Memorias de uno de los últimos testigos vivos del Pueblo de Pescadores
Rafael Vitiello es uno de los miles de inmigrantes que a mitad del siglo pasado se instalaron en el Puerto de Mar del Plata y le dieron al lugar una identidad propia. Hoy, a los 82 años, es uno de los pocos hombres que conoce la zona desde sus inicios, cuando todavía se la conocía como Pueblo de Pescadores, y busca convencer a quienes quieren irse del país.
Hasta no hace tanto tiempo todavía era posible cruzarse en la calle o encontrar sentado en la vereda de una cafetería del Puerto a algún inmigrante italiano, últimos representantes de aquellos cientos que llegaron durante la primera mitad del siglo pasado a Mar del Plata, provenientes de la Europa de posguerra. Era sencillo reconocerlos: el idioma y, sobre todo, el tono fuerte y preciso, los delataba. Sin embargo, hoy queda apenas un puñado de esos personajes pintorescos que, a fuerza de trabajo y solidaridad, dieron identidad a un sector de la ciudad al que en los comienzos sólo pertenecían familias de trabajadores de bajos recursos que vivían en condiciones precarias.
Más allá de la presencia de la elite porteña que viajaba a descansar e, incluso, pasaba largas temporadas en la entonces villa balnearia, es fundamental hablar sobre el flujo migratorio que se produjo durante las dos primeras décadas del 1900; hecho determinante para el aumento de la población estable y la consiguiente urbanización del pueblo.
Según advierte la doctora en Historia (Unmdp) Bettina A. Favero en “La conformación de una identidad en el barrio del Puerto de Mar del Plata a través de sus protagonistas: inmigración, iglesia y beneficencia”, para 1914, la población del núcleo urbano había aumentado unas treinta veces y el 47% de los habitantes eran de origen extranjero, principalmente, proveniente de Italia. A esa época, entonces, se remontan los orígenes de uno de los barrios más tradicionales que hasta los años sesenta se diferenciaba del resto de la ciudad bajo el nombre Pueblo de Pescadores.
Rafael Vitiello conoce el Puerto desde sus inicios.
En América estaba todo por hacer
Rafael Vitiello tiene 82 años y cuando llegó de Italia le faltaban tres meses para los 20 y poco más de dos años para recibirse de contador. Llegó en barco, junto a sus padres y seis hermanos, después de una pequeña mentira piadosa que les permitió acceder al pasaje con descuento que se les otorgaba a quienes quisieran irse a vivir a América, en el marco de un programa denominado Comité Intergubernamental de Migraciones Europeas (Cime). Dijeron ser pescadores y hasta tuvieron la precaución de colocar pedazos de redes dentro de los baúles en los que trasladaban sus pertenencias, pero nadie preguntó nada. En realidad, los Vitiello eran propietarios de cuatro hectáreas en el golfo de Nápoles de las que se deshicieron poco antes de cruzar el océano Atlántico, ante la invitación de unos familiares que les habían hablado de la prosperidad de estas tierras.
Era abril 1958 cuando los nueve integrantes del clan se instalaron en una casita de Bermejo y Guanahani, a donde la luz recién llegó casi cinco años después. La obra fue inaugurada por el intendente municipal Teodoro Bronzini, quien hasta su muerte participó activamente en los distintos proyectos que impulsó esa comunidad. “Las calles eran de tierra, siempre estaba todo muy oscuro. Hasta que en el ‘62 ó ‘63 vino Bronzini y apretó el botón”, se acuerda. El paisaje portuario se limitaba a dos edificaciones en las esquinas de las actuales Avenida de los Trabajadores y 12 de Octubre y Figueroa Alcorta y Magallanes, en donde se alojaban los operarios que trabajaban en la construcción de la Escollera Sur, y unas otras pocas casas desparramadas hacia Vértiz, donde se extiende actualmente el sector fabril. La puesta en funcionamiento de La Campagnola, en Edison y Magallanes, también contribuyó al aumento de la población del Puerto: tenía decenas de empleados y la gente que vivía lejos empezó a instalarse en la zona para estar más cerca del trabajo.
