La “amistad” de dos cocainómanos que terminó en uno de los asesinatos más salvajes de Mar del Plata

En el verano del 2012, "Juani" Novoa puso fin a la convivencia con "El Dibu" Farías matándolo de tres tiros en la cabeza. Después descuartizó el cuerpo con una motosierra y llevó los restos al Bosque Peralta Ramos. En 2014 lo condenaron pero a los 18 días se suicidó en la cárcel.

12 de Marzo de 2022 10:16

¿Cuántas veces en febrero escuchamos hablar sobre cocaína, pureza, sustancias de corte y vidas condenadas por la droga? Con el desastre de Puerta 8, hubo medios que también parecían adictos al tema y lo repetían, una y otra vez, sin llegar a nada, perdidos en un debate vacío y sin fondo. Y otros hasta abrazaban la tragedia con falso asombro, como si descubrieran en las adicciones alguna triste novedad.

Pero no hay que ser hipócritas: el consumo problemático no es sorpresa para nadie. Para Mar del Plata tampoco. Hace años que el consumo crece en la ciudad, hace años que destruye cada vez a más jóvenes (y, fundamentalmente, a más familias) y hace años que provoca aberraciones difíciles de dimensionar si no existe un mínimo grado de empatía social por esa gran sombra narco que muchos miran con prejuicio y distancia.

Que quede claro: la cocaína, adulterada o no, mata. Las drogas, legales o no, matan. El sistema no contiene, no controla, no escucha, porque está para que el negocio siga, para que se perpetúe el espiral de muerte y violencia. Ni el paso de los años ni el relativo cambio de circunstancias altera el sabor amargo a déjà vu con el que se digiere cada una de estas tragedias.

Y la verdad que no hace falta viajar tan lejos en el tiempo para encontrar relatos salvajes guionados en la ciudad por la extraña y perturbadora lógica que impone la cocaína. En el auge de la temporada estival que se vivió hace exactamente una década, Juan Ignacio “Juani” Novoa, con 31 años, y Walter José “El Dibu” Farías, con 27, protagonizaron en la zona céntrica un caso que hoy puede considerarse testigo de la realidad que oscurece las calles marplatenses.

"Juani" Novoa, el hombre que fue bautizado como el "descuartizador" en las crónicas policiales por el horrendo asesinato. Foto: archivo 0223.

Novoa y Farías vivían juntos en un chalet de Lavalle al 2900 hasta que un día uno se “cansó” del otro y lo descerrajó a balazos. Fue un jueves 12 de enero del 2012, en el interior de un reconocido local dedicado a la venta de pisos y revestimientos en Alvarado casi Santiago del Estero. El que se cansó fue Novoa, propietario de la casa y del comercio: le dio tres tiros en la cabeza a Farías con un revólver calibre .22.

Superficialmente, lo que siempre se dijo es que eran “amigos” pero la vida de cada uno evidencia que lo que los unía a los dos no era la fraternidad sino el grave consumo de drogas. De hecho, se conocieron por eso. Farías se había convertido en proveedor de cocaína de la zona, Novoa se enteró, lo llamó una, dos, tres veces, y así fue mutando el vínculo hasta que la víctima llegó a instalarse, por unos meses, en la casa del asesino. Farías era dealer, Novoa un simple comprador, pero ambos compartían un claro perfil de cocainómanos.

Cóctel explosivo

“Juani” era adicto al "crack", que es la forma de la cocaína en cristales. Recibe ese nombre por el particular sonido crujiente que hace la sustancia cuando se calienta. Podía consumir de tres a cinco gramos diarios de cocaína, una cantidad que no le impedía atender el negocio familiar heredado del padre donde ultimó a Farías.

El "crack", una forma de cocaína que reduce las vidas a una oscura adicción sin salida.

En líneas generales, la cocaína actúa como un estimulante del sistema nervioso, con efectos parecidos a los de las anfetaminas. Cada toma produce siempre un efecto de excitación. Por eso, la dependencia es psicológica y la adicción puede adoptar las más variadas formas. Y cuando el cocainómano está en abstinencia siente una necesidad irreprimible de consumir; si no lo consigue, cae en una depresión aguda que, en algunos casos, puede terminar en un intento de suicidio.

Pero “El Dibu” iba un paso más allá: además de drogarse con cocaína, potenciaba su impacto mezclando clorhidrato de trihexifenidilo, unas pastillitas blancas que comercialmente se conocen como “Artane”. Se trata de una droga muy antigua, de finales de los ’60, que suele recetarse para frenar el progresivo deterioro mental del Mal de Parkinson.

En dosis altas, altera el sistema nervioso y provoca excesiva euforia. Soldados iraquíes tomaban estas pastillas y así encontraban coraje y valentía suficiente para afrontar en sus turnos de doce horas el tormento de las calles de Bagdad. En el caso de Farías, el consumo no tenía otra búsqueda que la de aumentar los efectos alucinógenos. Y muchas veces, ese cóctel incrementaba su agresividad a niveles imposibles de contener.

