Sobre bibliotecas e historias personales (4 de 4)

Las bibliotecas suelen adoptar formas caprichosas, formas que irán mutando, seguramente, con el tiempo, con la mudanza, con la cantidad de libros. Pero esas formas no les quitan su don personal. Resistente y frágil a la vez, un libro, muchos libros, una biblioteca, puede ser una vida, incompleta quizás, pero una vida que posibilitará alcanzar muchas otras. La propuesta es simple, cuatro distintos profesionales muestran sus bibliotecas y su relación con la lectura: una deportista, un abogado, un médico, una periodista abren sus bibliotecas.

Su biblioteca muestra su preocupación por el mundo.

24 de Agosto de 2025 11:31

Una biblioteca no es solo un mueble donde ubicamos libros. Para quienes tenemos una relación especial con ellos, una biblioteca es lo que somos.

Clara Barrenechea es periodista y, según cuenta, desde siempre quiso serlo por la simple razón de “poder seguir preguntando”. Y esa misma razón la traslada a los libros: “Lo que más me interesa es que me despierten preguntas nuevas. Yo creo que los libros son siempre más preguntas que respuestas, ¿no? Es como poder renovar las preguntas. A mí eso es lo que más me interesa. Por eso me hice periodista, para poder seguir preguntando”, aclara.

Su biblioteca está organizada en una misma pared, en una serie de muebles de color verde claro. Todos los estantes están muy cargados de libros, pero, además, de algunos objetos delante de ellos que ella denomina “chirimbolos”. Al costado, hay una salamandra y un sillón, un espacio más que propicio para la lectura.

Los libros se suceden. De todo tipo, de todo género. En un aparente desorden, ella puede destacar distintas etapas de su vida: los de la infancia, los de la época de estudiante, una biblioteca más militante y los de la actualidad, con un gran número de libros de poesía.

En los estantes hay muchos libros sobre periodismo y de periodistas. Esto no solo responde al interés por su profesión, sino que también se suman porque sus padres, como el primer año que se fue a estudiar, cada 7 de junio le regalan uno de esa línea.

Su libro preferido de chica era sobre mitos y leyendas.

—¿Qué me podés contar de tu infancia y tu relación con los libros? ¿Cómo te llevabas con ellos?

—Muy bien. Te cuento algo, yo de muy chiquita jugaba a ser bibliotecaria. Ordenaba libros y armaba ficheros. De hecho, gran parte de los libros infantiles que están acá eran mis libros de la niñez. Algunos se perdieron, pero los volví a comprar, como la colección de Harry Potter, por ejemplo, porque cuando me fui a estudiar a La Plata, varios se fueron perdiendo. Mirá, este era mi libro favorito de chica: Mitos y leyendas. Era un libro maravilloso para mí. Me encantaba leer sobre mitología. Además, los dibujos increíbles que tiene, el tamaño, para mí era imponente. El cuerpo del libro con tapa dura…

—Muchos detalles sobre el libro objeto que te entusiasmaban: las hojas, las tapas…

—Es que mi viejo es diseñador gráfico y tenía una imprenta, entonces mi infancia tiene esa costumbre, el olor a tinta, el ruido de los rodillos.

Esa primera época de su relación con los libros, Clara la recuerda no solo con mucho cariño, sino también con muchos detalles. “Tenía una cama cucheta, mi habitación estaba llena de pósteres y un radiograbador. Ahí estaban mis libros, al lado de la cama. Tenía una luz de esas que vienen con pinzas para agarrar, y con eso leía antes de dormir. De hecho, nunca me voy a olvidar de la vez que tuve la pésima idea de leer El almohadón de plumas (de Horacio Quiroga) antes de dormir. No hay que hacerlo nunca”, cuenta.

Uno de los estantes está ocupado por completo por la Biblioteca esencial del pensamiento contemporáneo de la editorial Siglo XXI. Lo primero que destaca Clara es lo notorio de que no haya mujeres en la colección. Lo segundo es que era de su mamá, o sea que también es parte de un legado para ella.

Unos estantes más arriba puede verse un ejemplar del Nunca Más. “Hay imágenes que no me saco nunca de la cabeza. Me resultó algo muy impactante”, dirá mientras recorremos el frente de ese mueble. Más arriba, muchos más sobre periodismo y ensayos: Paul Preciado, Cuerpos que importan de Judith Butler, La llamada de Leila Guerriero, Mariana Carbajal, Calibán y la bruja de Silvia Federici, La revolución de las hijas de Luciana Peker, Causa Sur de Fernando Pino Solanas, algunos de Darío Sztajnszrajber y otros de José Pablo Feinmann, entre varios más. Clara agrega: “Esta parte es bien de mi época de estudiante platense, mis veintipico… Mucho de militancia de los 70, filosofía y ensayo. Hay algo de feminismo también, pero más incipiente. Esto fue increíble, no recuerdo cómo, en una promoción o una mesa de saldo en algún supermercado conseguí un libro de Miriam Varela que me voló la cabeza. Y este es otro libro que me hizo muy bien, El diario violeta de Carlota de Gemma Lienas. Esto de las gafas violetas para mí fue clave para decir: ‘¡Ah, esto tenía una explicación! Me hizo re bien este libro’”.

—Qué lindo eso de que te hagan bien los libros. ¿Y qué otro libro recordás que te produjo ese efecto, que te cambió la forma de ver el mundo?

—Sí, es lindo eso de que te hagan bien los libros. Y Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano fue el otro, no tengo dudas.

Varios de los libros elegidos por la periodista Clara Barrenechea.