Rafael consiguió empleo en la desaparecida marmolería Mar del Plata.
Mientras sus hermanos se dedicaban a la pesca o daban sus primeros pasos en comercios y frigoríficos, Rafael encontró empleo en la ya desaparecida marmolería Mar del Plata que funcionaba en Figueroa Alcorta y Ortíz de Zárate, y que se servía de las extracciones que se hacían en la cantera donde durante un tiempo estuvo la cancha de Aldosivi.
Cómo consiguió el puesto es una anécdota que involucra la buena voluntad del gerente del Banco Provincia, un tal González, y al exintendente José Camusso. Es que con la recomendación que el bancario le escribió a mano alzada sin siquiera conocerlo, Rafael se presentó en la casa del exjefe comunal quien, confiado en la palabra de su amigo, le dio un lugar en la marmolería. Ahí estuvo los siguientes 35 años.
Según dice, la piedra que se retiraba de la Cantera Mar del Plata SRL -que luego pasó a llamarse Piedra Mar del Plata- sirvió para la construcción de los paredones del Golf Club, la nueva usina, la Facultad de Ingeniería de Buenos Aires, el piso de la iglesia “Sagrado Corazón de Jesús” de La Plata, la central telefónica de Punta Alta y los casinos de Necochea y Miramar, entre otros proyectos. “Acá era todo cantera, pero se fue sacando hasta que quedó lo que vemos hoy”, asegura.
Santos y vírgenes for export (para no extrañar tanto)
En la constitución del barrio también tuvieron un rol fundamental las órdenes religiosas que se asentaron en el lugar y propiciaron, no sólo puntos de reuniones para los feligreses, sino también la aparición de las primeras viviendas familiares de material. Tal es el caso de la parroquia Sagrada Familia y el complejo ubicado frente al colegio Inmaculada concepción (obra de las llamadas Damas Vicentinas, una entidad religiosa conformada por mujeres católicas de la alta sociedad), y el de calle Bermejo, entre Elcano y Gaboto, perteneciente a la Conferencia de Señoras de San Vicente de Paul que presidía Elisa Alvear de Bosch. Allí se alojaban pescadores y obreros que trabajaban en la construcción del puerto, a cambio de sumas módicas de dinero. Los departamentos, que aún se mantienen en pie, continúan ocupados por particulares.
Rafael señala que los hijos de los primeros italianos sostienen las tradiciones.
Los italianos, profundamente religiosos, trajeron a América sus propias ceremonias y santos: la Virgen della Scala, San Jorge, Santa Ana, San Pancracio y San Giovanni, son algunas. Una de las más conocidas es la procesión de la Virgen della Scala, que se realiza durante enero desde hace 65 años y es una celebración a la que asisten no sólo los hijos y nietos de los primeros pobladores (los “scalotos”), sino también la enorme colonia de pescadores y sus familias, que piden protección antes de ir al agua. Son concentraciones multitudinarias e incluyen espectáculos de fuegos artificiales, que llegan a apreciarse desde distintos puntos de la ciudad. “En las instituciones van desapareciendo los italianos ‘verdaderos’ pero nuestros hijos siguen adelante con las tradiciones y la fe cristiana”, sostiene Vitiello.
Una casa para todos
En septiembre del ‘58, Rafael empezó a participar de la comisión directiva de la Asociación Italiana del Puerto, más conocida como Casa de Italia, y no se fue más. La entidad tiene su sede ubicada en avenida Edison al 200, cuyo terreno y edificación se consiguió gracias al aporte de toda la comunidad italiana. Allí, el actual presidente suele estar cada mañana, de lunes a viernes. El resto del tiempo lo comparte con Ana, su esposa desde 1962, o sus siete hijos (cuatro mujeres y tres varones). Entre padres, hijos, nietos, tíos y sobrinos, los Vitiello son una prole de alrededor de 130 personas y la mayoría sigue viviendo en el barrio.
