La increíble historia de la chica que remodeló el pato gigante de Punta Mogotes

Sin ninguna experiencia, Gabriela Sangorrin se embarcó en una obra "titánica" y en dos meses logró darle nueva vida al patito de siete metros de alto. La historia de una joven estudiante que fue por todo y hoy disfruta de la recompensa.  

Los dueños del emblemático comercio del sur le confiaron el trabajo a una chica de 20 años.

28 de Marzo de 2022 08:07

      - Gabi, ¿te animás a hacer algo con el Pato?

Veinte años tenía Gabriela Sangorrin cuando Ana María Mateos le encargó un “trabajito”: rediseñar el Pato, ese muñeco que se roba todas las miradas en lo alto de Punta Mogotes. La chica recién comenzaba a cursar el segundo año de Diseño Industrial y el único antecedente que podía atribuirse como experiencia era una lámpara de fibra de vidrio - de apenas dieciocho centímetros de diámetro - que fabricó para una materia de la carrera. Nada más. Gabriela, sin embargo, se embarcó a ciegas en la misión:

      - Dale, ¿qué querés hacer?

Corrían los ’90 y Ana buscaba otra impronta en el negocio que puso veinte años antes con Guibert Englebienne, su esposo belga, sobre la avenida Martínez de Hoz -hoy Avenida de los Trabajadores- al 2505. Así que la solución que se le ocurrió fue rejuvenecer, de alguna manera, el look del Pato pero de punta a punta: quería cambiarle la cabeza, las patas, agregarle ropa, y darle, en definitiva, un aspecto “más simpático”, incorporando algunos rasgos de “bebé” a la cara. Y para eso pensó en “Gabi”, una de sus compañeras de universidad a la que casi triplicaba en edad.

Gabriela, entonces, tomó nota del pedido y se apresuró por iniciar la remodelación. La temporada de verano no quedaba muy lejos y los comerciantes de la zona sur aspiraban a contar con la nueva versión del muñeco en diciembre. Fue en ese momento cuando comprendió las advertencias de la mamá y tomó conciencia del trabajo “titánico” que ahora quedaba bajo la exclusiva responsabilidad de sus manos.

Así lucía la estructura del Pato de Mogotes antes de la remodelación de Gabriela.

Entre tantas otras tareas, la joven estudiante tuvo que subirse sola a un andamio de siete metros, soldar metal, preparar mezclas de yeso y cemento y dejar hecha la fibra de vidrio sin molde. Cada cosa representó un mundo nuevo para ella. Hasta el transporte se volvió una larga travesía: como vivía en la zona norte, frente al aeropuerto, por Ruta 2, se vio obligada a tomar dos colectivos en cada jornada laboral para poder ir hasta el otro extremo de Mar del Plata.

Este fue el patito en el que se inspiró Gabriela para proyectar los cambios en grandes dimensiones.

“El barrio fue siguiendo el día a día el proceso, medio extrañado de ver una chica, tan chica, y mujer haciendo esa tarea. Yo trabajaba desde temprano hasta que ya no había luz, con un entusiasmo que trascendía el trabajo en sí, que era pesado, pero yo no lo sentía. No sentía que doblaba planchuelas, si hacía fuerza, si me mareaba con el olor de la resina, si tenía frío o calor: sentía que estaba haciendo una gran cosa, trascendente para mí. Y así fue”, recuerda.

El trabajo no solo era pesado sino que también exigía un minucioso detalle. Para poder encarar la restauración, Ana le dio a la joven un pato en miniatura que fue la guía que utilizó para plasmar los cambios definitivos en el pato gigante. “La cabeza del pato la descolgaron y la cruzaron a un estacionamiento semicubierto que estaba en frente. Ahí fue donde trabajé la cabeza, siempre con el muñequito al lado para copiarle los rasgos como Ana quería”, cuenta, en una entrevista con 0223.

Durante la remodelación del Pato, Gabriela puso manos a la obra en tareas que no había hecho nunca.

Gabriela pensó que podría tener listo el nuevo modelo en un mes pero los cálculos fallaron: demoró treinta días más en terminar el trabajo. “Empezó enero con la temporada y los turistas encima y yo seguía trepada al Pato, pero salió bien, a Ana pareció no importarle el atraso”, destaca la mujer que hoy está al frente de Dipo, una empresa líder en venta de equipamiento urbano en todo el país.

