Diego Sztulwark: “Existe un punto de encuentro entre quienes notamos que no se puede respirar en el mundo tal como está”
Diego Sztulwark propone una relectura política de la narrativa kafkiana para diagnosticar la subjetividad contemporánea frente al avance del “fascismo 2.0”. Una obra fundamental que sitúa el cuerpo y el absurdo en el centro de la resistencia emancipatoria.
El temblor de las ideas. Buscar una salida donde no la hay es el nuevo libro de Diego Sztulwark (Ariel, 2025). Se trata de una obra certera y profundamente meditada que nos invita a repasar el momento actual como una paradoja: la necesidad de actuar aun cuando todo parece imposible. Es la condición kafkiana de estar entrampados, pero seguir preguntando y moviéndose. La acción política no se sostiene en una esperanza ingenua, sino en la insistencia de inventar salidas allí donde no existen. Desde el título, la paradoja se hace presente: no hay garantías de éxito, pero la acción misma abre caminos nuevos e inventa salidas donde no las había.
Sztulwark lanza una invitación a pensar la política y la vida cotidiana como un ejercicio de resistencia. Aunque parezca inútil, seguir actuando puede transformar lo imposible en posible. La charla con el también autor de La ofensiva sensible fue un devenir por sus ideas, la realidad que nos rodea, la literatura y el pensamiento de Franco “Bifo” Berardi.
—Parece que la conclusión de Bifo Berardi es bastante amarga. Él insiste en la imagen de la “solidaridad de náufragos”, una unión entre quienes deciden abandonar. Por eso su propuesta se centra en la deserción. Es decir, cuando el mundo se derrumba y ya no existen trincheras desde donde resistir, lo único que queda es desertar. En ese gesto se configura una suerte de vínculo que surge en medio del vacío. Bifo parece convencido de que la psicosis colectiva ha anulado la empatía. Me parece bien empezar por ahí, Diego: ¿qué lugar ocupa la empatía hoy frente a este diagnóstico?
—Yo sigo pensando en términos igualmente trágicos, pero en lugar de desertar, propongo buscar una salida donde no la hay. Mi respuesta es más kafkiana. Todos aquellos que buscan una salida, a pesar de saber que no existe, tenemos una conversación pendiente, tenemos puntos de encuentro “benjaminianos”. No sabemos hacia dónde, pero tenemos que ir. Existe un punto de encuentro entre quienes notamos que no se puede respirar en el mundo tal como está. Admito que lo que dice Bifo de la empatía, en cierto sentido, lo que yo creo que él diría, creo que tiene razón. Por lo tanto, todos los que se sienten náufragos tenemos que ver qué hacemos, tenemos que ver cómo nos reunimos, cómo sobrevivimos, pero la empatía así es difícil.
—¿Cuánto influyen las nuevas herramientas, de eso que llamás “fascismo 2.0”, en este proceso de deshumanización o despersonalización?
—Más que deshumanizar, yo creo que se trata de “desensibilizar”. Sin embargo, me quedo pensando en que lo animal no debería ser necesariamente una figura negativa. No hablo de la idea nazi de deshumanizar para matar, sino de admitir que hemos sido sometidos a formas muy animales de humanidad. Esto plantea dos caminos: uno es la identificación con el victimario, un tipo de humanidad que sostiene que el que mata es un genio, el que viola es un “capo” o el que se queda con los recursos de los otros es un ganador. Es una identificación de tipo fascista, muy humana y espantosa, donde el sujeto desensibilizado vuelve como triunfador. Bajo esa lógica, ver a jubilados golpeados en la calle puede dar votos. Es una humanidad desensibilizada que es una vergüenza, que debería “sobrevivir en la vergüenza”, como decía Kafka al final de El proceso. Por otro lado, como “spinozista”, creo que en el cuerpo debe aparecer el recurso. El hecho de que nos hayamos convertido en “animales” tipo Gregorio Samsa, despertar un día como cucarachas, debería hacernos pensar en las posibilidades de habernos vuelto “bichos”. Vamos a decirlo así: Prefiero el bicho en el que nos hemos convertido que el modelo humano desensibilizado que nos venden.
—Lo pensaba a raíz de La metamorfosis. La deshumanización se nota claramente no en Samsa, sino en su entorno, en su familia, en los que lo ven, que lo critica porque ya no puede producir ni aportar lo que aportaba antes.
—Exacto. Si hiciésemos el ejercicio de encontrar en Kafka imágenes para pensar nuestra realidad política, veríamos que él nunca explica qué pasó esa noche mientras Samsa dormía. Uno puede suponer que el nivel de explotación convierte a los trabajadores en cucarachas. Lo cierto es que las fuerzas operaron a sus espaldas mientras él dormía. Ya convertido en algo “repugnante”, su conciencia debe acomodarse a un cuerpo nuevo. Siento que nosotros estamos en ese proceso: ni entendemos del todo cómo el mundo se convirtió en esto, ni tenemos la capacidad de comprender qué ocurrió. Gregorio, a medida que avanza la historia, descubre que puede caminar por las paredes, descubre su nuevo cuerpo. Nosotros todavía estamos paralizados por el impacto de lo repugnante, sin encontrar la movilidad propia de nuestra nueva condición. Si las posibilidades no surgen del cuerpo, temo que nos devore una nostalgia que está al acecho.
—Totalmente, además es interesante ver cómo estamos atrapados dentro de eso: Gregorio ya es una cucaracha y, aun así, mira el reloj preocupado por llegar a tiempo al trabajo.
