Los 30 años de Rayos y Centellas, la primera comiquería de Mar del Plata
Abrió sus puertas en diciembre de 1993. Era el sueño de Claudio Herrera, quien terminó conociendo y compartiendo charlas y muestras con los más grandes del género: Breccia, Pratt, Nine, Wood y otros. ¿Cómo cambió el mundo de los cómics en los últimos años?
Claudio Herrera comenzó dibujando y leyendo historietas. Su padre le leía y le contaba datos sobre las revistas que leía, ese tiempo compartido lo empujó, entonces, a estudiar artes visuales. Un amigo le presta una revista muy especial, una revista Fierro. Esta lo termina de meter en ese mundo del que no saldría más: el mundo del cómic.
Entre estudio, dibujos y lecturas compartidas, llega el año 1993. El 10 de diciembre de 1993, para ser más exactos, abre en una galería, en pleno centro de Mar del Plata, Rayos y Centellas. Hoy, 30 años después, puede Claudio Herrera decir que fue la primera comiquería de la ciudad y la tercera o cuarta del país.
Pero comencemos por el principio. Claudio recuerda que, en sus épocas de estudiante de artes visuales, en el patio del instituto había un banco similar al de una plaza. Mientras los estudiantes esperaban ahí, una mujer se acercaba y colocaba material, libros sobre todo, de arte para ser vendidos.
Se producía un intercambio y siempre alguien se llevaba algo. Esa escena quedó tan grabada que, en los 90, Claudio pensó: “¿Y si hago lo mismo, pero con cómics e historietas?”.
Hoy, a 30 años de aquel momento, él agrega: “Mi señora, que me conocía muy bien, me dijo que no iba a funcionar porque yo iba a querer quedarme con todo lo que trajera para vender y tenía razón. Pero la idea quedó madurando hasta que le propuse a mi amigo Luis, el mismo que me había prestado aquella primera revista Fierro, llevarla adelante y lo hicimos”.
Con los ahorros que tenía y movido por una enorme pasión por las historietas, Claudio pone todo en marcha. Él sabía que era arriesgado, sabía que era algo para un público no muy grande, pero quería sacarse el gusto. El dinero era un extra y no ponía en juego más que eso. Hoy dice, “Mi temor era
mínimo porque yo me estaba sacando un gusto. A mí me decían todos: ‘Te vas a fundir’. No me importaba, de última solo perdía esa plata”.
- ¿Qué fue lo más difícil del comienzo?
- Fue todo complicado, porque a mí me impulsaban las ganas y la pasión, pero me encontré con un problema más grande, el de conseguir material. Yo iba ilusionado a Buenos Aires y ahí me daba cuenta que era muy difícil. El tema era que los canales de distribución no existían abiertamente y la poca gente
del rubro era muy celosa y no te pasaban los canales de difusión porque te veían como competencia. A mí me costó entenderlos, hasta que una persona me agarró y me pasó una librería en Florida. Entonces ahí empezamos a conseguir, muy de a poco, material. Pero era muy cansador, había que viajar y,
además, ir aprendiendo, porque yo no sabía más de lo que a mí me gustaba, pero había mucho más que eso. Entonces me puse a estudiar. Compraba una revista sobre historietas y ahí aprendía nombres, títulos, autores. Por ejemplo, de superhéroes no sabía nada, solo los nombres de la tele (Batman, Superman), entonces tenía que aprender. ¿Sabés que fue un gran salto tecnológico para nosotros y todo un avance? Cuando compramos un fax. No lo podía creer, ya no eran necesarios los viajes ni nada, fue una inversión enorme en ese momento, pero valió la pena.
A principios de la década del 90, la comiquería tenía ya sus primeras piezas a la venta. El manga todavía no había hecho su entrada triunfal, pero sí había historietas japonesas occidentalizadas en su formato. Estaba lo clásico: Sailor Moon, Caballeros del zodíaco y Dragon Ball. No más que eso.
Luego algo de Superman, Batman y Wonder Woman, algo de material de Lobo, por ejemplo, del quesalió inspirado Cazador en la Argentina. También algunas figuras de la época. “También traía lo que a mí me gustaba. Yo era fanático de la Fierro. Creo que por eso soy más de autor que de personaje”, aclara Claudio. Y agrega, “Sigo a Enrique Breccia, a Alberto Breccia, Hugo Pratt, Moebius, a todos ellos. Muchos de los cuales luego los pude conocer y traer a Mar del Plata para dar charlas”.
- ¿Quiénes compraban historietas en los 90? Quiero decir, ¿qué edad tenían los que venían?
- Venían chicos con un promedio de edad de 20 a 30, más o menos. Hoy tenemos una franja mucho más amplia, van desde los 11 hasta los 60 o 70 años. Yo tengo 60 y sigo leyendo. Antes estaban las cosas que eran para chicos, pero ahora llegan cosas que son para grandes directamente. Por esto,
puntualmente, yo me pongo muy feliz. Yo amo este mundo y ver que podés conseguir todo lo que quieras: nacional, mangas, superhéroes internacionales y todo convive con todo, que es muy bueno. Eso me pone muy feliz.
- ¿En qué momento viste que la edad se empezaba a ampliar?
