ARA San Juan: un submarino, la tragedia y una historia de amor

31 de Diciembre de 2017 09:26

La desaparición del submarino ARA San Juan con sus 44 tripulantes a bordo, a mediados de noviembre, fue una de las mayores tragedias navales que se hayan registrado en la historia. El navío, que había partido del puerto de Ushuaia y navegaba con destino a la Base Naval de Mar del Plata, en donde tenía su apostadero habitual, se hundió en algún punto de las aguas del Atlántico Sur y se llevó consigo a sus marineros, sus historias, sus sueños. A pesar de que aún  siquiera pudo ser localizado y hace ya un mes que la Armada Argentina descartó la posibilidad de encontrar sobrevivientes, sus familias –esposas, madres, padres, hijos, hermanos- observan todos los días el mismo mar que los vio zarpar y esperan un milagro.

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Marcela Moyano, esposa del submarinista Hernán Rodríguez, dice a 0223 que su esposo es muy compañero, una persona muy solidaria y muy comprometida con su trabajo pero, sobre todo, con sus hijos y amigos. Todas sus frases llevan verbos en presente porque esta mujer que hace un año y nueve meses dejó su pueblo natal para compartir el resto de su vida con el submarinista en Mar de Plata, está convencida de que, un día, Moncho regresará a casa.

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El ARA San Juan era un submarino de ataque de origen alemán que arribó al país en 1985. El lunes 13 de noviembre zarpó del puerto de Ushuaia con destino a Mar del Plata. Realizaba tareas de patrullajes para detectar pesqueros ilegales en la zona económica exclusiva. Llevaba a bordo a 43 hombres y una mujer, Eliana María Krawczyck, la primera submarinista de la historia argentina.

El miércoles 15 de noviembre a las 7.30, el capitán del submarino reportó la existencia de un problema eléctrico que había sido superado sin mayores inconvenientes. No obstante, se le ordenó retornar directamente a Mar del Plata. Esa fue la última comunicación con la tripulación del ARA San Juan, que a esa altura navegaba a unos 432 kilómetros de la costa, frente al Golfo San Jorge.

El 23 de noviembre, cuando la búsqueda del submarino llevaba varios días sin resultados a pesar del esfuerzo de la Armada nacional y de una veintena de países que se sumaron al operativo de rescate; las autoridades de la Marina confirmaron –en base a informes del embajador de Argentina en Austria, Rafael Grossi, experto nuclear- que el día del último contacto se había producido una explosión en el navío. Las chances de encontrar con vida a los submarinistas se reducían.

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Marcela y Hernán se conocen de toda la vida: ambos son oriundos del Real del Padre, una localidad del departamento de San Rafael, Mendoza. De chicos fueron a la misma escuela primaria y coincidieron, años más tarde, en la fábrica Canale: ella trabajaba en el laboratorio de la empresa y él, en el sector de control de proceso. Después, cada uno siguió su camino, se casaron, tuvieron hijos y dejaron de verse.

Aunque no parece difícil coincidir en una ciudad de poco más de 6.300 habitantes, el reencuentro se produjo tiempo después, en una panadería. Durante los breves minutos que duró la conversación, Hernán le contó a Marcela que planeaba sumarse a la Armada Argentina porque quería cumplir un sueño: conocer el mar.

 

Rodríguez ingresó a la Escuela de Mecánica de la Armada en febrero de 1993 y salió con el título de maquinista, con destino a la Base Naval de Mar del Plata, en donde se convirtió en submarinista. Ocho años navegó en el ARA Santa Cruz y los últimos dos en el ARA San Juan.

Durante una de sus visitas habituales a su familia de Mendoza, Rodríguez volvió a tener contacto con Marcela. Ya separados de sus respectivas parejas, retomaron el diálogo y, ante la distancia, lo mantuvieron a través de chats, videollamadas y, sobre todo Facebook: por medio de la red social, el 22 de mayo 2012 formalizaron su noviazgo ante sus allegados. Él la invitó a hacerlo desde la Base Orcadas de la Antártida Argentina; ella aceptó desde su Real de Padre natal.

A lo largo de seis años, Hernán deshizo los 1,078 kilómetros que hay entre Real del Padre y Mar del Plata para ver a Marcela. Hasta que, 21 meses atrás, ella decidió radicarse definitivamente en esta ciudad. “Somos una familia ensamblada. Hernán es papá de Francisco (17) y yo, de Virginia (22) y Nicolás de (24)”, dice.

Hernán, Marcela y los chicos tenían planes para cuando el submarinista volviera de navegar: viajarían a Mendoza para cuando Nicolás presentara su tesis y se recibiera de Ingeniero Industrial; pasarían las fiestas de fin de año con la mamá de Rodríguez, Tita (72), y luego recorrerían Bariloche y Neuquén.

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El 30 de noviembre, la Armada Argentina, a dos semanas de la desaparición del ARA San Juan, a través del vocero de la Armada, Enrique Balbi, anunció la peor de las noticias: sin evidencias de dónde pudo haber quedado el submarino, se daba por terminada la búsqueda con vida de los 44 tripulantes, aunque continuarían con los rastrillajes en el fondo del mar para dar con la nave.

Inmersos en la desolación, los familiares de los submarinistas exigen que no se abandone la búsqueda. Es que, pese a lo evidente de la tragedia, no pierden las esperanzas de verlos regresar.

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A mediados de diciembre, Marcela decidió interrumpir su rutina diaria de ir y volver de la Base Naval en busca de información sobre el submarino y cumplir con los planes familiares.

Así, viajó a Real del Padre, acompañó a su hijo, el flamante ingeniero y pasó -como pudo- la Nochebuena. “Estoy todo el tiempo atenta al grupo de WhatsApp en el que estamos todos los familiares y sigo atenta cada novedad que surge. Nos ilusionamos cada vez que dicen que hallaron un nuevo contacto y es muy doloroso cuando, al final, lo descartan”, reconoce.

También dice que piensa volver a Mar del Plata lo antes posible porque, al final de cuentas, ése es el lugar en el que está su casa, la casa que comparte con Hernán y los chicos; el hogar en el que, desde hace 47 días, esperan a Hernán.