¿Qué une a Matilda con una abadía y un submarino?

Las bibliotecas desempeñan un papel fundamental en la formación y el desarrollo del individuo. Pero, para los lectores, no solo importan las propias, sino también aquellas que aparecen en las historias que los han acompañado desde siempre. Tres ejemplos.

Matilda: una niña que, a los tres años, había aprendido a leer sola.

2 de Marzo de 2025 12:33

El divulgador Carl Sagan dijo: “Las bibliotecas nos conectan con el conocimiento de nuestros antepasados, de los mejores maestros y de las mentes más grandes de la historia. Ellas nos permiten viajar a través del tiempo y el apoyo a las bibliotecas es una prueba de la salud de nuestra civilización y de nuestra preocupación por el futuro”.

Para nosotros, los lectores, nuestra biblioteca es nuestro lugar sagrado. Es nuestro espacio donde encontramos y nos reencontramos. Pero no solo nos interpelan las propias, sino también aquellas que aparecen como protagonistas en las historias con las que nos hemos cruzado.

A continuación, tres ejemplos de bibliotecas señeras que aparecen en historias que, de alguna manera u otra, han marcado nuestra trayectoria como lectores.

Una biblioteca en una abadía

La primera de las bibliotecas que mencionaré perteneció a una abadía situada en algún lugar de los Apeninos, entre el Piamonte, Liguria y Francia. Sabemos de ella por las memorias que dejó escritas Adso de Melk, un monje alemán del siglo XIV, discípulo de fray Guillermo de Baskerville.

La biblioteca tenía forma octogonal y estaba dentro de un edificio que “se trataba de una construcción octogonal que, de lejos, parecía un tetrágono (figura perfectísima que expresa la solidez e invulnerabilidad de la Ciudad de Dios), cuyos lados meridionales se erguían sobre la meseta de la abadía, mientras que los septentrionales parecían surgir de las mismas faldas de la montaña, arraigando en ellas y alzándose como un despeñadero”.

Escena en la biblioteca de la película El nombre de la Rosa.

El espacio de libros se describe como un laberinto casi impenetrable, con numerosas salas y pasillos interconectados, lo que dificulta la navegación y la búsqueda de libros. Su acceso está restringido a unos pocos y su diseño incluye pasadizos secretos y salas ocultas. Está diseñado con una arquitectura compleja y simbolismos que representan el conocimiento y el poder. La biblioteca alberga una vasta colección de manuscritos antiguos y valiosos, que abarcan diversas áreas del conocimiento, desde teología y filosofía hasta ciencia y literatura. En el corazón de la biblioteca se encuentra una sala oculta llamada Finis Africae, que contiene los libros más valiosos y peligrosos.

Entre sus libros, podemos mencionar: las tablas astronómicas de Al Kuwarizmi (traducidas por Adelardo de Bath); el De oculis, de Isa ibn Ali; o el De radiis stellatis, de Alkindi; o el Liber monstruorum de diversis generibus, iluminado más de dos siglos atrás por monjes irlandeses. También aparece un bello ejemplar con ilustraciones exquisitas del Theatrum sanitatis, de Ububchasym de Baldach, y el de De plantis, falsamente atribuido a Aristóteles. Estaban Avicena, el De laudibus sanctae crucis, de Rabano Mauro, Virgilio y otros. Había libros de medicina y cosmografía; libros de fábulas e historia, de geografía y crónicas sobre el origen del mundo; libros sobre heresiarcas y sobre el Anticristo. Pero, sin dudas, el más importante era el segundo libro de la Poética de Aristóteles, “que todos consideraban perdido, o jamás escrito”. Aquel que se dedicaba a la risa. Su bibliotecario, Jorge de Burgos, odiaba la risa y, por eso, también a Aristóteles por haber escrito sobre ella.

La biblioteca, al igual que la abadía, terminó en llamas. Tres días y tres noches estuvo ardiendo el lugar. Triste destino final para una biblioteca de la que apenas se salvaron algunos ejemplares por la osadía de fray Guillermo de Baskerville.

La biblioteca de un tal Nemo

El Nautilus tenía una biblioteca con 12 mil ejemplares.