- Lo que le dio la apertura total fueron los mangas. Eso cruzó todas las edades y los sexos. De hecho, por ejemplo, cuando recién abrí solo tenía dos clientas mujeres. Las recuerdo bien: una venía a comprar solo Wonder Woman y la otra era maestra de primaria y llevaba todo lo que había de Superman.
Siempre me contaba que hablaba con sus alumnos y ellos se ponían como locos porque ella sabía más de Superman que ellos.
Uno ingresa a Rayos y Centellas y entra en otro mundo. Las paredes que no están cubiertas por estantes con revistas y libros muestran pósteres de películas o personajes legendarios. Uno de la película de los Expedientes secretos X, Star Wars, el Batman de George Cloney, Robetch, entre otros. También un R2D2 enorme, un Mazinger y un B9 de Perdidos en el espacio que es el preferido y el especial del lugar. “Ese no se vende. Hay un amor especial por él. Lo mandé a pedir especialmente y está armado especialmente pieza por pieza. Es lo único especial de acá”, aclaran.
Sostener un negocio no es fácil. En los 30 años, Rayos y centellas ha pasado por muchas situaciones distintas, pero siempre las sobrellevó de la mejor forma. Claudio explica que tuvo momentos difíciles,
“Sobre todo en el 2002. Yo recibí el coletazo del 2001 al año siguiente, pero más que por no vender era porque no entraba material. La única distribuidora que había se estaba por ir y ya no entraba mucho. Resistimos un poco y se pudo continuar, pero sí di de baja el merchandising, por ejemplo, en esa época.
Se vendía bien y dejaba ganancia, pero había aumentado mucho. Tuve que tomar la decisión y la verdad es que yo puse el negocio por las historietas, que era lo que me gustaba a mí, entonces pensé que, si debía pegar un volantazo, obviamente me mantendría en la línea elegida”.
- ¿En qué momento te diste cuenta de que ya no podías dejar?
- No tengo bien marcado eso, pero lo que sé es que en un momento empecé a sentir instantes de felicidad por lo que había hecho. Es algo que me gusta mucho, es el compartir con la gente algo que me gusta. Y no solo quedó en la comiquería, después cuando empecé a conocer a esos artistas que
siempre admiré y que tuve la posibilidad de traerlos para que hagan muestras y den charlas como Robin Wood, Horacio Altuna, Nine o Chichoni, después Enrique Breccia, del que mi padre era fanático y siempre me hablaba de él.
-Tu papá estudió con él y, no solo eso, participó de la producción de El Eternauta..
- Mi papá, en realidad, siempre quiso dedicarse al dibujo artístico, pero se dedicaba a otra cosa. Estudió en la Escuela Panamericana de Arte, de la que era director Alberto Breccia. En esa época también estaba Hugo Pratt, mi padre amaba a Hugo Pratt. Yo tenía ocho años y sabía de Mort Cinder, porque
él me contaba todo y me mostraba las revistas. Después, con los años, me hablaba de El Eternauta. Yo no lo había leído y ya de grande y con esto en marcha, me lo prestaron y lo leí. Quedé fascinado. Yo tenía la necesidad de contárselo a él porque él me había hablado tanto de la obra que, cuando se lo
digo, me agrega: “Yo trabajé ahí. Yo tenía 16 años y en las primeras 13 páginas hacía de ayudante de Solano López, para el resto ya se habían sumado otros en el trabajo”. Con el tiempo le pregunté a Solano López sobre aquello y él me confirmó que había gente trabajando con él cuando lo hicieron. Era
todo un orgullo y algo maravilloso.
Al cruzar por el frente de la vidriera, uno no solo encuentra las novedades. También recuerdos. Le comento a Claudio que, cuando recién vine a Mar del Plata, por la década del 90 también, siempre pasaba por el local. Desde aquella época tengo en mi memoria una colección de revistas de Aquaman y
un cuadro del Juez Dredd que aún están montados en los escaparates. Esa comiquería que alimentaba el sueño de muchas y muchos jóvenes hoy cumple 30 años. Ya no solo está su dueño, sino también sus hijos atendiéndola. Pero sigue siendo un lugar de encuentro. Rayos y centellas fue la primera de Mar del Plata, fue la primera también en traer los juegos de roles y las cartas Magic. Atrás quedaron las volanteadas en los colegios o los afiches en paredes invitando al lugar.
Hoy es visitada constantemente por distintas generaciones, por padres e hijos, buscando alguna aventura, algún personaje o recuperar la infancia o la adolescencia. Cierra el propio Claudio Herrera, mentor y director del lugar: “Obvio que este es mi canal de ingreso, pero, por sobre todo es lo que siempre me gustó.
Siempre quise que este lugar fuera como la biblioteca de tu casa, un lugar donde venís y te ponés a charlar y hay recomendaciones e intercambios. Que esto sea un lugar de encuentro donde se valora aún el consejo del otro. Ya sé que todo se puede consultar por la tecnología hoy, pero el consejo directo es
otra cosa. Me gustó siempre conocer al cliente para poder decirle: ‘Mirá, me parece que esto puede gustarte’.
Rayos y centellas cumple 30 años. Muchos de nosotros somos, al menos en sueños de vidrieras, una partecita de ellos.
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