bueno, yo vivía en Peña, entre la Costa y Aristóbulo del Valle, en una casa a media cuadra de la playa. Ahí tenía un altillo y en él estaba la biblioteca. Eran muebles bajos y apaisados porque era un altillo, y había muchos libros en pilas en el piso también.
—Pero no hay una primera, no sé, de cuando eras chico, por ejemplo.
—Mirá, la realidad es que yo empecé a comprar libros a los 25 años, cuando me vine para acá. Yo soy de La Plata y me mudé al recibirme de abogado. Ya había empezado a comprar algunos libros, aunque eran pocos, pero ya me interesaba la literatura. Me acuerdo de que tenía muchas revistas, deben andar algunas por ahí todavía, y me empecé a comprar algunos libros. No muchos, pero la biblioteca la empecé a armar de grande. Te digo la verdad, me dije: "Quiero tener una biblioteca". Y ese deseo se fue intensificando con el tiempo, por la misma lectura también.
Más allá de la anécdota puntual y su deseo de tener "una biblioteca", Chiesa se formó en una casa con libros. Su padre era abogado, tenía libros de derecho editados por La Ley en su estudio, todos con los mismos lomos, y su madre era una buena lectora también.
Entre los primeros libros que iniciaron su biblioteca y que todavía están en los estantes actuales, podemos encontrar varias novelas de Conrad, compradas en una librería de usados que estaba en una galería sobre la Avenida Colón, entre Buenos Aires y Entre Ríos. También hay varios sobre escritura, porque coincidía con el inicio de Chiesa en el mundo de los talleres literarios. Otro muy importante para él es Nombre falso, el recordado texto de Ricardo Piglia sobre Roberto Arlt, que compró en Fray Mocho, pero en su sucursal de San Luis y Rivadavia.
Jorge toma un libro de uno de los estantes más altos. Lo señala y lo mira con mucho cariño: "A mí, cuando era chico, me encantaba pescar. Dentro de los primeros libros que compré estaba este de pesca, pero no para usarlo como guía, sino porque yo lo tenía de chico y había quedado destrozado de tanto uso. Entonces me lo compré nuevo para guardarlo. Ya no lo volvería a leer, pero era un muy lindo recuerdo", cuenta.
—¿Qué tipo de personalidad crees que puede llegar a tener esta biblioteca?
—Me parece que sería una personalidad solitaria. Si hablamos, así como de rasgos, ¿no? Creo que toda la literatura es así. Viste que acá no hay mucha literatura de la alegría. Toda la literatura va por el lado de la reflexión. Creo que los libros más divertidos que tengo son algunos de Mairal, pero no sé si mucho más. A mí me gusta mucho este espacio, a veces vengo acá y solo agarro un libro, no sé, los Diarios de Cheever, por ejemplo, que es esa literatura fragmentada, y leo unos minutos, un ratito y ya está. Muchas veces es el ambiente nomás. Es un lugar donde uno puede pensar, ¿viste? Que podés pensar o podés recordar algo. Por supuesto que yo lo uso mucho para escribir también, sobre todo poesía. Las veces que me he mudado siempre me ha resultado difícil encontrar un nuevo espacio cómodo para escribir, y en eso las bibliotecas siempre ayudaron. A veces son espacios que no se entienden para todos por igual. A veces la familia no dimensiona lo que nos pasa adentro de las bibliotecas propias, lo que implica esto para uno.
—¿Qué diría de vos esta biblioteca?
—No sé si responde a la pregunta, pero creo que diría, o yo pienso, que esta biblioteca es importante para mí porque es como un deseo cumplido. Yo siempre quise tener una biblioteca y supongo que laburé para eso. Cada libro, para mí, tiene algo. Y todo esto es como un deseo cumplido. Me siento muy orgulloso de mi biblioteca.
Jorge Chiesa es un gran lector. Títulos, autores, poesía, narrativa y ensayos no solo se ven en sus estantes, sino que también son parte de sus charlas. Pero hay algo que él en particular rescata: la experiencia de lectura. Para justificarlo, trae una vez más a uno de sus autores preferidos: Ricardo Piglia. "Me pasa muchas veces que por ahí no me acuerdo de qué va el libro, pero me acuerdo de dónde lo leí y qué me provocó. Retengo las escenas de lectura. Eso que contaba siempre Piglia, que uno se acuerda de las escenas de la lectura. Él dice que por ahí no te acordás mucho del argumento, pero te acordás de dónde estabas, con quién, o cómo saliste a la caza de ese libro. Eso, ¿viste?, es como lo que Benjamin llama también la experiencia de un libro", señala.