El "Artane" que comercializa Pfizer en las farmacias.

Entre el consumo agravado de ambos, el chalet de Lavalle se veía condicionado por un clima de hostigamiento y violencia permanente. Las reuniones y fiestas en la vivienda daban espacio a diferentes conflictos que tornaron insostenible la convivencia entre los jóvenes hasta que Novoa se cargó el asesinato del otro.

Horror y misterio

Del impactante final que sufrió “El Dibu” no se supo nada hasta el 20 de enero. El cuerpo había sido descuartizado y algunas de las partes se encontraron a la vera de un arroyo en el Bosque Peralta Ramos. Las primeras sospechas sobre la desaparición se habían blanqueado tres días antes, el 18 de enero, cuando un tío y un allegado de Farías se acercaron a la comisaría quinta para radicar la denuncia por averiguación de paradero, preocupados por la falta de novedades.

Nunca hubo dudas de la autoría material del crimen por parte de "Juani" Novoa. Foto: 0223.

Novoa se convirtió de inmediato en el principal sospechoso del homicidio no solo por el vínculo directo y cercano de convivencia sino por el testimonio de un conocido en común para víctima y victimario. A ese conocido, Novoa le confesó el asesinato justificando un “cansancio” sobre las presuntas actitudes violentas que “El Dibu” manifestaba contra él. Y no fue una confesión espontánea: se lo dijo mientras le pedía ayuda para deshacerse del cadáver.

Al escuchar a Novoa, el hombre pensó que semejante atrocidad era broma pero desde ese momento intentó comunicarse con Farías y empezó a preocuparse en serio por la falta de respuestas. Recién pudo confirmar que todo era trágicamente cierto el día en que quiso entrar al comercio del homicida y no pudo por el “olor a descomposición que salía del interior”. No era para menos: cinco días permaneció el cadáver en el baño del local.

¿Por qué tanto tiempo? Porque Novoa no sabía cómo hacer para sacarse de encima el cuerpo. En la computadora que se le secuestró estaban todas las búsquedas que realizó en la web en los días de desesperación: qué químicos servían para eliminar rastros de sangre y dónde obtenerlos (los compró en un local del centro); métodos “para deshacerse de un cuerpo” y manuales de criminalística. Así resolvió descuartizar a su víctima. Primero usó un hacha, luego una sierra de corte y finalmente una motosierra, que compró nueva.

Hallazgos fortuitos y determinantes

Los restos mutilados de Farías fueron encontrados de casualidad ocho días después de los disparos letales en el negocio familiar por un "chatarrero" que revolvía la basura por el Bosque Peralta Ramos. El hombre no salió de su asombro cuando encontró las bolsas de nylon y latas de pintura en donde habían sido descartadas algunas partes del cuerpo.

La cabeza y el tronco estaban carbonizados porque un vecino, creyendo que se trataba de un perro muerto dentro de una bolsa, decidió prenderlas fuego. Lo que se salvó fueron las partes que estaban en las latas de pintura. Precisamente, el buen estado en que se conservó una mano cercenada fue la clave para confirmar que se trataba de “El Dibu”, según consta en los archivos de la cobertura que hizo 0223 al seguir las novedades del conmocionante caso.

El Bosque Peralta Ramos fue el lugar del macabro hallazgo.

Cuatro de los dedos y la rápida verificación en la base de datos del sistema penitenciario de los antecedentes – Walter Farías ya había cumplido una condena a tres años de prisión en la cárcel de Batán por un robo – sobraron para que el estudio de huellas dactilares ratificara la identidad del joven de 27 años.

La detención de Novoa también fue casual y se dio al día siguiente al hallazgo del cuerpo. El comerciante se iba a encontrar con su mamá en las inmediaciones de un club cuando policías que patrullaban la zona de Alvarado y La Rioja lo reconocieron y lo atraparon.

Después, cuando los efectivos allanaron el chalet y el local, la responsabilidad criminal quedó prácticamente confirmada al toparse con postales dignas de una película de terror. En la vivienda, la policía secuestró distintas prendas con manchas de sangre mientras que en el comercio los oficiales también "detectaron manchas hemáticas concordantes con sangre humana".

El juicio

El clima de tensión en el juicio obligó el despliegue de una fuerte custodia en algunas instancias. Foto: archivo 0223.

Novoa fue a juicio casi tres años después, en octubre de 2014. Todo ese tiempo lo pasó privado de su libertad en un penal de Azul. Tuvo que ser trasladado de Batán por una serie de amenazas que había recibido. Por eso, y por incidentes que se desataron en Tribunales, durante algunas audiencias también hubo que definir un operativo especial de seguridad en la sala judicial.