Si bien al principio la actividad de la comunidad italiana tuvo epicentro en la Casa de Italia, inaugurada en septiembre del ‘67, más tarde cada región se organizó y formó sus propios espacios. Aparecieron, entonces, las agrupaciones de ischianos, campanos y sicilianos, entre otros. No obstante, Vitiello asegura que la unión y solidaridad del pueblo permitió el avance del sector y menciona apellidos como Moscuzza, Solimeno, Puglisi y Materia, a la hora de hablar sobre quienes -entre tantos otros- ofrecieron su ayuda cada vez que fue necesario. De hecho, para comprar los dos terrenos y avanzar en la obra llegaron a hacer un programa de televisión en Canal 8, espacio financiado por un empresario de la colectividad.
El envío, que iba los domingos de cinco a seis de la tarde, abría las puertas de la cultura italiana y, de paso, les permitía obtener dinero por la venta de publicidad. “Teníamos un Fiat 1100 y a última hora de la tarde salíamos con Bronzini y Lombardo a visitar comerciantes o instituciones conocidos de ellos, y todos aportaban”, dice. La escenografía de “La nonna y el mare” era una vieja cantina italiana en la que se presentaban los shows musicales de una soprano de 80 años y del pescador Salvador Galeano, que interpretaba canciones napolitanas antiguas. Los acompañaban un grupo de músicos que tocaban dos mandolinas, dos guitarras, un violín y un acordeón. El conjunto de música, tenía además tres cantantes -incluido el propio Vitiello- y ensayaba cada semana en Magallanes, entre Padre Dutto y Rondeau. Ahí también solía instalarse con su atril Cleto Ciocchini, el pintor que inmortalizó en sus telas a los hombres de mar.
“En la fiction yo era uno de los mozos. Llevábamos una docena de viejitos, todos pescadores, que jugaban a los naipes, mientras yo les ofrecía anchoítas y cornalitos fritos. En un momento alguien cruzaba con una carretilla llena de ladrillos y yo lo paraba, le decía que estaba trabajando. El bocadillo del tipo de la carretilla cerraba así: ‘Yo también, estoy juntando ladrillos para construir la Casa de Italia’. Había poquísimos teléfonos y televisores, pero la gente se juntaba a verlo en la vereda y fue un gran éxito”, rememora, entre risas.
Argentina, la patria elegida
Rafael Vitiello regresó por primera a su tierra en 1985, acompañado de su esposa, descendiente de sicilianos y si bien volvió a viajar en otras ocasiones, siempre supo que su hogar estaba acá, en la ciudad que le dio cobijo a él y a su familia hace más de medio siglo atrás. El hombre, que se define como socialista democrático, asegura que a diario recibe a decenas de parejas que se acercan a la Casa de Italia para consultar cómo es el procedimiento para obtener la ciudadanía italiana. A pesar de que entiende que las nuevas generaciones quieran emigrar, principalmente, por la situación económica que atraviesa la Argentina, suele compartir con ellos la historia de su emigración para hacerles notar las bondades de esta patria.
“Estamos viviendo en Argentina el momento que se vivía en Italia después de la guerra, cuando mucha gente se iba. En el mundo hay cinco millones de italianos, entre nacidos allá o que tomaron la ciudadanía y Argentina fue el primer país del mundo por la gran cantidad de inmigrantes que ha tenido. Cuando vienen a averiguar para hacer el pasaporte para irse, yo les digo que estoy convencidísimo de que este país va a ser el primero del mundo por la superficie que tiene, la belleza… Es inadmisible que en un país donde hay todo para hacer haya desocupados; acá hay todo por hacer”, define.
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