Sobre bibliotecas e historias personales (3 de 4)

Las bibliotecas suelen adoptar formas caprichosas, formas que irán mutando, seguramente, con el tiempo, con la mudanza, con la cantidad de libros. Pero esas formas no les quitan su don personal. Resistente y frágil a la vez, un libro, muchos libros, una biblioteca, puede ser una vida, incompleta quizás, pero una vida que posibilitará alcanzar muchas otras. La propuesta es simple, cuatro distintos profesionales muestran sus bibliotecas y su relación con la lectura: una deportista, un abogado, un médico, una periodista abren sus bibliotecas.

Él dirá que “no es una biblioteca alegre, pero tampoco es una triste. La palabra sería ‘reflexiva"

17 de Agosto de 2025 11:30

“¿Qué sentido le da usted a la palabra ‘biblioteca’?” La respuesta de Pascal Quignard es contundente: “El sentido más corriente. El que está sancionado por el uso. Biblioteca: lugar en el que colocan los libros. En griego: donde se los ‘pone’. Ahora bien, ¿dónde están colocados los libros? En los cuerpos que los leen. Respondiendo a su primera pregunta, las bibliotecas no son lugares, son cuerpos”.

Pensaba en esta definición durante la visita a la biblioteca de Sebastián Chilano, médico y escritor. Si su biblioteca pudiera verse como un cuerpo, sin duda sería uno voluminoso y cambiante. También sería un cuerpo que busca su forma a través de la promesa de un orden que nunca llega, al no encontrar una lógica que alcance a todos los libros de la manera en que se quiere ordenarlos.

Pero comencemos por el principio. Chilano recuerda una casa de la infancia sin libros. En realidad, una casa con solo un par de ejemplares de su madre: “Me acuerdo de Holocausto y de otro que se llamaba El séptimo mandamiento, de Lawrence Sanders. Ella los prestaba todo el tiempo, y cuando no se los devolvían, se ponía muy nerviosa”.

Esto nos traslada a sus inicios en la lectura en la biblioteca popular del Puerto. Estaba cerca de la zapatería de su padre y, cuando empezó a explorar el barrio por sí solo, llegó a ella. “A mí ya me gustaba leer. Es decir, mi vieja me leía algún cuento de noche. Entre esos primeros libros había algunos para chicos que eran de la colección Billiken, esos de tapas rojas, como La cabaña del tío Tom, Cinco semanas en globo, La isla misteriosa, que también fueron los primeros que yo leí por mi cuenta”, nos dice.

Su primera biblioteca no llegó hasta después de los 18 años, cuando se mudó a La Plata para estudiar medicina. Fue entonces cuando empezó a comprar sus primeros libros: Sobre héroes y tumbas y los ensayos de Ernesto Sábato; La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa; varios títulos de Borges en la colección Alianza, con sus cubiertas negras y letras doradas; y una “desastrosa edición” de El paraíso perdido, de Milton.

Chilano busca un orden en su biblioteca que trascienda su propia búsqueda.

—Entonces, ¿podemos decir que esta biblioteca es bastante reciente?

—Sí, cuando volví a Mar del Plata y empecé la residencia, comencé a comprar libros y a darme cuenta de que tenía que tener un mueble donde ponerlos. Estamos hablando de los 26, 27 años, entonces la biblioteca que ves acá empezó hace exactamente ese tiempo. Son más o menos 20 años de ir acumulando, de ir juntando y comprando. Salvo los de Borges (los de Alianza), el resto se ha incorporado a esta casa en los últimos 20 años.