Desde el comienzo del debate oral quedó claro, a partir de la precisa investigación del fiscal Juan Pablo Lódola, que Novoa le disparó tres veces en la cabeza y una al abdomen de Farías, que trasladó el cuerpo al baño del local y que lo descuartizó con una motosierra que compró unos días después para hacerlo desaparecer. En el juicio se confirmó también que actuó en completa soledad y que únicamente obtuvo ayuda al momento del traslado del cuerpo.

La investigación de Lódola despejó casi todos los interrogantes del caso desde el primer momento. Foto: archivo 0223.

El “descuartizador”, tal como quedó bautizado en distintas crónicas policiales, primero recurrió a una persona que se negó a ayudarlo y que fue la voz clave que terminó confesando el aberrante crimen a la Dirección Departamental de Investigaciones (DDI). Ante esa negativa, llamó pronto a Adrián Galluzo, un amigo de la adolescencia y otro adicto: la expareja del cómplice declaró en el juicio que tuvo épocas en las que consumía ketamina, marihuana y alcohol.

“Juani”, entonces, acudió a Galluzo y ambos, drogados, contrataron un flete por teléfono, cargaron restos maderas y unos muebles en los que ocultaron los trozos desmembrados de Novoa, y cuando la camioneta los dejó en el Bosque Peralta Ramos, prendieron fuego los restos y volvieron al centro de la ciudad. Esa fue la primera reconstrucción que reflejó la pesquisa aunque en una de las audiencias se llegó a decir que Galluzo decidió bajarse al enterarse de la presencia de los restos de Farías entre los muebles, bolsas y maderas.

Para la Justicia, Novoa recibió colaboración de Galluzo solo al momento del traslado del cadáver de Farías. Foto: 0223.

Lo cierto es que resultó tan evidente la culpabilidad de Novoa que la misión de la defensora oficial Carla Auad en el juicio no se estancó en poner en discusión la autoría material del hecho sino en demostrar atenuantes para reducir la pena. La abogada pidió tener en cuenta que el asesinato se produjo bajo los efectos de la severa adicción a la cocaína. Apoyándose en el resultado que habían arrojado algunas pericias, la letrada aseguró que el homicida “no estaba con el uso pleno de sus facultades ya que sufrió un síndrome disejecutivo” producto del cuadro de toxicomanía crónica.

Sin embargo, los tres peritos oficiales coincidieron ante el Tribunal Oral en lo Criminal Nº1 de Mar del Plata en que "no se vieron signos de trastornos psicóticos o problemas de capacidad de comprensión del imputado" más allá de los severos problemas de adicción que tenía, lo que revalidó la hipótesis propuesta por el particular damnificado en donde se sostuvo que Novoa "no tuvo la conciencia anulada al momento" del crimen.

La condena

La imputación de “homicidio agravado” que cayó sobre Novoa preveía una pena en expectativa de 10 años y 8 meses de prisión. El fiscal fue por más en su alegato y pidió 13 años 6 meses de prisión, mientras que el particular damnificado fue por todo: 33 años. En la audiencia final, los jueces Pablo Viñas, Facundo Gómez Urso y Aldo Carnevale, resolvieron una condena a 15 años de prisión. Galluzo, por su parte, solo fue condenado a dos años de prisión por el delito de “encubrimiento agravado”.

Sin que incidiera en el monto de la pena, los magistrados consideraron como agravantes la relación de amistad entre Novoa y Farías, la utilización del arma –el Ministerio Público Fiscal pudo comprobar que el revólver pertenecía a “El Dibu” – para cometer el crimen y la posterior mutilación del cadáver con la que se procedió en los días siguientes.

El último arrepentimiento

Con la condena sobre su espalda, “Juani” Novoa tuvo que regresar a la Unidad Penal Nº7 de Azul para cumplir el resto de la pena. Pero en la mañana del martes 25 de noviembre del 2014, 18 días después de haber recibido la sentencia de la Justicia, fue encontrado sin vida. Se había suicidado en la celda ahorcándose con una sábana.

Por sugerencia de la defensora, el asesino nunca dio su versión de los hechos frente a los jueces que lo condenaron ni habló antes con la prensa por miedo a contar algo que lo perjudicara. Pero sí quiso hacerlo después del veredicto, el 18 de noviembre, en una entrevista exclusiva que consiguió Federico Polleri para Revista Ajo. En la crónica "Crack. Matar y morir" del periodista, que reconstruye con un detalle asombroso su pasado y el trágico camino que marcó el final de su vida, Novoa declaró por primera y última vez:

- ¿Sabés de qué me arrepiento yo? De no haber llamado a la policía ni bien lo maté. De eso solo me arrepiento. De haber llegado a hacer lo que hice después. Que fue morboso, fue una mierda. Eso sí me perturba. Haber sido yo la persona que hizo eso, la persona que salió en todos los diarios como el descuartizador.