"Vi a una maestra rota por dentro": conmovedora carta del hermano de la directora golpeada por una alumna y su madre

"Vi a mi hermana y en ella vi reflejado el fracaso de un sistema que olvida que detrás de cada maestra hay una vida, un rostro, un corazón que late por el bien de otros", cuestiona sobre epílogo del escrito. 

La mujer fue atacada dos veces por la misma alumna y una última vez por su madre.

5 de Noviembre de 2025 19:15

Por Redacción 0223

PARA 0223

Luego de que la directora de la Escuela Primaria N°63 del barrio Autódromo fuera nuevamente golpeada, primero por una alumna y después por la propia madre, el hermano de la víctima redactó y compartió una fuerte carta abierta a la sociedad, en la que comenta los reiterados episodios de violencia y la triste realidad en la que se ve envuelta la educación actual. "Vi a una maestra rota por dentro, sostenida apenas por su vocación, por ese amor que parece ser el único motor que le queda a quienes educan en esta sociedad", remarcó.

El texto comienza con la frase "Hoy vi a mi hermana”, que también es el título elegido por el hermano de la víctima, y continúa de la siguiente manera: "La misma que de niña soñaba con ser maestra, que pasaba horas jugando a dar clases en casa, corrigiendo cuadernos imaginarios y dibujando pizarrones con tiza sobre una pared. La misma que, con los años, convirtió ese sueño en una vocación real, en una vida dedicada a enseñar, formar y acompañar. Esa misma hermana que siempre consideré un ejemplo: por su entrega, compromiso y amor incondicional hacia sus estudiantes. Muchas veces la visité en las escuelas donde trabajó y trabaja. Vi en sus ojos la emoción y el orgullo con que le hablaba de cada estudiante. La vi sonreír cuando los alumnos la saludaban con un cálido “¡Hola, dire!”, y cómo ella siempre respondía a cada uno por su nombre. Ese nombre que no es solo un sonido, sino un reconocimiento y una historia compartida".

En ese punto, se refirió a una de las primeras situaciones de violencia que sufrió Cecilia: "Pero hoy la vi distinta. La vi con un ojo morado y no es la primera vez. No es la primera vez que sufre violencia dentro de una institución educativa. Desde comienzos de este año, me ha contado situaciones cada vez más graves, dolorosas y absurdas. Una de las veces que terminó internada fue porque una estudiante, una niña, en un ataque de ira, la golpeó y la arrojó por las escaleras, fisurándole la cadera. La internaron y aun así, apenas pudo caminar, volvió a su escuela". 

Pero volvió a suceder. Según contó en su publicación, unos días más tarde de su reincorporación a la institución, "otros cinco docentes fueron golpeadas por la misma estudiante" y una vez más aparecieron "las licencias, el silencio y la falta de respuestas", y tan solo semanas después, lo volvieron a llamar porque su hermana "estaba internada" con "traumatismo de cráneo"  y por "la misma alumna".

La directora no fue la única damnificada, sino que otros episodios involucraron a docentes de la misma institución.

Una vez más, la directora regresó al trabajo y "la solución que encontraron fue que la estudiante trabaje desde su casa", y "lejos de resolver, vuelve a esconder el conflicto debajo de la alfombra, como si el silencio fuera una cura, como si el olvido sirviera de remedio", según planteo su hermano en la extensa carta a la que accedió este medio

"Desde el Consejo Escolar convocaron una reunión ´para abordar la situación´. Llegaron los hombres de traje y corbata, los que miran desde detrás de un escritorio y nunca pisan un aula. Se presentaron fiscales, policías y funcionarios, pero no invitaron a la víctima. Esa misma maestra que debería tener voz y ser escuchada, que es quien vive y sufre en carne propia lo que otros apenas leen en informes. La noticia salió en todos los medios y mientras tanto, detrás de escena, la directora del colegio, mi hermana, acomodaba los bancos, limpiaba el aula e intentaba dar orden al caos que otros solo administran en papeles", añadió.

Luego, siguiendo el escrito, "la madre de la alumna vio la nota y respondió con amenazas de prender fuego la escuela y volver a golpear, y cumplió", ya que "se presentó, gritó, y golpeó", y nuevamente le llegó el llamado por la salud de su hermana. "Otra vez las marcas en su rostro. Marcas que ya no son solo heridas físicas, sino cicatrices profundas de un destrato institucional que duele, humilla y mata de a poco el espíritu docente. En su mirada cansada volví a ver a aquella niña que soñaba con enseñar, pero también vi a una maestra rota por dentro, sostenida apenas por su vocación, por ese amor que parece ser el único motor que le queda a quienes educan en esta sociedad", expresó con impotencia.

Y sobre el final de su descargo, cuestionó: "Hoy vi a mi hermana y en ella vi reflejado el fracaso de un sistema que olvida que detrás de cada maestra hay una vida, un rostro, un corazón que late por el bien de otros. Vi a una mujer que, pese a todo, sigue creyendo en su escuela. Sigue creyendo en la palabra, en el vínculo y en la posibilidad de un cambio. Pero me duele pensar que ese amor, algún día, ya no le alcance para seguir. Y entonces, cuando la última maestra apague la luz de su aula y el silencio se instale donde antes había risas, quizás recién ahí comprendamos el daño que hemos permitido. Ojalá no sea demasiado tarde".