En medio de la visita guiada por todos esos mundos, algunos más cercanos que otros, Jorge va contando más detalles de su relación con los libros. Cada uno de ellos dibuja una sonrisa en su rostro y dispara alguna anécdota o frase de algún autor. "Creo que el libro que más debo haber releído es El cazador oculto de Salinger, que es esta edición que tengo de Sudamericana. También es uno de los primeros, de aquella primera biblioteca. Está contrasentido y cada vez que lo leo encuentro algo nuevo. Algo nuevo desde la pregunta, desde la técnica de escritura, desde la historia. Si te ponés a pensar, el libro básicamente se trata de que, cuando uno se hace adulto, se arruina, se echa a perder. Básicamente, el libro es contra el mundo de los adultos. Y sí, le encuentro cosas siempre. Hay una escena en los primeros capítulos que me encanta y da para mucho. Es muy famosa, que es cuando el personaje, Holden Caulfield, anda por Nueva York y se toma un taxi. Entonces va en el taxi y le pregunta al taxista: ‘¿Sabés adónde van los patos del lago de Central Park en invierno cuando el lago se congela?’. Claro, es una pregunta de un pibe de 16 años. Y el taxista contesta algo así como ‘qué sé yo, qué me importa’. Bueno, así es cómo funciona el pensamiento de un adulto con respecto al de un pibe”.
Otro de los primeros libros que leyó y con los que empezó a armar su biblioteca fueron los cuentos de Rodolfo Walsh: Cuentos irlandeses, Un kilo de oro y Los oficios terrestres. Extrañamente, comienza por la narrativa de Walsh, ya que generalmente la puerta de entrada a este gran escritor es por su obra periodística. Chiesa aclara: "Es increíble, pero para mí esos cuentos son importantísimos por el momento en que los leí. Cuando empezás con cuentos como estos, no podés olvidarlos nunca. Tal vez marcaron mi comienzo de formación como lector en serio, estos dos libros".
Inmediatamente, aparece otra librería a la que concurría y que ya no está: la librería Horacio, que estaba en Alberti y Catamarca. Una librería chiquita, pero con una serie de títulos siempre muy interesantes y muy buenos precios. Él trabajaba a media cuadra del lugar y era de los clientes fijos de las tardes.
También confiesa que su editorial fetiche es La Bestia Equilátera: "Tiene unas novelas bárbaras, como Los enamorados de Alfred Hayes, una de las mejores novelas que he leído sobre un tipo despechado por amor, siempre la recomiendo; o Jugador, que es una novelaza, de Baron; o Muriel Spark, McLaren Ross... todos me parecen buenísimos. Ahí estaba Chitarroni de editor y se encargó de rescatar a estos escritores ingleses y norteamericanos como de segunda línea, que eran buenísimos".
—¿Cuál es la lectura que te ayuda a bajar a tierra en momentos difíciles?
—La poesía, sin dudas. Creo que la poesía tiene más capacidad de relectura que la narrativa. Ya sabés cómo termina el libro, la anécdota, pero la poesía la leés por otros motivos. Siempre, en algún momento, cuando tengo un minuto, leo un poco de poesía. De cualquiera, la que se me ocurra.
Dispersos por ahí también hay muchos ensayos. Entre sus favoritos, aparecen Daniel Link, Juan José Saer (El concepto de ficción, sobre todo), Bloom y Aira, de quien disfruta más los ensayos que su narrativa.
Los libros de derecho están en cajas, en otro lado de hecho, y algunos en su oficina de trabajo diario. De autores locales, dispersos por los distintos estantes, aparecen Sebastián Chilano, Mauro De Angelis, Leonardo Huebe, Daniel Boggio y Ignacia Sansi, entre otros.
Según cuentan, Ray Bradbury, al saber que los egipcios, a la hora de su muerte, pedían embalsamar a sus gatos favoritos para abrigar sus pies y acompañarlos en el viaje hacia la eternidad, pidió para acompañarlo y guiarlo en el suyo, una breve biblioteca: Shakespeare, Yeats y Shaw.
La anécdota habla de lo que sentimos los que amamos los libros por ellos. Son nuestra guía y nuestra compañía. Son sostenes de nuestro cuerpo en cualquiera de sus formas. Comparto con Chiesa esa costumbre de sentarme frente a mis bibliotecas y observarlas, ya no aferrado a sus palabras, sino a las reacciones, a las trayectorias que han dejado ellas en nosotros.
Escuchar a Jorge hablar de su biblioteca, esa que siempre soñó, esa que fue mudando y que va mutando, dispara la aceptación de que una biblioteca es mucho más que una biblioteca. Se trata de un espacio que no solo lo rodea a uno, sino que también lo refleja. Una biblioteca explica quién es uno, y, siguiendo esta lógica, podríamos decir que el poeta Jorge Chiesa es alguien formado por diversas bibliotecas que se le insinúan constantemente a su espíritu para que vaya por más libros. Como alguien dijo, "todo un mundo que lo lleva a mundos nuevos".
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