—Si alguien tuviera que reconocerte por tu biblioteca, ¿qué pensás que pensaría de vos?

—Creo que pensaría que Clara está preocupada por el mundo, porque hay mucho de querer explicar las injusticias acá. Hay feminismo, hay militancia social en general. Mucho activismo, muchas ganas de entender por qué el mundo es un lugar tan violento.

—¿Esa es la pregunta que te mueve? ¿Por qué el mundo es tan violento?

—Sí. La base está ahí para todo lo otro. Incluso en las novelas también busco esas respuestas. Hay una literatura muy queer en la búsqueda, sobre todo en lo elegido, en lo más nuevo, porque por ahí abajo (señala los últimos estantes) está más lo dado, lo que me llegaba leyendo en la escuela o lo que editaban antes. Pero en lo de ahora encuentro algún indicio de respuestas, que transformo en pregunta enseguida.

La sección de ficción también está muy bien surtida. Ella misma aclara que faltan muchos “porque fui soltando también”. Es de prestar libros, de regalarlos y también de darse cuenta cuando alguno de ellos perteneció a otro momento de su vida y lo deja ir.

En los distintos espacios aparecen títulos como: Cámara Gesell de Guillermo Saccomanno, Camila Sosa Villada, Monólogos de la vagina de Eve Ensler, Guillermo Martínez, Paisajes de guerra de Juan Goytisolo, un ejemplar de la Divina Comedia, otro de Así habló Zaratustra de Nietzsche, Soriano, Marechal, Benedetti, la obra de Ernesto Sábato, Gioconda Belli y Gabriela Cabezón Cámara, entre otros varios libros.

Entre esos tantos que pueblan esta parte de la biblioteca de Clara, entre esas semejanzas entre ellos, aparece y se destaca uno en particular. En realidad, es a mí a quien me llama la atención: una edición de Grijalbo de Los dragones del Edén de Carl Sagan, libro con el que ganó el premio Pulitzer en 1978. Se deja ver en él el uso que ha tenido. Algunos trozos de cinta acomodan la tapa y, en su interior, algunas marcas combinan contenido con el paso del tiempo.

“Ese también era de mi mamá”, agrega Clara, como si fuera una maravillosa casualidad que ahora esté en su biblioteca. Pero no lo es.

Clara heredó muchos de esos libros y muchos de los hábitos de lectura también de su mamá y su papá.

Clara heredó muchos de esos libros y muchos de los hábitos de lectura también de su mamá y su papá. Esto se refleja en algunos de sus recuerdos: “Sí, soy muy fan también del objeto libro, no solo de la narrativa. Eso es muy de hija de imprentero”, o, al recordar la biblioteca que estaba en su casa, cuenta que: “Este estaba en la biblioteca de mis viejos. Me acuerdo que en las casas de mis amigos no había bibliotecas, no había libros. Entonces, a mí me parecía que era una riqueza de mi familia. Que no tenía mucha plata, pero tenía libros. Y, además, había una tradición muy vinculada a la oralidad con los libros. Mi vieja todas las noches antes de dormir nos leía un cuento. Y a mí, ahora, me pasa que hay algo de la lectura en voz alta que me resulta sumamente atractivo. Hermoso. Hay algo de ponerle voz al libro que me parece que construye una intimidad re linda”.

La fascinación de Clara por los libros es evidente. Cuenta que le gusta perderse en las librerías para poder “hurgar en los libros. Creo que hurgar es la palabra. Es escarbar y bucear y abrir un libro”.

Ella reconoce su biblioteca y logra identificar que en ella hay espacio para mucho material ligado a los trabajos y a los deberes que asume, los que conviven con el pensamiento y la inquietud, la pregunta. Son fuerzas que se complementan. Clara responderá que: “Es una biblioteca que se corre del centro a las periferias”.

—Y también es una biblioteca bastante poética…

—Sí, busco que así sea, profundamente poética. Y eso me costó aceptarlo. Me costó dejar de subestimar a la poesía, subestimaba la potencia narrativa de la poesía.

—¿Por qué?

—Creo que tuve una adolescencia muy positivista, muy del ensayo, y me costó poder migrar a la poesía y permitirme la poesía. Me parece que tuvo que ver también con esto de poder explorar el goce más de verdad. Correrme del mandato y de la productividad para entregarme a la belleza.

—Y está muy bien eso, es parte de la trayectoria de una lectora…

—Totalmente. Y creo que esto del centro a las periferias también tiene que ver con la lógica y lo teórico más duro, con poder pensar también la producción de conocimiento desde otros lados, desde la poesía misma, por ejemplo. Ahora, por ejemplo, estoy en una época muy Peri Rossi

La poesía ocupa un espacio importante en los estantes.

La poesía ocupa un espacio importante en los estantes, se nota que son los más actuales porque están sobre los demás libros, y aparecen Pizarnik, Elvira Sastre, Paula Maffía y Camilo Blajaquis, seudónimo de César González.

Clara de chica jugaba a ser bibliotecaria. De alguna manera, ese juego continúa hoy. De hecho, mientras vamos recorriendo su biblioteca y observando los libros, ella no deja de ordenarlos y volverlos a poner donde estaban. Hoy, ella lamenta haber perdido tiempo de lectura por otras circunstancias, así como no poder comprar los libros que quiere por el costo de vida.

“La biblioteca no es una suma de libros, es un organismo vivo con vida autónoma”, dice Umberto Eco. En este caso en particular, la biblioteca es memoria, lucha, resistencia y preguntas. Muchas preguntas que surgen de la lectura de esos libros en los que Clara Barrenechea busca comprender las múltiples formas que adopta la violencia en el mundo actual.