Francisco Medina: el pionero español que se animó a innovar con las increíbles carreras de camellos en la Bristol
Es cierto que fue un experimento fallido, pero vale decir que hoy se recuerda a Paco Medina por transformar lo imposible en posible: carreras de camellos en la playa Bristol.
Mar del Plata, 1913. Una ciudad que vibraba al ritmo del progreso y que buscaban ser la elegida del sudeste de la provincia comenzaba a recibir con los brazos abiertos a turistas y empresarios. En medio de aquella expansión, cuando las élites del país disfrutaban de la estabilidad económica y política que pronto sería arrasada por la crisis mundial, un hombre se atrevió a soñar con algo diferente. Francisco Medina, un inmigrante español, decidió dejar atrás su vida en Las Palmas de Gran Canaria para intentar escribir su propia historia en esta ciudad en auge.
En 1912, con 37 años, un par de hijas en su tierra natal y una mujer fallecida, Medina llegó a Mar del Plata con un propósito inusitado. Traía consigo algo que podría haber parecido tan extraño como visionario: una docena de dromedarios, camellos importados directamente desde Marruecos. La idea era revolucionar la agricultura de la región, reemplazando a los caballos por estos resistentes animales, con la capacidad de soportar cargas pesadas y adaptarse a los climas áridos. Era, de alguna forma, un reflejo de la Belle Époque: el intento de transformar lo común en algo extraordinario, de buscar en lo raro el destello de la novedad.
Sin embargo, esos animales no estaban hechos para esos trabajos. Entonces, el sueño de Medina tuvo que mutar. En el momento en que Mar del Plata comenzaba a brillar como un destino turístico exclusivo para la clase alta, él supo ver una oportunidad que otros no imaginaban. La Rambla Bristol, recién inaugurada, y las grandes construcciones de la ciudad demandaban un aire de distinción. Y, como si fuera una ocurrencia más propia de una ficción, Medina pensó que los camellos podrían ser el toque exótico que Mar del Plata necesitaba. Imaginó a turistas paseando por las playas locales, montados sobre esos animales de cuello largo, como si se transportaran a las dunas del desierto.
Pero, una vez más, la naturaleza hizo lo suyo y demostró que los camellos no eran animales acordes a estas latitudes. En lugar de ser una maravillosa atracción, los animales mostraron su temperamento, rebelándose contra las condiciones que no podían comprender. A pesar del entusiasmo de su dueño, los camellos no encajaron en Mar del Plata. La magia del paseo que Medina había soñado nunca llegó a materializarse. Las carreras, realizadas en las playas durante un breve lapso, fueron un espectáculo para los pocos que se acercaron, aunque la fascinación fue efímera. La gente los observó, pero rápidamente se olvidó de ellos, como ocurre con aquellas ideas que parecen prometedoras, y la realidad transforma en curiosidades pasajeras.
La experiencia de las primeras carreras
La carrera de dromedarios (o camellos) en la playa de Mar del Plata tuvo su principal momento de impacto el domingo 19 de enero de 1913, día en que se inauguró la Rambla. La corrida estaba organizada como un espectáculo para turistas y locales. La idea era crear una especie de competencia entre los camellos, similar a las carreras de caballos, pero utilizando a estos animales exóticos como protagonistas.
Los camellos competían en un recorrido sobre la arena, lo que fue visto como una experiencia inusual para los espectadores, que a menudo se sorprendían por la majestuosidad y la singularidad de los animales. Los jinetes se presentaron vestidos de beduinos con turbantes para darle más color a lo exótico. Aquella primera carrera fue un éxito, entusiasmó a la gente y tuvo como ganador a un escritor y periodista, Josué Quesada.
Sin embargo, las carreras no lograron atraer suficiente público ni generar el interés que Medina había anticipado. Y, por si algo faltaba, al año siguiente, el Municipio no le renovó el permiso para usar las playas por considerar la actividad “antihigiénica”.
Después de que el proyecto fracasara, los camellos fueron vendidos o enviados a otros lugares. La mayoría de ellos no se quedó en Mar del Plata por mucho tiempo. Algunos relatos indican que fueron trasladados a un zoológico, mientras que otros mencionan que fueron enviados a distintas regiones del país y otros que simplemente murieron. Las crónicas hablan de un último ejemplar que tiraba carretillas con arena en el Golf Club Mar del Plata.
Los años siguientes
El fracaso de los camellos fue solo un capítulo en la vida de Francisco Medina. El hombre que había traído la idea de las carreras de camellos a la playa, que había soñado con convertir a estos animales en una atracción singular, no se rindió. A pesar de la decepción, decidió seguir adelante, diversificando su emprendimiento. En 1921, comenzó a invertir en nuevos proyectos: un Tambo Modelo con canchas de tenis que, al menos, le ofreció un respiro de éxito. Pero continuó confiando en la ciudad. Y es así que, con visión de futuro, se volcó entonces al sector hotelero. Ya no pensaba en camellos, sino en hoteles que fueran un reflejo de la ciudad que Mar del Plata estaba destinada a ser. En ese horizonte que él ayudó a construir, el Hotel Pueyrredón y el Metropol marcaron una época, reflejando el lujo y la modernidad que él había soñado para la ciudad.
Aunque su nombre se perdió en la corriente de la historia, el hombre que había intentado traer el desierto a las playas de Mar del Plata había dejado una huella profunda en la infraestructura turística de la ciudad. Aquella que él soñó se convirtió, a su manera, en un refugio de lujo, de modernidad, de una época dorada.
Francisco Medina murió en 1947. Aunque había logrado cierto éxito en el sector hotelero, sostienen algunas crónicas de la época que los años finales de su vida no fueron fáciles. También es cierto que no hay muchas fuentes que documenten su vida en esos últimos años, lo que sugiere que su presencia en la ciudad fue más discreta.
No así su intención por transformar lo imposible en posible, como reflejo de lo que los grandes sueños pueden hacer por un destino. Es así que, en las páginas de la historia de Mar del Plata, su nombre quedará como uno de los pioneros del turismo local, sostenido por su experimento con los camellos y su enfoque visionario en algunos aspectos del desarrollo de la ciudad.
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