Uno se enfrenta a la biblioteca de Chilano ni bien ingresa a su casa. Hacia la izquierda, un pequeño espacio que va del piso al techo con ensayos, varios tomos de una colección de Gredos, algunos libros de medicina, un estante completo de Pascal Quignard, bien arriba algunos de Tolkien, más ensayos y diccionarios, sobre todo el de Símbolos, de Jean Chevalier, que sobresale de uno de los estantes. Hacia la derecha, sobrepasando el sillón del living que ahora usa el gato, hay tres paredes más, distribuidas de la misma forma. En este caso, abundan los libros de arte, las obras completas de Freud, libros de historia, historias de Sherlock Holmes, varios estantes de César Aira en todo un sector que quiere ser de literatura argentina, los de Borges, Calasso y algunos de mitología. Podría nombrar más, muchos más, pero los textos se suceden y se ofrecen unos a otros en los estantes.

“Los pendientes están en la mesa de luz, hay otra gran pila sobre mi mesa de luz que son las lecturas actuales. La de los pendientes es la que más chance tiene de ser leída”, agrega.

—Imagino que, como en toda biblioteca grande, uno empieza a ordenar, pero luego eso adquiere un orden propio que la mayoría de las veces no tiene que ver con lo que querés vos…

—Hace poco confirmé que no tiene orden, que no tiene lógica, y que, en algún momento, me tengo que sentar a ordenarla y también para mover libros que hace mucho tiempo no se mueven de sus lugares y que dan la sensación de muerte, de penumbra o de quietud, y eso me asusta un poco. La biblioteca necesita estar viva también.

—Pero sos de los que creen que las bibliotecas necesitan un orden.

—Sí, yo creo que sí. Yo puedo decirte dónde está cada libro, o casi cada libro, o tener una idea aproximada de dónde, pero también es necesario que la biblioteca trascienda de mí de alguna manera.

—¿Por qué? ¿O trascienda hacia dónde?

—Hacia otro potencial lector.

—¿Que venga justo de visitante o hablamos de tu hijo, o hablamos de quién?

—De quien sea. El orden lo necesita para otro. Yo creo conocerla a la perfección y, si busco algo en particular, es probable que lo encuentre rápidamente, pero solo yo tengo ese conocimiento y me parece que necesita que ese orden alguien más lo entienda. A veces pienso que es una sensación de desorden, porque, por ejemplo, lo que empezó siendo argentino está todo reunido, pero no está en orden alfabético y no va a estarlo, porque los autores que más me gustan van a quedar muy arriba y lejos de la vista, y a mí los libros que me gustan los quiero tener enfrente a la altura de mis ojos. Entonces, me parece que necesita un orden, pero como no pude resolver cómo hacer esa lógica o esos parámetros para el orden alfabético, todavía no empecé a acomodarla. También hay un montón de cosas que no puedo resolver, por ejemplo, dónde poner los brasileños, dónde poner los portugueses, dónde poner los españoles, pensando en que van por lenguas. Entonces, ¿qué hago? ¿Brasil y Portugal van juntos?

—Primero vamos más atrás: ¿dividimos narrativa de ensayo?

—Claro, pero hay muchos que se cruzan. Yo antes era muy rígido, decía “esto es narrativa, esto es ensayo”. Ahora no, es más, estoy tratando de estar en ese medio con lo que yo escribo y muchas cosas de las que yo leo están en ese medio. ¿Dónde va? Lo que pasa es que, si usás ese criterio, no podés usar el de por autor. Pero si lo hacemos por autor, ¿es en orden alfabético o dividimos narrativa de ensayo por autor? ¿O lo ponemos todo junto? La decisión se pone más compleja cada vez que aparece un caso nuevo para el todo: si es por autor, ¿qué pasa con las antologías?, ¿qué pasa con las traducciones, con las biografías?

Chilano se define como un lector caótico que cuando encuentra algo que le gusta se obsesiona.

—Ahora que veo los libros de Calasso ahí, me acordé de algo que él decía, era más o menos así: que el lector que se digne lector y va a comprar una colección, tiene que tener en su cabeza, en su mente, la idea de que va a leer toda la colección. ¿Cómo te llevas con eso? Hay varias colecciones acá, ¿son para ser leídos todos?