Fundacional

A más de treinta años de semejante trabajo, la diseñadora industrial le agradece a Ana Mateos por confiarle el desafío que ella misma supo transformar en oportunidad y evoca las palabras alentadoras de Cecilia, una de sus compañeras de facultad: “Vos podés hacer todo lo que te propongas”. “Eso fue lo que me dijo mi amiga cuando le comenté del proyecto y me lo dijo tan convencida que le creí y por eso me animé”, ratifica.

Gabriela rejuveneció al Pato incorporando rasgos de "bebé" a la cara.

“Al principio mamá me decía que era una locura pero no por mala onda sino por miedo a que me frustrara. Me quería cuidar porque se trataba de algo que me superaba. Yo no sabía soldar ni nada”, reconoce la empresaria, y reflexiona: “Hacer el Pato a tan temprana edad fue fundacional para la construcción de mi persona porque ahí entendí que realmente podía hacer todo lo que quisiera, como dijo Ceci. Fue como una especie de profecía auto cumplida”.

A Gabriela no le da “pudor” elogiar la remodelación que hizo de tan joven porque siente, a la distancia, que “está hablando de otra persona”. “Mientras más tiempo pasa, más orgullo me da porque más conciencia tomó de lo chica que era. Ver el Pato ahora me saca una sonrisa, me da ternura y admiración. Le agradezco infinitamente a esa persona que se animó por todo lo que significó”, explica, y reitera: “Agradezco a las casualidades de la vida que me pusieron ahí y a tantas otras que se fueron sucediendo después hasta hoy”.

Aportes trascendentes

Gabriela dice que su vocación es innata: cuando era chiquita, lo que le divertía no era jugar con los muñecos sino fabricarlos o desarmarlos para ver de qué estaban hechos. Es decir que siempre, con mayor o menos conciencia, se dedicó a la fabricación de todo tipo de cosas. “La facultad de Arquitectura abrió la carrera de Diseño justo cuando terminé la secundaria así que no dudé en anotarme. Pero yo, en realidad, nací diseñadora industrial y después hice una carrera y me dieron el título”, sostiene, entre risas.

Y los hitos que logró en el devenir de la universidad lo confirman. Antes de recibirse, la convocaron a ella, a “Ceci” y a otro compañero para diseñar los artefactos utilizados en los Juegos Panamericanos del ‘95, uno de los eventos deportivos más importantes que Mar del Plata vivió como protagonista en las últimas décadas. “Diseñamos la pira, la antorcha, los podios de premiación, las bandejas para llevar las medallas, y varias cosas más. Fue un trabajo soñado. Todo el mundo quería participar de esos juegos”, rememora.

Poco después, Gabriela también estuvo directamente involucrada en distintos trabajos para el Estado. Uno de ellos fue la remodelación de la Plaza del Agua de calle Güemes y otra contratación importante coincidió con la realización de la IV Cumbre de las Américas, el evento político que en noviembre de 2005 torció - simbólicamente - el brazo de la hegemonía norteamericana sobre Latinoamérica.

La cabeza del Pato tuvo que ser descolgada para poder avanzar con la remodelación.

“Entre toda la obra pública que se hizo en aquel entonces, la municipalidad me contrató para hacer los bancos de plaza de la ciudad. Hoy siguen los mismos bancos así que podría decir que el 90% de los bancos que hay en las plazas de Mar del Plata son los que hice yo”, revela.

De Salta a Tierra del Fuego

Los exitosos antecedentes en Mar del Plata le permitieron a Gabriela Sangorrin dar mayor impulso a su empresa y así consolidó la presencia en el resto del país. “He vendido equipamiento a municipios de cualquier lado, desde el sur hasta el norte, en los lugares más insólitos y todo es fabricado en Mar del Plata”, remarca.

Casi todas las plazas de Mar del Plata tienen el sello de Gabriela Sangorrín, a través del equipamiento que vende con Dipo.

“Hoy puedo decir que vivo del diseño industrial y eso para mí ya es muchísimo. Amo lo que hago y además sé que tampoco es fácil sobrevivir con un emprendimiento de estas características en un país donde muchas veces se hace difícil sostener todo lo que tiene que ver con fabricar y construir”, dice la directora de Dipo Equipamiento Urbano, con más de veinticinco años de trayectoria en el sector.

Gabriela, de todos modos, todavía tiene sueños por cumplir y espera poder hacer más aportes a Mar del Plata con “obras que trasciendan”. “Todo lo que es diseño me apasiona y si puedo trabajar en un contexto que va a culminar en una fiesta o en un evento importante, me resulta más apasionante todavía”, asegura, y finaliza: “Yo elegí trabajar en el rubro del equipamiento urbano justamente por eso: porque me gusta hacer objetos de calidad que perduren en el tiempo”.