El final del dueño de la "casa del terror": puso a la familia en una jaula y al hijo lo volvió adicto al combustible

Edgardo Oviedo, vecino del barrio Las Dalias, falleció a los 71 años en el hospital penitenciario de Olmos, tras la condena que recibió en 2017. Su historia marca uno de los capítulos policiales más estremecedores de Mar del Plata y evidencia que la crueldad humana puede no tener límites.

25 de Julio de 2022 18:08

Edgardo Oviedo, el vecino del barrio Las Dalias que durante años depositó a parte de su familia en una jaula infrahumana mientras les suministraba comida para perros y combustible, falleció en marzo del año pasado en el hospital de la Unidad Penal Nº22 de Lisandro Olmos, ubicada en la afueras de La Plata.

El dato lo revelaron esta semana a 0223 desde el Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB). El ser que fue protagonista de uno de los capítulos policiales más oscuros y escalofriantes de Mar del Plata había recibido en 2017 una condena ejemplar por parte de la Justicia local y, desde entonces, su nombre prácticamente había desaparecido de los medios.

 

Oviedo ya padecía una enfermedad que lo deterioró en forma paulatina. Las autoridades consultadas, sin embargo, evitaron dar mayores precisiones al respecto y solo confirmaron que el deceso se produjo a los 71 años por una “causa no traumática”, tal como consta en los registros oficiales del SPB.

La última novedad judicial que se conoció sobre el vecino de la ciudad estaba ligada, precisamente, a sus problemas de salud. En el 2020, ante la irrupción del coronavirus, Oviedo había exigido el beneficio de la prisión domiciliaria. La amenaza pandémica abría en él la preocupación de sufrir un potencial contagio en el contexto de pandemia pero también la oportunidad de alejarse, después de cinco años, de la cárcel de Batán.

El juez Alfredo Deleonardis rechazó el pedido que elevó el abogado defensor del exdelegado de la Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina (Uocra) durante la dictadura cívico militar y ratificó que, hasta esa fecha, subsistían “los motivos que llevan a considerar necesario que el nombrado permanezca en encarcelamiento estricto".

Oviedo cayó detenido en septiembre del 2015 y dos años más tarde fue condenado.

Los propios hijos de Oviedo llegaron a describirlo como un monstruo. Al principio, nadie les creyó. Eran tan extravagantes las aberraciones que relataban que las autoridades no se configuraban la posibilidad de que fueran efectivamente reales. El tiempo y la Justicia les dio la razón: con sus propios ojos, los investigadores corroboraron que la crueldad humana puede no tener límites.

Enjaulados

El viernes 4 de septiembre del 2015 tuvo lugar el primer allanamiento en la casa de Los Naranjos al 4000. En el fondo de la vivienda, la policía siguió el rastro de un fuerte olor nauseabundo hasta dar con una especie de jaula donde permanecían encerradas dos personas. Una de esas personas era Margarita, la esposa de Oviedo, una mujer de 61 años con problemas psiquiátricos, y la otra era Gerardo, uno de los cuatro hijos, un joven de 32 años con autismo. A su lado, los efectivos también encontraron escombros, jeringas, basura y bolsas con excrementos.

La jaula, según aseguraron otros dos hijos más grandes que vivían en la misma cuadra y que se animaron a denunciar a pesar de las amenazas del padre, había sido erigida por Oviedo con barrotes de hierro y chapas, después de que el hijo menor intentara escapar. Desde aquel episodio, el hombre extremó los recaudos: no solo encerraba a las víctimas sino que las ataba y apresaba con candados. Con el correr de la instrucción se supo, además, que algunas noches madre e hijo eran trasladados a una habitación donde continuaban en un contexto de encierro en condiciones infrahumanas.

Adicto al combustible

Así era la jaula donde Oviedo encerró a su esposa e hijo.

El calabozo tenía una pequeña abertura por la que Oviedo hacía llegar mate cocido y un poco de pan. Aunque no era lo único que comían las víctimas: el menú también incluía comida no apta para humanos. A Gerardo, por ejemplo, le suministraba alimento para perros y hasta combustible, algo que le hizo desarrollar una peligrosa adicción.