—Creo que habría que hacer dos cosas: lo primero es entender que no vas a completar la colección, y una vez que lo entendés, estás liberado de leerla en su totalidad. Me parece que yo arrancaría por eso. Creo que todas las colecciones que tengo están incompletas.

En uno de los rincones del lugar están sus propios libros y también muchos relacionados con el arte: Grandes obras de arte, Leonardo, Van Gogh, El Bosco, Caravaggio, y las Historias de la belleza y la fealdad, de Umberto Eco, entre otros. Focalizar en esos estantes lleva a la pregunta por el “libro objeto”.

Chilano responde rápidamente: “No, no hay ningún libro que esté acá porque me guste como objeto. Todos los libros que compré fueron con la intención de leerlos, que no lo haya podido lograr es otra cosa. Pero no es una frustración. Al principio sí lo era, y quizás todavía lo sigue siendo cuando se va de la mesita de luz sin haber sido leído, pero son muy pocos, casi ninguno. Algún libro que he comprado en saldo, porque era de Seix Barral y eran muy baratos, o cuando se saldó todo Mario Benedetti, que estaban regalados… creo que esos sí los compré para decir ‘completo o trato de completar la colección’ sabiendo que no los iba a leer. Y esos son los primeros que integraron la biblioteca, es decir, hace 20 y pico de años. Después de eso ya no lo hice más. Si compro un libro es con la obligación de leerlo, muy pocas veces por el libro objeto, salvo, porque siempre nos contradecimos, alguna edición muy especial de algún libro que ya tengo y quiero tener también esa edición”.

“No, no hay ningún libro que esté acá porque me guste como objeto. Todos los libros que compré fueron con la intención de leerlos", dice el autor de Los Preparados.

El hábito de lectura de Sebastián Chilano es un hábito caótico. Él agrega: “Está bien eso, un lector caótico que cuando encuentra algo que le gusta se obsesiona y lo aborda, ya sea por el autor, la autora o el tema”.

Sus obsesiones literarias van cambiando de acuerdo con sus descubrimientos o sus propuestas de escritura. Por lo tanto, al recorrer la biblioteca, dentro de ese orden que él cree no tener para los de afuera, aparecen sectores marcados por la historia de la medicina, la muerte, el diablo, por autores específicos o por los clásicos latinos antiguos.

Pero dentro de ese mundo, su mundo, el autor de Méndez no tiene un rincón favorito. “En realidad”, aclara, “no hay ningún rincón favorito y todos lo son. Porque mis libros preferidos no pueden ir uno al lado del otro, ya que van cambiando. Entonces no podría decirte que tengo un rincón preferido. Yo leo en cualquier lado, eso sí ha sido una constante desde el inicio que no he perdido, leo en cualquier lado, de cualquier forma. Entonces, no puedo decir que este es mi lugar preferido de la biblioteca, porque depende del libro que hay en la biblioteca y del contacto que yo tengo con ese libro. Mi fascinación por los autores va cambiando también”.

—¿Necesitas la biblioteca para calmar un poco la locura del día a día? ¿Qué leés en esos casos de mucha actividad?

—Necesito leer un libro nuevo. La locura me la quita descubrir algo nuevo. Un libro nuevo, un autor nuevo, una autora nueva, un ensayista nuevo, algo. La novedad. Y por eso leo libros en simultáneo. Pero nunca leo de a un solo libro, jamás. En general, no suelo revisitar autores para mi cordura. Suelo revisitar autores porque la circunstancia de escritura lo requiere.

La biblioteca de Chilano se encamina hacia la reflexión. Él dirá que “no es una biblioteca alegre, pero tampoco es una triste. La palabra sería ‘reflexiva’. Si ‘reflexiva’ te puede sonar nostálgica, puede ser, pero yo no la haría tan nostálgica. Y en esa reflexión, yo la aplicaría más bien a que es una biblioteca que trata de asombrarte. Que trata de decir, ‘uh, mirá. Esto no lo sabía’”.