La carta completa

“Hoy vi a mi hermana”

Hoy vi a mi hermana.
La misma que de niña soñaba con ser maestra, que pasaba horas jugando a dar clases en casa, corrigiendo cuadernos imaginarios y dibujando pizarrones con tiza sobre una pared.
La misma que, con los años, convirtió ese sueño en una vocación real, en una vida dedicada a enseñar, a formar, a acompañar.
Esa misma hermana que siempre consideré un ejemplo: por su entrega, por su compromiso, por su amor incondicional hacia sus estudiantes.
Muchas veces la visité en las escuelas donde trabajó y trabaja. Vi en sus ojos la emoción y el orgullo con que hablaba de cada estudiante. La vi sonreír cuando los alumnos la saludaban con un cálido “¡Hola, dire!”, y cómo ella siempre respondía a cada uno por su nombre.
Ese nombre que no es solo un sonido, sino un reconocimiento, una historia compartida.
Recuerdo haberle preguntado alguna vez:
¿Cuántos alumnos son? ¿De verdad te acordás los nombres de todos?
Y ella, sin dudarlo, me respondía que sí, porque para enseñar hay que mirar a los ojos y saber quién está frente a uno.
Su escuela. “su escuela”, como ella la llama, es su casa, su refugio, su misión.
Pero hoy la vi distinta.
La vi con un ojo morado.
Y no es la primera vez.
No es la primera vez que sufre violencia dentro de una institución educativa. Desde comienzos de este año, me ha contado situaciones cada vez más graves, más dolorosas, más absurdas.
Una de las veces que terminó internada fue porque una estudiante, una niña, en un ataque de ira, la golpeó y la arrojó por las escaleras. Le fisuró la cadera. La internaron.
Y, aun así, apenas pudo caminar, volvió a su escuela.
Pasaron unos días y cinco docentes más fueron golpeadas por la misma estudiante. Nuevamente licencias, nuevamente el silencio, nuevamente la falta de respuestas.
Semanas después, sonó mi teléfono.
Mi hermana estaba otra vez internada. Traumatismo de cráneo.
Otra vez la misma alumna. Otra vez la misma indiferencia.
Y me pregunto:
¿Es realmente esa niña quien golpea, o es un sistema entero que hiere?
¿Son los puños de una alumna los que marcan la piel de mi hermana y de tantos otros docentes, o es la mano invisible de una sociedad que ha dado la espalda a la educación y a quienes la sostienen día a día con esfuerzo, vocación y amor?
Mi hermana, pese a todo, pidió volver.
Volver a enseñar, volver a estar.
Y la “solución” que encontraron fue que la estudiante trabaje desde su casa.
Una decisión que, lejos de resolver, vuelve a esconder el conflicto debajo de la alfombra, como si el silencio fuera una cura, como si el olvido sirviera de remedio.
Desde el Consejo Escolar convocaron una reunión “para abordar la situación”. Llegaron los hombres de traje y corbata, los que miran desde detrás de un escritorio, los que nunca pisan un aula. Se presentaron fiscales, policías, funcionarios.
Pero no invitaron a la víctima.
No convocaron a mi hermana.
Esa misma maestra que debería tener voz, que debería ser escuchada, que es quien vive y sufre en carne propia lo que otros apenas leen en informes.
La noticia salió en todos los medios. En las fotos, en primer plano, los hombres de saco y corbata, los funcionarios que posan para la cámara.
Y mientras tanto, detrás de escena, la directora del colegio,mi hermana, acomodaba los bancos, limpiaba el aula, intentaba dar orden al caos que otros solo administran en papeles.
La madre de la alumna vio la nota y respondió con amenazas.
Amenazas de prender fuego la escuela. De volver a golpear.
Y cumplió. Se presentó, gritó, golpeó.
Y nuevamente, otro llamado.
Mi hermana internada.
Otra vez las marcas en su rostro.
Marcas que ya no son solo heridas físicas, sino cicatrices profundas de un destrato institucional que duele, que humilla, que mata de a poco el espíritu docente.
Hoy la vi.
Y en su mirada cansada volví a ver a aquella niña que soñaba con enseñar.
Pero también vi a una maestra rota por dentro, sostenida apenas por su vocación, por ese amor que parece ser el único motor que le queda a quienes educan en esta sociedad.
Y me pregunto, como ciudadano, como hermano, como parte de esta comunidad:
¿En qué momento dejamos que esto suceda?
¿Qué se quebró en nosotros como sociedad para que una maestra tenga miedo de entrar a su aula?
¿Cuándo permitimos que la violencia se volviera parte de la rutina, que el respeto se diluyera entre expedientes, notas oficiales y reuniones sin sentido?
Mi hermana representa a miles de docentes que cada mañana enfrentan no solo la falta de recursos, sino también el abandono, la impotencia y la soledad.
Representa a quienes siguen creyendo que la educación puede transformar el mundo, aun cuando el mundo parece no querer transformarse.
Hoy escribo esta carta no solo por ella, sino por todos los que enseñan, los que acompañan, los que dan de sí mucho más de lo que deberían.
Porque si no somos capaces de cuidar a quienes educan, ¿qué esperanza queda para quienes aprenden?
Hoy vi a mi hermana.
Y en ella vi reflejado el fracaso de un sistema que olvida que detrás de cada maestra hay una vida, un rostro, un corazón que late por el bien de otros.
Vi a una mujer que, pese a todo, sigue creyendo en su escuela.
Sigue creyendo en la palabra, en el vínculo, en la posibilidad de un cambio.
Pero me duele pensar que ese amor, algún día, ya no le alcance para seguir.
Y entonces, cuando la última maestra apague la luz de su aula, cuando el silencio se instale donde antes había risas, quizás recién ahí comprendamos el daño que hemos permitido.
Ojalá no sea demasiado tarde.