El exsindicalista, que al momento de su detención tenía 66 años, justificaba las dosis de gasolina para ayudar a dormir al hijo  y calmarlo, antes de los traslados nocturnos que realizaba desde la jaula hasta una de las habitaciones de la finca. A Margarita, en tanto, la obligaba a consumir un cóctel de pastillas y medicamentos con el que lograba mantenerla en un estado de ensueño durante casi una semana.

Años de torturas

La investigación del fiscal Alejandro Pellegrinelli pudo acreditar que la situación extrema de cautiverio que sufrieron la mujer y el joven se extendió durante más de un año, desde mediados de 2014 hasta septiembre de 2015. Sin embargo, los hijos denunciantes revelaron que varios años antes ya se habían acercado al Poder Judicial para exigir ayuda aunque no acusaron mayores respuestas.

La primera presentación judicial fue en 2011. En ese entonces, intervino la Justicia de Familia y se puso a disposición de los hermanos un psiquiatra que no terminó de creer la historia, por lo que todo quedó en la nada. En 2015, uno de los hijos mayores insistió con el pedido de auxilio porque Edgardo Oviedo había ido un paso más allá al lanzar amenazas contra sus propios nietos.

El fiscal Pellegrinelli se mostró conmocionado por la brutalidad de las torturas. Foto: archivo 0223.

Al segundo intento, la persona denunciante fue directamente a la Comisaría de la Mujer y la Familia con la expectativa de lograr, en principio, una orden de restricción para proteger a sus hijos. Sin embargo, durante el avance de la entrevista con el personal policial, también reveló detalles de las torturas constantes que sufrían la mamá y el hermano menor. Y cada palabra fue confirmada, después, por otra hermana que reconoció que Oviedo inspiraba “pánico”.

La “casa del terror”

Así reflejaron la noticia los principales medios del mundo.

La macabra naturaleza detrás de la denuncia instaló de inmediato la detención del hombre del barrio Las Dalias en las portadas de los principales medios nacionales e internacionales, como la BBC de Londres, la CNN de Estados Unidos y los diarios españoles El País y El Mundo.

A lo largo y ancho del globo el caso quedó bautizado como la “casa del terror”. Las crónicas extranjeras pusieron el acento en la cantidad de tiempo de encierro, y también dieron relevancia a algunos de los trascendidos sobre la intimidad del cautiverio, como la adicción al combustible que había desarrollado una de las víctimas.

“Hice lo que pude”

El martes 19 de septiembre del 2017 Edgardo Oviedo fue condenado a 14 años de prisión, al ser encontrado penalmente responsable de los delitos de “esclavitud” y “reducción a la servidumbre”. Al juicio público también había llegado imputada una vecina y presunta “amante” del hombre que, al menos para la fiscalía, había tenido participación en los hechos. Finalmente, el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 4 de Mar del Plata absolvió a la mujer por falta de pruebas.

En la sentencia, el juez Deleonardis definió como un “perverso maltrato crónico” lo que sufrió Margarita y Gerardo y ratificó que el dueño de la “casa del terror” tenía plenas facultades mentales para "entender lo que hacía" y dar cuenta de la “antijuricidad” de sus conductas, tal como habían advertido los peritos especialistas en psiquiatría y psicología que lo trataron durante el devenir de la instrucción.

Oviedo, sin embargo, se mostró convencido de su “buena voluntad” en todo el proceso. Hasta en el aliento final, el vecino del barrio Las Dalias quiso justificar lo injustificable e intentó darle sentido a cada uno de los capítulos diarios de la novela de terror que le hizo vivir a la esposa y el hijo menor. Sus últimas palabras en el debate resonaron – y aún resuenan – con sorpresa, en los pasillos de tribunales:

Bueno, su señoría, yo simplemente me declaro inocente, totalmente, de los cargos que se me efectúan. Hice lo que pude por mi familia. Evidentemente no ha alcanzado. Y sí, la verdad es esa: yo estaba con mi madre postrada hace seis años, con mi hijo autista y con mi señora Margarita. Y bueno, sí, evidentemente las condiciones no eran las óptimas, pero yo me considero totalmente inocente.