El capitán Nemo hablaba francés, inglés, alemán y latín. Su biblioteca podría haber estado en cualquier palacio del mundo. Tenía estanterías en palisandro negro con incrustaciones de cobre, divanes de cuero marrón, atriles móviles, encuadernaciones primorosas. En sus estantes había 12 000 volúmenes: “Abundaban los libros de ciencia, de moral y de literatura escritos en las lenguas más diversas; pero no vi ni una sola obra de economía política: parecían estar severamente proscritas a bordo. Como detalle curioso, observé que todos los libros seguían una clasificación aleatoria, en cualquier lengua que estuviesen escritos, y esa mezcolanza probaba que el capitán del Nautilus habitualmente debía de leer los que su mano tomaba al azar. Entre los libros, observé las obras maestras de antiguos y modernos, es decir, todo lo que la humanidad ha producido de más hermoso en los campos de la historia, la poesía, la novela y la ciencia, desde Homero a Víctor Hugo, desde Jenofonte a Michelet, desde Rabelais a la señora Sand. Pero, concretamente, era la ciencia la que se llevaba la palma en la biblioteca; los libros de mecánica, de balística, de hidrografía, de meteorología, de geografía, de geología, etc., ocupaban un puesto no menos importante que las obras de historia natural, y comprendí que eran la principal materia de estudio del capitán. Pude ver todas las obras de Humboldt y de Arago, los trabajos de Foucault, de Henri Sainte-Claire Deville, de Chasles, de Milne-Edwards, de Quatrefages, de Tyndall, de Faraday, de Berthelot, del abad Secchi, de Petermann, del comandante Maury, de Agassiz, etc., las memorias de la Academia de Ciencias, los boletines de las diversas sociedades de geografía, etc. Y, en un lugar preeminente, los dos tomos que quizá me habían procurado la acogida relativamente caritativa del capitán Nemo. Entre las obras de Joseph Bertrand, su libro intitulado Los fundadores de la astronomía me dio incluso una fecha segura: como yo sabía que había aparecido en el transcurso de 1865, deduje que la construcción del Nautilus no iba más allá de esa fecha”.

La biblioteca de Matilda

Matilda Wormwood es un entrañable personaje de Roald Dahl. Una niña que, a los tres años, había aprendido a leer sola en los periódicos y en las revistas del tipo Autocar y Motor que rondaban por su casa. A los cuatro, ya leía de corrido. Como no había biblioteca en su casa, solo un enorme televisor, ella se dirigió a la biblioteca pública del pueblo. De ella tomó y leyó en dos semanas todos los libros infantiles (el que más le gustó fue El jardín secreto de Frances Hodgson Burnett). Luego continuó con Grandes esperanzas de Dickens, Nicholas Nickleby y Oliver Twist; Jane Eyre, Orgullo y prejuicio, Tess, la de los d'Urberville y Kim; El viaje a la Tierra, de Mary Webb, y Alegres compañeros, de Priestley. También El hombre invisible; El viejo y el mar, El ruido y la furia y Las uvas de la ira; Brighton parque de atracciones, de Graham Greene, y Rebelión en la granja, de Orwell. Navegó en tiempos pasados con Joseph Conrad. Fue a África con Ernest Hemingway y a la India con Rudyard Kipling. Cuando llegó a la escuela, Matilda ya había leído a Tolkien, casi todo Dickens, Just so stories, de Kipling, El pony rojo, de Steinbeck —que tuvo que reponer de su bolsillo, porque su padre, en un arrebato lo rompe y El león, la bruja y el armario, de C. S. Lewis.

Matilda leyó en dos semanas todos los libros infantiles de la biblioteca.

Matilda es una niña extraordinaria y muy inteligente, con una capacidad intelectual muy superior a la de los niños de su edad. A pesar de su entorno adverso, Matilda tiene un espíritu amable y una pasión inmensa por la lectura y el aprendizaje, lo que encontró su respaldo en la biblioteca pública y en la de la escuela.

Bibliotecas y muchas más bibliotecas. Sitios soñados, imaginarios y reales donde siempre queda poco espacio. Quizás, como dice Borges en el texto más representativo de las bibliotecas: “La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza”.

Debo decir que yo también.