—A veces me siento igual. Me digo: “Voy a la marcha de la CGT para luchar contra la reforma laboral”, y después te das cuenta de que ya no somos los mismos. Seguimos actuando como si existiera una clase trabajadora formal y organizada, unos dirigentes sindicales más o menos prestigiosos o una sociedad conmovida por el horror que implica la destrucción de derechos, como si todavía pudiésemos ponernos el traje y salir a trabajar. Nuestro cuerpo actual ya pide otro mundo. No lo digo de forma pesimista, sino en el sentido de reconocer y dar forma a potencias actuales, en lugar de intentar rescatar potencias perdidas.
—Alguien decía que en Kafka no hay nada absurdo, porque los absurdos somos nosotros. Él solo habla de nosotros todo el tiempo.
—Sí. Se me vienen dos ideas a la mente. La primera es de Robbe-Grillet: él sostiene que, como no se tolera la literalidad de Kafka, quien se limita a describir lo que hay, y lo hace con tal agudeza en su registro que el lector proyecta sobre su obra la idea de una ficción, de un absurdo, de un mito, de una fantasía que no proviene de la letra de Kafka. La segunda idea es de Ezequiel Martínez Estrada, cuando viaja a la Unión Soviética en los años 50. Allí, conversando con alumnos de literatura realistas, les explica El proceso de Kafka, que ellos desconocían, y les aclara que, si uno quiere estudiar el realismo, debe estudiar el absurdo, porque este se encuentra en el corazón de lo real. La política de ultraderecha aparenta ser absurda, pero en realidad no lo es: busca una linealidad de mercado racional. Entonces me pregunto: ¿qué potencia de emancipación o de desorganización puede tener una relación positiva con el absurdo?
—¿Qué significa, finalmente, buscar una salida donde no la hay?
—A ver, es al mismo tiempo existencial y político. El punto, para mí, es así: hay una polémica irresuelta y eterna respecto de Kafka que puede plantearse de la siguiente manera: Cuando Kafka escribe una ficción, lo que tiene en cuenta es un fondo de saberes que pueden ser psicoanalíticos, teológicos judíos o, no sé, de algún saber esotérico. Entonces, él extrae metáforas y arma parábolas. En realidad, cuando leés sus textos deberías tratar de entender cuál es el saber profundo que está transmitiendo. Bueno, yo me alineo con quienes sostienen que no, que no hay ningún sentido oculto. Lo que Kafka hace es escribir para dar cuenta de sus afectos, no de un saber profundo y oculto. Si esto fuera así, si él está explorando su mundo afectivo, como lo muestran su diario y sus cartas, entonces, cuando escribe, por ejemplo, El proceso, ese proceso no es sociología judicial. Hay que ver qué le está pasando a Kafka respecto de una cantidad de mecanismos que, en la existencia, le exigen una defensa imposible. Si esto es así, creo que de Kafka tenemos algo que aprender. Kafka es un radar, porque los afectos, tal como nos lo explica Spinoza, son siempre la presencia de fuerzas en nosotros. Yo puedo decir: “Che, en este enamoramiento, en este aburrimiento o en este tedio presiento formas del amor, formas de la tradición, formas de la técnica, formas de la burocracia”. Pero no son formas ya conocidas o desarrolladas: es una palabra que tiene que estar muy ligada, que debe poder registrar un afecto muy puntual, incluso de fuerzas que recién se están instalando y que, por lo tanto, no son conocidas ni existen teorías para registrarlas. Si usamos a Kafka para eso, Kafka es el héroe del antifascismo actual, porque nos permite salir de la estereotipia del lenguaje y de la oscuridad de las percepciones, y tratar de registrar con palabras concretas qué nos está pasando. Por ahí podría haber empatía, en el sentido de que podemos hablar en serio de lo que nos ocurre. Pero, claro, para eso hay que correrse un poco de la escena, y me parece que sólo quienes fugan con el lenguaje pueden sostener esa conversación. Entonces, buscar una salida donde no la hay, para mí, quiere decir exactamente eso: olvidate de las posibilidades que te ofrecen, olvidate del lenguaje que se te ofrece, olvidate del mundo al que se te invita a adherir, porque ahí no hay salida. No es que no la encontraste: es que no existe. Pero el héroe de Kafka no se rinde. No se rinde porque lo están procesando, no se rinde porque en el castillo no lo reciben, no se rinde nunca. Busca y busca porque necesita una salida. Es decir, algo que en Kafka es muy fuerte, además de su propia enfermedad personal, es que necesita respirar. Y yo me siento muy identificado con eso: buscar una salida donde no la hay es algo pulmonar.
En El temblor de las ideas, Kafka aparece como un estratega literario-político que rehúye las etiquetas ideológicas tradicionales. Su fuerza no radica en inscribirse en un partido o en una doctrina, sino en la capacidad de transformar la escritura en un campo de batalla donde se disputan sentidos y se ensayan salidas frente al caos. En ese terreno, la literatura se convierte en estrategia: un modo de pensar y de actuar cuando las herramientas de la política convencional resultan insuficientes.
El absurdo, tan presente en su obra, se revela como una clave para comprender la realidad. No es un error ni una anomalía, sino el núcleo mismo de lo real. Reconocerlo permite resistir los discursos neoliberales que niegan los fallos del mercado y los fascismos contemporáneos que se disfrazan de autoparodia. El absurdo, lejos de ser paralizante, abre la posibilidad de pensar lo imprevisible y de desmontar las certezas autoritarias.
(*) Diego Sztulwark se presentará en el festival MarPlaneta este próximo 6 de enero.
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