Sebastián Lopizzo: “A veces leés dos o tres versos y te quedan para siempre”
Es su segundo libro de poemas (aunque el primero esté casi olvidado). Se declara lector, ante todo, y junta en La ira del dragón, la poesía y su vida. Sebastián Loppizo asegura que el dragón es “una criatura que se deshace en una búsqueda imposible”
La ira del dragón (Cepes Ediciones- 2023) es producto de la pandemia. De ella y de la frustración que provocó el tiempo de encierro en muchos. Pero sería injusto plantearlo así. Si uno entra en los poemas que componen el libro, sentirá que va mucho más allá de eso.
“Los primeros dos o tres poemas los escribí durante esa época. Recién al año pude retomarlos. Estaba muy enojado. El primero de ellos, La ira del dragón, es el más largo y lo escribí de un saque. Salió casi sin correcciones. Así como vino, quedó, con esa musicalidad y con esas repeticiones”, comienza diciendo Sebastián Lopizzo. Y agrega: “Recuerdo que me dije: ‘Acá tengo algo, algo distinto’. Algo que nunca había hecho y lo pensé enseguida como un libro. Era irrisorio en ese momento, porque no se podía salir a la calle, no había lecturas de poesías conjuntas, todo era por Zoom”.
Cuando comenzó la pandemia por Covid 19 nadie sabía qué iba a pasar. Se dijo que solo serían 15 días de aislamiento. Todos sabemos qué pasó después. Loppizo, por esos primeros días, vio un documental sobre China (que fue donde empezó todo) y retuvo imágenes de él. Sobre todo, las de la figura del dragón, ese ser mítico oriental.
“Yo estaba muy enojado. A todos nos pegó diferente, yo me enojé mucho. Tenía muchos planes para el 2020, provocar varios cambios en mi vida, y no pude hacer nada. Tenía el plan de mudarme, cambiar de trabajo, volver a la facultad y, finalmente, no pude hacer nada. De golpe estaba sin laburo, no se podía hacer nada y todo era un desastre. En ese contexto surgen los primeros poemas”, explica el autor.
-Sin embargo, yo noto un cambio en esa figura del dragón a lo largo del poemario. El del principio es un dragón fuerte, más ancestral y con una carga negativa. Pero hacia el final, esa negatividad pasa a ser más reflexiva, más nostálgica, como que ya había pasado el enojo…
-Es que, después de esos primeros poemas que escribo enojado, el resto apareció mucho después. Ya me había mudado, estaba conviviendo con mi pareja, el contexto fue muy distinto.
-De hecho, el último poema dice: “… el dragón es un animal inabarcable // aparece cuando me siento solo”. Es casi esperanzador…
-Sí. Es buena la observación. Evidentemente hubo algo que se transformó en positivo. No lo había pensado como algo esperanzador. Está bueno ahora que lo decís. El dragón, por supuesto, es una metáfora que fue mutando, pero había algo en esos primeros poemas que a mí me dieron hasta el título, yo sabía que ahí había un libro, pero en realidad no tenía nada aún.
Loppizo piensa que “la poesía enseña mucho. Creo que, a veces, leés dos o tres versos y te quedan para siempre. Aparece algo que te cambia, que te hace ver diferente. Quizás no sea un gran cambio a corto plazo, pero, a la larga, probablemente lo sea”. Él también enseña, o, como le gusta decir, comparte en sus talleres recomendaciones sobre nuevas poesías y nuevos poetas, buscando que sientan esas mismas sensaciones suyas. “Cuando escribo poesía se me da por leer mucha poesía también. Me pasa que agarro ese ritmo poético, esa musicalidad, o algo que me queda y me obliga a escribir a mí también”, agrega.
Después de aquellos primeros tres poemas, surgidos de la pandemia, el enojo y aquel documental, aparece un libro de Marcelo Díaz. En él reaparece la figura del dragón. Loppizo, entonces, recordó aquellos poemas suyos y lo inconcluso. Vuelve sobre el dragón, sobre el enojo, pero ahora bajo la figura de “un dragón bueno”.
-¿Cómo es eso?
-El dragón bueno es mi abuelo. Y lo retomo ahora con eso que vos decías de la imagen más optimista. Mi abuelo fue como un papá para mí. Ya hace diez años que no está, pero él nació literalmente en un cine de Roque Sáenz Peña, en el Chaco. Mi bisabuelo era el dueño del cine del pueblo y él se vio todas las películas habidas y por haber, se las sabía todas. Siempre nos quedábamos mirando películas clásicas o Filmoteca durante la madrugada y él se acordaba de todos los detalles, hasta el orden en que aparecían los créditos. En esos últimos poemas hay un poco de la emoción de estar con él viendo esas películas donde trabajaban sus ídolos, sus referentes.
-¿Ahí aparece la figura de Bruce Lee?
- Sí. Cuando yo leo los versos de Marcelo Díaz, asocio inmediatamente a Bruce Lee y a mi abuelo. Pasaron rápidamente años hacia atrás y me vi de nuevo viendo Operación dragón con él. Recordé que los sábados yo pasaba por su casa antes de salir y él estaba siempre viendo esas películas típicas de sábado por la tarde. Un día lo encaro y le preguntó por qué veía esas películas de patadas si a él le gustaban los clásicos. Y me contestó que yo no conocía al “maestro de todos esos otros”. Y me trajo su caja de películas de Bruce Lee. No puedo describirte la emoción de él al verlo en la pantalla. Yo sabía quién era, pero nunca había visto sus películas. Era un animal y pude verlas con mi abuelo.
-Tomando un poco esto que decís, ¿creés que se piensa o se siente o se recuerda más al momento de escribir poesía?
-En el caso de este libro, salió sin pensar. En realidad, sabemos que siempre estamos pensando algo, pero quiero decir que fue todo muy carnal, muy impulsivo que me obliga a sentarme y escribir para dejar todo ahí. Hay mucha emoción que se mezcla con el pensamiento, yo asocio mucho en lo que escribo, pero la mayoría de las veces son cosas que solo yo las puedo asociar y el resto no. Me parece que hay un impulso, donde una palabra te lleva a la otra y, creo que siempre hay una pregunta y que en el poema quizás no aparezca plasmada, pero sí la respuesta. En algún momento creí en la obligación de explicar algunas cosas de este libro, pero entiendo que la poesía no se explica.
La poesía como excusa, como medio para recuperar el viejo hábito de reencontrarse. Escribir y leer. “Yo me considero un lector más que otra cosa. Me da un poco de pudor cuando me dicen que soy escritor o algo así. A mí lo que me gusta es leer”, sostiene el poeta distanciándose de una época donde muchas veces se alienta más a escribir un libro que a leer o acceder a aquellos que nos han traído hasta acá. Un gran lector que escribe poesía. Un poeta que se nutre de los libros y de sus experiencias de vida.
En la mitología oriental, el dragón se nos presenta, figurativamente, como un guardián severo. ¿Qué guarda en este caso? ¿Cuál podría ser el tesoro? Si uno juega con las palabras y piensa que tesoro puede ser un presente también, quizás La ira del dragón resguarde eso: un tiempo que no hay que olvidar. Un presente que nos lleve a hacer convivir nuestras experiencias pasadas en el, creo yo, mejor de los formatos posibles: un poema.
Leé también
Temas
Lo más
leído