Mar del Plata en los 60: ¿Playa y qué más?

Mar del Plata siempre fue la elegida para descansar y disfrutar en temporada. No solo atraían sus playas y el movimiento nocturno: sus paseos y sus alternativas comerciales eran otros atractivos que los visitantes tenían en cuenta.

Una constante de la ciudad: más de un motivo para elegirla.

9 de Noviembre de 2024 10:31

Según una nota aparecida en la revista Siete Días Ilustrados del 2 de febrero de 1969, Mar del Plata contaba con: 303 casas de comida, 20 cines, 10 teatros, 677 bares y cervecerías, 27 confiterías bailables, 32 boites, además de las playas para disfrutar durante el día y el casino.

Mucho más de un motivo para elegir Mar del Plata para vacacionar. De todo y para todos los gustos y edades. Porque, además de esto, debemos sumar las alternativas que implicaban los paseos y los escenarios naturales que ofrecía la ciudad.

Según las crónicas de la época, la calle San Martín y la nueva Rambla eran los paseos obligados para los turistas en verano. La caminata, en la mayoría de los casos, terminaba con una instancia de descanso, sentados tranquilamente, para poder observar al resto de los paseantes que concurrían a la misma zona (en la de la rambla, esta acción se daba en las tradicionales sillas de mimbre).

En el libro El apogeo de la ciudad de todos compilado por Elisa Pastoriza y Melina Piglia (Eudem – 2024) se describe lo siguiente: “A la Rambla se accedía por la plaza Colón o por el pasaje que vinculaba el Hotel Provincial con las terrazas que miraban al mar para recorrer los brillantes comercios, en su mayoría porteños y abiertos solo por la temporada. El gentío se desparramaba entre la recova, las terrazas, el paseo y los barcitos. La ronda al anochecer bajaba de San Martín, donde el clericó y la consabida foto de rigor junto a los lobos marinos eran el mejor testimonio y prueba de la estadía marplatense”.

Mar del Plata, la perla del Atlántico en los 60.

Los “famosos” barcitos fueron un clásico de ayer y lo son de hoy en día también, pero en el recuerdo (las diferencias en el estado en que se encuentra esa zona hoy en día son notables).

Estos se encontraban en hilera sobre el corredor paralelo a la recova Bristol y de cara al mar. Cada uno estaba identificado con un color diferente y con distintas mesas redondas donde te servían. Era todo un clásico también la picada o los copetines con más de 20 platitos con caracoles, aceitunas, ensaladas varias, papitas, quesitos, fiambres y cornalitos. Era un espacio que reunía tanto a locales como a visitantes. Allí uno comía, bebía su vermú y observaba la belleza del mar y el andar del resto de los paseantes.

Elisa Pastoriza, en La plenitud de la ciudad de todos, agrega un escenario de paseo más: la Jockey club, en el cruce de San Martín y Santiago del Estero. Con una enorme puerta de cristal para su ingreso, era el lugar elegido para los encuentros entre amigos.

Publicidad de Los Gallegos (Imagen del libro El apogeo de la ciudad de todos).

Durante la noche, según las crónicas, la Avenida Constitución contaba con un pesado tránsito de automóviles debido a la cantidad de alternativas nocturnas que brindaba la "Avenida del Ruido"

Pasada la medianoche, el Casino era la visita obligada. Según su historia, se convirtió en todo un atractivo porque en Buenos Aires estaba prohibido el juego de ruleta, pero todavía era una actividad para unos pocos. A mediados de la década del 30, se construyó el edificio donde se instaló el casino. Luego, con el peronismo, se estatizó y se abrieron las puertas para todos los mayores que quisieran asistir, logrando que en la década del 60 pasaran por ahí más de 25 mil personas en una sola jornada.

Los visitantes y los propios marplatenses disfrutaban de las playas, pero también de la ciudad propiamente dicha. Se lucían los pantalones pescadores, los shorts, las remeras marineras a rayas, soleros y el tradicional suéter en los hombros. Pero, al igual que ahora, la gran cuestión pasaba por qué hacer los días de lluvia.

Se cuenta en El apogeo de la ciudad de todos, “Un capítulo especial en los días nublados y lluviosos era recorrer los negocios, en su mayoría ubicados sobre la calle San Martín y en las nuevas galerías comerciales localizadas en la planta baja de los edificios. Desde las grandes perfumerías (Recamier, luego Ivonne), joyerías y relojerías, como Casa Escasany, en cuyo frente se mostraban relojes con la hora de distintos países, las casas de modas (Etam para damas y Modart y Spinett para caballeros) y la librería Casa Rey. Parte del espectáculo cotidiano era el desfile en los pasillos y nutridos stands de las dos tiendas preferidas por los veraneantes del interior: Gath y Chaves y Los Gallegos. Esta última incorporada como visita obligada en la agenda vacacional, cuya propaganda invitaba a los viajeros a conocerla desde sus puntos de partida, al exhibir en carteles y afiches su famoso lema: ‘Viaje sin valijas, Tienda Los Gallegos tiene de todo’.”

Portada del libro compilado por Elisa Pastoriza y Melina Piglia.

Una Mar del Plata que muchos añoran y que otros solo conocimos por recuerdos de terceros. Pero, más allá de cada quien, una Mar del Plata especial para cada uno de los que la elegían.