—Interesante el camino hacia el asombro, que vaya por el lado del conocimiento…

—O para el lado de formar un pensamiento que salga un poquito de lo tradicional. Por ejemplo, ahora no tenemos casi idea de cómo funciona el mundo. Sabemos que estamos en el mundo, pero no sabemos hacer una mesa, no sabemos, hablo por mí al menos, cómo funciona el baño, cómo funciona la cafetera, no sabemos cuál es el ciclo de las plantas, no sabemos cuándo florece el ciruelo, no sabemos un montón de cosas sencillas. Esta biblioteca trata de recuperar eso y, desde eso, recuperar el asombro. Ahí están las palabras. Entonces, decir “bueno, ¿por qué el lunes se llama lunes?”. Acá hay un libro que te lo va a explicar. Y “¿por qué los japoneses festejan el sakura?”. Bueno, acá hay un libro que lo va a recuperar. Entonces, hay un asombro por entender de dónde viene este mundo en el que estamos. Esa quizás sea una de las búsquedas de esta biblioteca.

Estantes dedicados a César Aira.

Las experiencias de lectura de Chilano se van sucediendo. Pasa de la narrativa al ensayo rápidamente y vuelve a la narrativa o a los géneros mixtos que hoy tanto lo obsesionan. Según explica, “Las novelas van teniendo un mecanismo extraordinario que tiene que ver con cada escritor o escritora, que desarrollan en su forma de escritura única, lo que le da algo personal. Pero no deja de ser un mecanismo que en algún momento se agota. En el ensayo, todo eso tiene que ver con la búsqueda del conocimiento. Entonces, si yo leo un ensayo sobre el silencio, o leo un ensayo sobre las máscaras y entiendo la interpretación de las máscaras en Japón, hay una sorpresa que ya no me da tanto la narrativa, porque ya la he visitado bastante…”.

—O sea, es como decir, la narrativa te da hasta cierto punto y el ensayo te permite estar en esa búsqueda del conocimiento permanente. Y ¿qué pasa con la poesía? ¿dónde la ubicás?

—Y la poesía es, en parte, por culpa tuya. Porque alguna vez te dije que no leía poesía y me lo machacás todo el tiempo. Entonces, fui a leer poesía porque entendí que, claramente, algo me estaba perdiendo. Me sigue costando mucho leerla por ese entrenamiento del lector de narrativa, que es leer una página atrás de otra. Esa experiencia de lectura de pasar las páginas, que es parte de lo corporal que uno también pone al leer, como el estar sentado en un sillón y pasar las páginas, para la poesía no sé si funciona. Yo no quiero limitarme a sentarme en un sillón, leer el primer poema de un libro, que a veces resulta extraordinario, y continuar sin pausa; así siento que perdería la verdadera experiencia de la lectura de la poesía. En cambio, la lectura de un ensayo me parece que se acerca más: en ambos casos buscamos una idea y, a veces, hay que detenerse después de leer un capítulo o varias páginas para asimilarla. El ensayo te acerca un poco a la lectura de un poema: descubrís un hallazgo y necesitás hacer una pausa para procesarlo. Al pasar de la narrativa al ensayo, uno genera cierta afinidad con la poesía y acepta su ritmo particular.

En cierta novela china, Cao Xueqin clasifica el valor de las casas de las familias según si huele más o menos a “buenos libros”. No pude dejar de lado esa idea al cerrar esta nota. Chilano es un buscador constante de libros y de un orden para ellos, una lógica que los presente ante los demás de una forma regulada. “El caos siempre triunfa”, dirá él. Y así parece, tanto cuando los querés acomodar por autor, por género, por tamaño, por lenguas, por lo que sea. Paradójicamente, el maravilloso objeto que es el libro puede transformarse en algo muy incómodo para acomodarlo, pero no así para su función primordial, que es ser leído.